Universidad del Zulia - Facultad de Humanidades y Educación
Encuentro Educacional
e-ISSN 2731-2429 ~ Depósito legal ZU2021000152
Vol. 32 (1) enero - junio 2025: 243 - 255
Producción Cultural y Generación de Riqueza: Tejiendo
Relaciones Pedagógicas con el Buen Vivir
Alejandro Valenzuela Morales
Universidad Católica de Manizales. Facultad de Educación.
Manizales-Colombia.
alejo.valenzuela@ucm.edu.co
https://orcid.org/0009-0003-6990-7081
Resumen
Las comunidades andinas se resisten la homogeneización cultural y reivindican su identidad,
sostenibilidad y valores ancestrales. La producción cultural, entendida como un acto de
resistencia, integra tradiciones, música y artesanías como pilares de cohesión social y
sostenibilidad. El propósito del presente ensayo es analizar, a través de una revisión crítica de
la literatura, obras clave como la racionalidad ambiental de Leff (2009) y la ecología de
saberes De Sousa Santos (2010), así como casos prácticos y políticas públicas que reflejan la
aplicación del buen vivir en educación y sostenibilidad. Se argumenta que estas teorías
desafían los modelos de desarrollo extractivistas, promoviendo una noción de riqueza que
incluye el bienestar social, cultural y ambiental. La metodología cualitativa y documental
aplicada se sustentó en una perspectiva crítica y decolonial para interpretar las conexiones
entre producción cultural, riqueza y pedagogía, con especial atención a prácticas comunitarias
que resisten modelos extractivistas. Los resultados subrayan que integrar saberes locales y
valores comunitarios en la educación fortalece la identidad cultural, fomenta la sostenibilidad
y redefine la riqueza más allá de lo material. La pedagogía del buen vivir, con su enfoque en
el equilibrio con la naturaleza y la comunidad, ofrece una alternativa ética y práctica al
modelo de desarrollo hegemónico. Se concluye que este enfoque contribuye a la justicia
social, la preservación cultural y la sostenibilidad, representando un camino hacia un futuro
equitativo y armónico.
Palabras clave: producción cultural, saberes ancestrales, prácticas pedagógicas,
generación de riqueza, buen vivir
Cultural Production and Wealth Generation: Weaving Pedagogical
Relationships with Good Living
Abstract
Andean communities resist cultural homogenization and reivindicate their identity,
sustainability, and ancestral values. Cultural production, understood as an act of resistance,
integrates traditions, music, and handicrafts as pillars of social cohesion and sustainability.
The purpose of this essay is to analyze, through a critical review of the literature, key works
such as Leff’s (2009) environmental rationality and de Sousa Santos’s (2010) ecology of
knowledges, as well as practical cases and public policies that reflect the application of good
living in education and sustainability. It is argued that these theories challenge extractivist
development models, promoting a notion of wealth that encompasses social, cultural, and
environmental well-being. The qualitative and documentary methodology applied was
grounded in a critical and decolonial perspective to interpret the connections between cultural
production, wealth, and pedagogy, with particular attention to community practices that resist
extractivist models. The results highlight that integrating local knowledge and community
values into education strengthens cultural identity, promotes sustainability, and redefines
wealth beyond the material. The pedagogy of good living, with its focus on balance with
nature and the community, offers an ethical and practical alternative to the hegemonic
development model. It is concluded that this approach contributes to social justice, cultural
preservation, and sustainability, representing a path towards an equitable and harmonious
future.
Keywords: cultural production, ancestral knowledge, pedagogical practices, wealth
generation, good living
Introducción
La interrelación entre la producción cultural, la riqueza y la pedagogía del buen vivir
(Sumak Kawsay) constituye un campo de estudio multidimensional que aborda las
implicaciones sociales, económicas y educativas del bienestar integral en el contexto de las
comunidades indígenas y su visión alternativa del desarrollo. Así, en el corazón de las
comunidades andinas, las luchas por la resistencia y re-existencia se enfocan en la
preservación ecológica de sus espacios vitales. La resistencia cultural en Abya Yala
1
se revela
como una expresión de creatividad, pero también como un desafío a las tendencias
1
Abya Yala, que significa Tierra Madura, Tierra Viva o Tierra en Florecimiento, fue el término utilizado
por los Kuna, pueblo originario que habita en Colombia y Panamá, para designar al territorio
comprendido por el Continente Americano. De acuerdo con el momento histórico vivido, se referían a
este territorio de diferente forma: Kualagum Yala, Tagargun Yala, Tinya Yala, y Abya Yala, siendo este
último el que coincidió con la llegada de los españoles. El término Abya Yala es en mismo un símbolo
de identidad y respeto hacia las raíces de los pueblos originarios (Carrera y Ruiz, 2016:12)
hegemónicas, que destaca la importancia de las tradiciones ancestrales, la artesanía, la música
y la danza, pilares de una riqueza cultural profunda. Estos movimientos trascienden la mera
reacción ante amenazas foráneas y se constituyen en una reivindicación de la identidad, la
cultura, los valores y los saberes tradicionales que han sostenido a estas comunidades a lo
largo de los siglos.
Aunado a lo anterior, Leff (2009) afirma que la resistencia cultural en Abya Yala se
manifiesta, más allá de solo una expresión creativa o artística, como un desafío contra las
tendencias hegemónicas que procuran homogeneizar y mercantilizar las formas de vida. Las
prácticas como las tradiciones ancestrales, artesanía, música y danza se convierten en
vehículos de resistencia contra la asimilación y la marginación, y fortalecen el orgullo, la
identidad y la cohesión comunitaria. Estas expresiones culturales son esenciales para la
fundación de una riqueza que trasciende lo material, englobando aspectos sociales, culturales
y espirituales.
El propósito del presente ensayo es analizar, a través de una revisión crítica de la
literatura, obras clave como la racionalidad ambiental de Leff (2009) y la ecología de saberes
De Sousa Santos (2010), así como casos prácticos y políticas públicas que reflejan la
aplicación del buen vivir en educación y sostenibilidad.
Desarrollo
Producción Cultural: Perspectivas y Apuntes
La producción cultural emerge no solo como una expresión de creatividad o
manifestación artística, sino también como un acto de resistencia frente a las dinámicas
hegemónicas que pretenden la homogeneización y mercantilización de la vida. Las
tradiciones ancestrales, las prácticas artesanales, la música, la danza y otras expresiones
culturales representan fuentes de orgullo e identidad para numerosas comunidades, pero son
igualmente medios de lucha contra la asimilación y marginalización De Sousa Santos (2010),
argumenta que estas expresiones culturales son ejemplos vivos de la ecología de saberes (p.
29), un concepto que propone la coexistencia de conocimientos científicos y no científicos en
una relación de complementariedad y no de jerarquía. Desde esta perspectiva, las prácticas
culturales ancestrales representan un legado histórico, pero también un conjunto de
conocimientos y técnicas adaptadas a las condiciones locales y a las necesidades de las
comunidades. Así, funcionan como herramientas esenciales para la sostenibilidad ambiental,
social y económica.
Estas formas de expresión cultural y saberes tradicionales ofrecen alternativas a los
modelos de desarrollo y modernización, que a menudo ignoran o subvaloran la importancia
de la diversidad cultural y la relación armoniosa con el entorno. Al promover prácticas como
la agricultura tradicional, la medicina herbal y las festividades que refuerzan los lazos
comunitarios, se contribuye a la construcción de sociedades más resilientes y capaces de
enfrentar tanto los desafíos contemporáneos como la presión de la globalización. Además, en
el contexto de la lucha contra la asimilación y la marginalización, estas expresiones culturales
actúan como afirmaciones de identidad y autonomía.
En un mundo donde las políticas neoliberales y la expansión del mercado global
tienden a erosionar las particularidades culturales, mantener vivas las tradiciones y prácticas
artesanales es en mismo un acto de resistencia. Esto preserva el patrimonio cultural y
también asegura que las futuras generaciones puedan acceder a un rico tejido de
conocimientos y experiencias que definen su identidad colectiva, como puede observarse en
la Figura 1.
Figura 1
Dimensión cultural
Nota. Elaboración propia (2025)
Sobre la resistencia cultural contra la homogeneización y mercantilización, Conversi
(2010) argumenta que la homogeneización cultural es a menudo un proceso dirigido por el
Estado que busca la estandarización cultural y la imposición de la cultura de las élites
dominantes. En este sentido, la creatividad y la manifestación artística se revelan como actos
de resistencia contra la homogeneización y mercantilización. Estos actos pueden ser tanto
individuales como colectivos, y se manifiestan en una variedad de prácticas culturales, desde
la preservación del patrimonio hasta la producción artística y la música.
En esta misma lógica, se está fomentando la sostenibilidad, las prácticas tradicionales
y el desarrollo. La crítica a los modelos de desarrollo que ignoran la diversidad cultural es
central para comprender la resistencia cultural. Duncombe (2007) explora cómo la resistencia
cultural puede engendrar solidaridad y ser el punto de partida para imaginar nuevas
comunidades y subjetividades políticas. La resistencia se presenta como una alternativa a los
modelos de desarrollo que a menudo ignoran la sostenibilidad ambiental, la diversidad
cultural y la preservación del patrimonio. La resistencia cultural implica también la
valoración y coexistencia de diferentes formas de conocimiento. Patsiurko et al. (2012)
sugieren que la diversidad cultural puede ser un predictor significativo del rendimiento
económico en los países desarrollados (p. 87), subrayando la importancia de reconocer y
valorar los conocimientos científicos y no científicos. Este reconocimiento y valoración
contribuyen a la preservación del patrimonio cultural como una forma de resistencia.
La definición de la identidad colectiva a través de la preservación cultural es crucial
para la resistencia cultural. Kumpoh (2023) investiga cómo los grupos étnicos perciben y
responden a los procesos de homogenización cultural y destaca que, aunque hay una
aceptación general de la homogenización, también hay indicios de contestación debido a la
declinación de la cultura y la lengua étnicas.
Integrando Saberes: la Pedagogía del Buen Vivir
El concepto de Buen Vivir o Sumak Kawsay es originario de las cosmovisiones
indígenas de América Latina y ha sido incorporado en algunas constituciones y políticas
educativas de la región. Este enfoque plantea que el bienestar individual está íntimamente
ligado al bienestar colectivo y al equilibrio con la naturaleza. La pedagogía del Buen Vivir
busca crear una educación que fomente la armonía con uno mismo, con los demás y con el
entorno, y también ayudar a tener habilidades para convivir pacíficamente, valorar la
diversidad y tener una conciencia ecológica.
Transversal a este concepto se encuentra inmiscuida la noción de humanización de la
educación, que busca posicionar a la persona en el centro del proceso educativo y enfatizar el
respeto, la empatía, la solidaridad y la formación de ciudadanos éticos y críticos (Freire,
2018).
La pedagogía del buen vivir aporta elementos para enriquecer la humanización de la
educación, al incorporar valores y cosmovisiones propias de las comunidades y vincularla
con el cuidado de la naturaleza y la cultura. Por su parte, la humanización de la educación
puede enriquecer la pedagogía del buen vivir al brindar herramientas pedagógicas y
didácticas basadas en la relación humana, la empatía y la generación de espacios de diálogo y
reflexión.
Desde una perspectiva educativa compleja, decolonial e intercultural, Pauta-Ortiz et
al. (2023) analizan los principios filosóficos y antropológicos derivados de la cosmovisión
indígena quechua del Sumak Kawsay. Estos principios son elementos innovadores para la
formación docente y contribuyen a rescatar, revivir, resistir a los procesos de colonialidad
histórica, mejorando sus competencias pedagógicas y artísticas. Con una filosofía educativa
transdisciplinar de la formación docente se abren nuevos horizontes epistemológicos,
educativos y políticos para sensibilizar a los estudiantes.
Dentro de las consultas referenciales se identificó que, en un contexto de colonialismo
histórico y modelo neoliberal, impuesto luego de un período de conflicto armado, se
perjudicaron las estructuras sociales y las dinámicas familiares y comunales. Por lo anterior,
los nuevos actores, como iglesias evangélicas, llegaron a interactuar y moldear la vida
cotidiana de los jóvenes pertenecientes a comunidades indígenas. Según Villa Zura y Crespo
Berti (2020), las relaciones propuestas en el contexto del Sumak Kawsay o Buen Vivir, se
alejan de los enfoques tradicionales, ya que se fundamentan en una cosmovisión que
promueve una vida en armonía, respeto mutuo y gratitud.
En 2008, Ecuador se convirtió en el primer país en el mundo en reconocer a la
naturaleza como sujeto de derechos, fundamentado en la filosofía del Buen Vivir. Este
principio, originario de las cosmovisiones indígenas, propone una visión del mundo en la que
los seres humanos son concebidos como partes integrales de un entorno natural y social más
amplio (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2011).
El concepto se movilizó para implementar un proyecto donde dominaban las
dimensiones estéticas, perpetuando aún más las vulnerabilidades socioecológicas a través de
la reubicación y los desalojos. Además, su implementación estuvo supeditada a un momento
político específico, que lo dejó en un estado de abandono. A raíz de ello, la filosofía del buen
vivir como postura decolonial que desafía las formas occidentales de desarrollo “puede
ofrecer una base fundamental para cuestionar los actuales modos de ocupación territorial
basados en estrategias extractivistas de planificación y diseño(Ambrós-Pallarés et al., 2023,
p. 11).
Por un lado, se considera necesario conocer los contextos étnico-culturales para
ofrecer una educación integral, libertaria, emancipadora y contextualizada (Mesa-Manosalva,
2022). Por otro lado, las reflexiones y acciones que proponen autores como Vallejos-Romero
et al. (2022) y Thomas et al. (2022) se traducen en el diseño de un microsistema educativo,
materializado en una escuela de artes y oficios nutrida de los saberes y tradiciones que
forman parte de la identidad local y elaborado de manera colaborativa y participativa. Aún
queda mucho por hacer; sin embargo, este trabajo es un aporte de presente y futuro. Ahora
bien, como eje principal de la conceptualización del buen vivir se identifican el bienestar, la
calidad de vida y la satisfacción de necesidades, junto a un respeto de la identidad y las
características específicas de las comunidades y con énfasis en la escala local-regional.
Hablando de Riqueza: Intersecciones y Centralidades
Es crucial enfatizar que el concepto de riqueza no se circunscribe exclusivamente a la
acumulación de bienes materiales o capital financiero, sino que abarca la generación y
preservación de bienestar social, cultural y espiritual. Según Acosta (2013), en variadas
comunidades de Abya Yala, la riqueza es evaluada desde múltiples dimensiones que incluyen
las posesiones materiales, las relaciones sociales, el conocimiento ancestral y la conexión con
el entorno natural. Dentro del marco conceptual del Buen Vivir o Sumak Kawsay, se inscribe
una filosofía que tiene sus raíces en los saberes y prácticas de los pueblos indígenas de
América Latina, especialmente en los Andes. Este concepto se expone como una alternativa
al desarrollo tradicional, centrado en el crecimiento económico y la acumulación de bienes
materiales, proponiendo en cambio un modelo que valora la armonía con la naturaleza, la
solidaridad entre las personas y el respeto por la diversidad cultural como elementos
fundamentales para una vida plena.
La riqueza en este enfoque se mide por la calidad de las relaciones humanas, la
preservación de la biodiversidad y el conocimiento ancestral que fomenta el equilibrio con el
entorno. Resalta la interdependencia entre el bienestar humano y el del planeta, valorando la
cooperación y el trabajo colectivo como pilares del tejido social, por encima de la
competencia individualista. El conocimiento ancestral, por su parte, abarca no solo técnicas
agrícolas o medicinales tradicionales, sino también una profunda comprensión de los ciclos
naturales, la biodiversidad y la ecología local, que constituyen una riqueza invaluable para
enfrentar los desafíos contemporáneos, incluido el cambio climático.
Por lo tanto, el reto radica en articular la conexión entre la producción cultural y la
generación de riqueza, dos conceptos que, a primera vista, podrían parecer antagónicos. Este
desafío demanda una reflexión profunda sobre nuestra comprensión de ambos términos. Es
imperativo reconocer que la producción cultural trasciende la noción de un bien
comercializable; más bien, sirve como un reflejo de la identidad, historia y valores
comunitarios (Mignolo, 2011). Así, cualquier iniciativa de comercialización o monetización
de la producción cultural debe abordarse con cuidado, respetando su significado intrínseco.
Adicionalmente, la generación de riqueza no debe concebirse como un objetivo en
mismo, sino en términos de su impacto en el bienestar colectivo de la comunidad. Esto
implica que la riqueza no se debe acumular en detrimento de otros, sino distribuirse de
manera equitativa (Stiglitz, 2012). Desde esta perspectiva, la acumulación de riqueza por
parte de una minoría, mientras una proporción significativa de la población enfrenta la
pobreza y la exclusión, es injusta y genera una serie de efectos negativos para la sociedad en
su conjunto. Estos efectos incluyen una menor movilidad social, un acceso desigual a la
educación y la salud y un debilitamiento de la confianza y solidaridad entre los miembros de
la comunidad.
La equidad en la distribución de la riqueza es un imperativo ético y económico que
fomenta la estabilidad social, la democracia y el desarrollo humano integral y sostenible, al
reducir las brechas de poder derivadas de la desigualdad. Este principio también se alinea con
los enfoques de desarrollo sostenible, que buscan satisfacer las necesidades actuales sin
comprometer las de futuras generaciones. Un enfoque holístico integra las dimensiones
económicas, sociales y ambientales, preservando los ecosistemas y recursos naturales como
base del bienestar humano. En la Figura 2 se muestra la relación entre estos conceptos.
La percepción de la riqueza ha estado históricamente vinculada a la acumulación de
bienes materiales. Sin embargo, desafíos como el cambio climático, la desigualdad social y la
pérdida de biodiversidad exigen ampliar esta definición. El Buen Vivir o Sumak Kawsay,
basado en saberes indígenas, propone un modelo alternativo que prioriza la calidad de vida, la
sustentabilidad y la armonía con la naturaleza y la comunidad. Este paradigma redefine la
riqueza mediante indicadores como las relaciones humanas, la transmisión de conocimientos
ancestrales y la preservación del entorno natural, ofreciendo un enfoque crítico a las métricas
económicas tradicionales. La cooperación, el apoyo mutuo y el respeto por los saberes
tradicionales se destacan como pilares fundamentales para construir soluciones sostenibles a
los problemas actuales.
Figura 2
Relación entre conceptos de la definición de riqueza
Fuente: Elaboración propia (2025)
La producción cultural, más que un valor comercial, es clave para generar riqueza
basada en valores comunitarios y diversidad cultural. Inspirado en el buen vivir, este enfoque
redefine la riqueza como calidad de vida y sustentabilidad, promoviendo el desarrollo
sostenible e integrando humanidad, cultura y medio ambiente para un futuro más equitativo y
justo.
Conclusiones
La educación desempeña un papel crucial como plataforma para valorar y fomentar
los saberes y prácticas locales. Al integrar estos conocimientos, la educación no solo fortalece
la identidad cultural, sino que también provee herramientas y recursos esenciales para que las
comunidades enfrenten los desafíos del mundo actual sin desvincularse de sus raíces y
valores.
Además, se plantea una crítica a los métodos educativos tradicionales, frecuentemente
caracterizados como bancarios y deshumanizantes, que reducen al alumno a un receptor
pasivo de información. Frente a ello, se propone una pedagogía crítica que, al empoderar a
los estudiantes, los transforme en agentes activos de su propio aprendizaje y promotores del
cambio social. Este enfoque permite una interacción más significativa entre el saber local y
las necesidades globales, promoviendo una educación que sea inclusiva, liberadora y
profundamente conectada con los contextos socioculturales de cada comunidad.
Esta perspectiva educativa subraya la importancia de integrar los conocimientos
ancestrales y las experiencias vividas por las comunidades en el proceso de aprendizaje. Así,
reconoce la riqueza cultural y el valor de las tradiciones locales. Esta aproximación enriquece
el currículo educativo, fortalece la identidad cultural de los estudiantes y promueve un
sentido de pertenencia y autoestima. La educación, vista desde este enfoque, es una
herramienta clave para el desarrollo sostenible. Promueve la comprensión de la
interdependencia entre las personas y su entorno, integrando saberes y prácticas locales para
transmitir conocimientos esenciales en áreas como la gestión sostenible de recursos, la
agricultura, la conservación de la biodiversidad y la adaptación al cambio climático.
Una educación que valora la diversidad cultural y los conocimientos locales puede
contribuir a la revitalización de lenguas y tradiciones en riesgo de desaparición, actuando
como un contrapeso a las fuerzas de globalización que tienden a homogeneizar las culturas.
Esta pedagogía emancipadora también promueve la equidad al brindar a todas las
comunidades, especialmente a aquellas históricamente marginadas o excluidas, la
oportunidad de participar plenamente en la sociedad y aportar sus visiones y soluciones a los
problemas comunes.
Para que la educación cumpla con estos objetivos, es necesario adoptar metodologías
participativas y dialogantes que permitan a los estudiantes construir su conocimiento a partir
de su realidad cultural y social. Esto implica un cambio en el rol del educador, en donde pase
de ser un transmisor de conocimientos a un facilitador de aprendizajes significativos, que
respete y valore las experiencias y saberes de los educandos.
La incorporación de enfoques educativos que enfatizan la valoración y promoción de
saberes y prácticas locales se traduce en la adquisición de habilidades y conocimientos
significativos para las comunidades; fomentan un arraigado sentido de pertenencia, identidad,
y propósito; realzan el vínculo con el territorio y promueven el respeto por el medio
ambiente. Se valora el conocimiento tradicional y se integra en el currículo, pero también se
fomenta una educación contextualizada que responde a las necesidades y retos específicos de
cada comunidad. Se contribuye a la sostenibilidad ambiental al enfatizar la importancia de las
prácticas respetuosas con el medio ambiente e inculcar una ética de cuidado y
responsabilidad hacia el planeta. En resumen, la incorporación de enfoques educativos
centrados en el saber local enriquece el proceso de aprendizaje y es fundamental para el
fortalecimiento de la identidad cultural, la cohesión social y la sostenibilidad a largo plazo.
La interacción entre la producción cultural y la generación de riqueza en contextos
como Abya Yala (América Latina) destaca por ser un proceso dinámico que demanda la
participación activa y continua de la comunidad. Es fundamental reconocer que la concepción
de riqueza trasciende lo material, abarcando la calidad de las relaciones interpersonales, el
entendimiento profundo de nuestro contexto y la valoración de la diversidad cultural y
espiritual como pilares de una vida plena. En el contexto específico de Abya Yala, la noción
de bienestar y desarrollo cultural está intrínsecamente ligada a las realidades políticas y
sociales de sus comunidades. La tierra y el medio ambiente constituyen recursos económicos
y espacios vitales, enriquecidos con un profundo conocimiento y prácticas culturales.
Las políticas y prácticas económicas impuestas externamente a menudo resultan en
consecuencias perjudiciales para los modos de vida locales y las prácticas culturales que
sostienen dichas comunidades. Los enfoques de desarrollo basados en la extracción intensiva
de recursos naturales, que priorizan la industrialización masiva, tienden a menoscabar la
sostenibilidad de los estilos de vida y a erosionar la diversidad cultural.
La resistencia a estos modelos de desarrollo se manifiesta como una defensa de la
cultura y también como una afirmación de alternativas de vida sostenible, de esta manera se
argumenta que la sostenibilidad no puede ser alcanzada dentro del paradigma actual de
desarrollo, que ignora los límites biofísicos del planeta y los derechos de las comunidades a
definir sus propias trayectorias de desarrollo. Y desde el campo de la decolonialidad, es
también una forma de luchar contra las herencias coloniales que perviven en las prácticas
económicas y culturales. Se destaca la importancia de la desobediencia epistémica, un
proceso mediante el cual se cuestionan y rechazan las formas de conocimiento dominantes
para reivindicar saberes y prácticas que han sido marginalizadas o suprimidas por la
modernidad.
Esta resistencia se manifiesta a través de alternativas de vida sostenible, que buscan
mitigar el impacto ambiental y fortalecer las economías locales, preservar la biodiversidad y
fomentar la justicia social. Estas alternativas incluyen prácticas como la agroecología, que
combina conocimientos ancestrales con cnicas modernas para crear sistemas agrícolas
resilientes; el turismo comunitario, que ofrece oportunidades económicas respetando la
cultura y el medio ambiente, y las cooperativas de energía renovable, que promueven la
independencia energética y la mitigación del cambio climático.
La cosmovisión indígena andina del Sumak Kawsay o Buen Vivir representa una
convergencia de ética ambiental, justicia social y sostenibilidad, en la que se propone un
modelo de vida basado en la armonía entre el ser humano, la naturaleza y la comunidad,
mediante una relación equilibrada y respetuosa con el entorno, reivindicando la equidad y el
acceso justo a los recursos para todas las generaciones. Así, el Sumak Kawsay desafía los
paradigmas del desarrollo capitalista, proponiendo una visión alternativa que prioriza el
bienestar colectivo y la preservación de la biodiversidad.
La resistencia a los modelos de desarrollo dominantes critica las injusticias y
desigualdades actuales y construye activamente caminos hacia futuros más equitativos y
sostenibles. Estas prácticas y enfoques representan un llamado a repensar colectivamente las
relaciones entre humanidad, naturaleza y economía, buscando un equilibrio que permita el
florecimiento de la vida en todas sus formas.
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