Volumen 34 No. 3 (julio-septiembre) 2025, pp. 185-209
ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44
DOI: 10.5281/zenodo.15110030
Ires y venires. Migración Colombia–Venezuela, signos nacionales y globales
Gabriel Restrepo
Resumen
En la primera parte el autor se sirve de un famoso grabado del poeta Blake de 1796, para examinar los imaginarios coloniales de una América subordinada al viejo continente: dos mujeres, una indígena y otra una negra africana sostienen a la blanca dama europea. Un poema de Meira del Mar, de origen libanés, radicada en el caribe colombiano, sirve para dar el título y el tono de un viaje imaginario por tiempos y espacios. Con una escritura poética y mítica experimental, el autor se inviste en arquetipos griegos (Tiresias, Odiseo, Atlas, Prometeo) para desplazarse como un bereber de oriente a occidente hacia Marruecos, y por esta esquina, convertido en Changó, migra hacia América Latina para transmutarse en Santa Bárbara, y así examinar el complejo palimpsesto de pueblos-mundos-mixtos de lo que la antropólogo brasileña Leila González denominó Améfrica Ladina (González, 1988). En la segunda parte, el autor se vale de una canción popular, un porro que alude al baile de una pareja de los dos países limítrofes, Venezuela y Colombia, para examinar en el marco de los límites geográficos el mayúsculo problema de las migraciones en los dos sentidos. Examina los movimientos demográficos extraordinarios en función de sus causales económicas (la denominada “enfermedad holandesa), políticos (el declive de la democracia), sociales (la pobreza) y culturales (el valor del exilio). En la parte final, el autor circunscribe el malestar de los dos países del norte de Suramérica en el marco de la crisis mundial detonada por la llegada a la presidencia del país del norte de Donald Trump, una crisis que en el primer mandato podría juzgarse como leve respecto a la gravedad de lo que ocurre en 2025 con el segundo mandato. Una imagen de la Nasa en torno al beneficio de la dispersión del fosfato hacia el Amazonas desde los desiertos del Sahara sirve de contrapunto para mostrar de qué modo la naturaleza es más sabia que el orden geopolítico actual.
Palabras clave: Imaginarios coloniales; Migración Colombia; movimientos demográficos.
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá
ORCID: 0009-0001-7309-5077
E-mail: garestre@gmail.com
Recibido: 12/02/2025 Aceptado: 07/04/2025
Comings and goings. Colombia-Venezuela migration, national and global signs
Abstract
In the first part, the author uses a famous 1796 engraving by the poet Blake to examine the colonial imaginaries of an America subordinated to the Old Continent: two women, one indigenous and the other a Black African, support the white European lady. A poem by Meira del Mar, of Lebanese origin and living in the Colombian Caribbean, provides the title and tone for an imaginary journey through time and space. With experimental poetic and mythical writing, the author invests himself in Greek archetypes (Tiresias, Odysseus, Atlas, Prometeo) to travel like a Berber from east to west toward Morocco. Through this corner, transformed into Chango, he migrates to Latin America to transform itself into Santa Bárbara in order to examine the complex palimpsest of mixed peoples-worlds of what Brazilian anthropologist Leila González called Améfrica Ladina (González, 1988). In the second part, the author uses a popular song, a porro that alludes to the dance of a couple from the two neighboring countries, Venezuela and Colombia, to examine the major problem of two-way migration within the context of geographical boundaries. He examines extraordinary demographic movements based on their economic (the so-called “Dutch disease effect”), political (the decline of democracy), social (poverty), and cultural (the value of exile) causes. In the final part, the author circumscribes the malaise of the two northern South American countries within the context of the global crisis triggered by the arrival of Donald Trump to the presidency in the northern country, a crisis that during his first term could be judged as mild compared to the severity of what will happen in 2025 with his second term. A NASA image of the benefits of phosphate dispersal toward the Amazon from the Sahara Desert serves as a counterpoint to show how nature is wiser than the current geopolitical order
Keywords: Colonial imaginaries; Migration Colombia; demographic movements.
1. La rosa herida
Detenida/en el río translúcido/del viento, /
por otro nombre, amor, /la llamaría el corazón. /
Nada queda en el sitio de su perfume. /Nadie puede creer, creería, /
que aquí estuvo /la rosa en otro tiempo. /
Sólo yo sé que si la mano/ deslizo por el aire, todavía/
me hieren sus espinas.
Meira Delmar. Ausencia de la Rosa.
Europa sostenida por África y América.
William Blake: grabado de 1796
Hablo desde dos ombligos del mundo: la esquina noroccidental de África en su parte más meridional, el Marruecos del Saharaui, y la esquina nororiental de Suramérica, Colombia y en ella un lugar de la Orinoquía en la extensa frontera con Venezuela. En este primer pasaje me esfuerzo en balbucear un relato desde este espacio encantado por llevar nombre masculino El Aaiún en español y Layoune en francés, como si yo fuera un Griot fundido con estampa de Tiresias. Y aunque parezca pastiche y despierte la sospecha de disolución del yo, la multiplicidad de voces, máscaras y personajes – más allá de la meditada heterofonía del poeta Pessoa- es óptimo aunque arriesgado camino para develar la heterogeneidad de susurros que acuden en la turbamulta de mitos y sueños.
Si empleo la metáfora del omphalos – el ombligo y centro mítico del mundo simbolizado por los griegos en la piedra axial del oráculo de Delfos– es porque ambos nudos atlánticos del cuerpo del mundo – Marruecos y Colombia - pueden figurarse como entretejidos por Ananse, la araña hilandera del mito de los Ashanti, como incluso lo sugiere el cordel que a modo de cordón umbilical entrelaza a las tres mujeres del grabado de Blake. Con eje en el epicentro Akan en el golfo de Benin, la influencia espiritual del antiguo imperio de África palpita desde el Senegal a Nigeria con reverberaciones en Malí, Mauritania y Marruecos suroccidental, lo mismo que con dejos indelebles en el caleidoscopio del Caribe, incluido el litoral colombiano y en las poblaciones de la diáspora esclavista africana asentadas en los bosques húmedos del litoral del Pacífico de Colombia (Arocha, 1988; 1999; Burgos 2010). Es la sabia hilandera quien tejió la trama que une en el grabado de Blake a las desiguales mujeres que representan a tres continentes.
Hablo, pues, en el nombre de Ananse, mi voz hipostasiada con la del Griot – venia al África-, y a Tiresias –honor a Grecia-: la legendaria quimera femenina, Ananse, sería el perfecto molde mítico para alumbrar el concepto de creador tramático como aquel pensador y obrador que, cual araña, teje fraternidades dialógicas. Pues por el cordón umbilical que ata a cada creatura con cada madre, todos los entes nos articulamos con el anima mundi, la madre tierra, la placenta y el pleroma del eterno femenino. Y justamente se trata de que, amparados en tal don numinoso de la rosa blanca, urdamos trueques entre lados convexos para avizorar un nuevo mundo librando a la rosa roja de tantas espinas.
Me he referido a “la diáspora esclavista proveniente de África” con el recurso retórico de la perífrasis para no simplificar. Perífrasis es un rodeo abundante en atributos para evitar estereotipos. Aunque intuía el problema desde las publicaciones y diálogos con Jaime Arocha, su solución me fue revelada cuando la investigadora Martha Luz Machado dedicada al estudio de las afinidades entre los pobladores negros, zambos e indios del litoral pacifico con la cultura del África atlántica me encomendó elaborar un prólogo para uno de sus libros, en el cual muchos autores rehacen la filiación africana en América (Machado, 2011; Machado, 2012: Restrepo, 2012), libros escritos poco después de un precioso compendio de las raíces africanas de Colombia: Rutas de Libertad. Quinientos años de Travesía, editado por Roberto Burgos Cantor, fallecido este año (Burgos, 2010).
Era común por elipsis llamar afrodescendientes o afrocolombianos a los pobladores provenientes de la diáspora esclavista. Sin embargo, la investigadora aclaró un asunto crucial cuando se pondera el problema de las migraciones mundiales con la impactante cifra de 68 millones de habitantes víctimas de desplazamiento forzado en el mundo en 2017, acrecentada en 2018 (ACNUR, 2017): ¡toda la población del mundo es afrodescendiente! Raíces, troncos y aún ramas derivan de la dispersión africana que tomó incontables milenios en dispersarse frente al breve decurso de la historia oral y escrita: lo demás son frutos sazonados bajo distintas latitudes y longitudes, unos venenosos, otros muníficos. Si se partiera de esta génesis, cuánto debiera esforzar la especie humana para congraciarse con su principio en procura de equidad mundial. Así hallaría sentido la subversión cartográfica del gran geógrafo Al-Idrisi (1100-circa 1165), el Árabe de Nubia, a la cual retornaré en la coda del ensayo.
Aunque la cita sea extensa, como mis escritos suelen ser clandestinos, traspongo fragmentos de la presentación del segundo libro de Martha Luz Machado, exultado yo al rememorar aquella escritura que data de hace siete años por la continuidad del destino precursado para cruzar el océano Atlántico en dirección a Marruecos y por tal sendero al África. Al declarar mi admiración por la investigadora colombiana residente en los Países Bajos y ganadora con el primer libro del máximo galardón a las ciencias sociales de Colombia, observaba:
con el cruce del continente en el mayor y más doloroso desplazamiento de la historia universal de la infamia, para utilizar el nombre de un libro de Borges, pareciera como si la memoria del vaivén entre los dos continentes hubiera sido sepultada en una suerte de trauma náufrago entre las aguas atlánticas. Hallar los filamentos de la memoria en el ritual y en el arte de etnias indígenas colombianas es una formidable proeza de exhumación de los mitos e imaginarios que, empero, no perecieron, sino que se esconden en lo profundo del inconsciente de pueblos sumergidos en la espesura de los bosques colombianos. La estética, con sus poderes de creación y recreación del mundo, fue el camino para develar a través de una lectura tan aguda como la de los sueños, las claves ocultas de rituales, mitos y nociones espirituales del mundo africano. Martha Lucía debió experimentar que, como Cervantes, había sido llamada por su trayectoria múltiple en distintos saberes y por su condición nómade, a emprender una misión de pesquisa profunda como la del célebre detective Dupin de Edgar Alan Poe. Y ella pudiera decir lo el autor colocara como epígrafe de la Carta Escamoteada: nihil odiousius sapientiae acumine nimio: nada es más enojoso para la sabiduría que un nimio intelecto. Pues no basta la inteligencia para esa excavación porque se trataba de sumergirse en el pozo oscuro de las mentalidades, exprimir el dolor hasta que diera cuenta de sus razones para honrar la raíz de inteligencia como intus legere, leer muy dentro. Me encontré con Martha Luz Machado en una semana en tres ocasiones en dos aeropuertos. Tanta causalidad demuestra ser una causalidad del destino que concuerda itinerarios dispares…Es don del destino para propiciar anagnórisis. Anagnórisis es en el Arte Poética de Aristóteles el “paso de una persona desconocida a conocida” y, aunque quiere decir lo mismo que Anerkennen, reconocimiento, noción creada por Hegel, la obtención del reconocimiento se hace en el teatro clásico griego por un movimiento del espíritu que involucra comprensión solidaria, mientras que en Hegel son la guerra y la violencia las que conducen al reconocimiento del otro. Este des encubrimiento de lo muy encubierto es la misión que habrá de imponerse a toda la humanidad para reconocer la deuda infinita con las diásporas africanas.
Confieso que en la elaboración de este ensayo deambulé atormentado, habilitado apenas con palos de ciego por el riquísimo desierto de mitos e ideas para encontrar el oasis de paradigmas que sirvieran de apoyo. Palos de ciego, como los del mítico Tiresias, condenado por Atenea a no ser ni hombre ni mujer, siendo ambos, para a atisbar el mundo como vidente ciego. Debí quintuplicar el génesis y la marcha del ensayo con muchas borraduras, porque yo rondaba por caminos estrellados contra muros, aunque los restos fueren fecundos: los mitos griegos, algunos de los cuales rescato del naufragio, porque cobran verosimilitud iluminados por el telar de Ananse, así sean preámbulo a una senda de dilucidación tan extensa como el camino por el desierto del Sahara de extremo a extremo.
Así que hablo como Tiresias. Yo soy aquel que vislumbra sin ojos la dispersión antiquísima de pobladores libios transformados en bereberes en su paso milenario por el desierto hacia las costas del oeste africano, acaso yo encumbrado de modo imaginario en la cima de la Esfinge, quimera con la cual me invisto, víctima y victimario. Desde la atalaya de la fiera leona sonrío al evocar las leyendas de Platón en torno a la Atlántida vertidas en el Timeo. Me frunzo al ascender al pico más alto de la cordillera del Magreb al dialogar con un Atlas cansado de sostener un mundo demasiado grávido debido a la insolencia de la especie advenediza. Contemplo las manzanas de oro del jardín de las delicias de las Hespérides y me irrito con la tentación diabólica, si la aparejo con la doble inversión perversa de la inculpación a la mujer por los males del orbe y por el uso de la fruta madura caída para entronizar una concepción mecánica solar de la tierra, olvidada del panteón lunar y del sagrado musgo. Me duelo de la astucia de Heracles, de la trasmutación de Hera, la Diosa Blanca, en sierva de Zeus; de la conversión de la némesis femenina en Gorgona letal por la astucia de Perseo, gracias a la mirada torva debida a su fascinación obsesa por ese brote primigenio del mito de El Dorado; me apiado del hígado de Prometeo roído a cada jornada y renacido para atrición, pero comprendo que el castigo pudo ser razonable por no enseñar a un uso prudente cuando avizoro el temible hongo atómico y la furia de tantos incendios; certifico que ya no hay en parte alguna Finisterre, salvo en la dimensión del alma humana apresada como creo en las columnas de Hércules; en las islas afortunadas donde transitan por la eternidad los bienaventurados en los venturosos Campos Elíseos dialogo con Virgilio. Me duele la conflagración de Troya. Encuentro a mi propio padre con su inocencia oculta por tantas culpas entre el canto sexto dedicado a los juegos y el séptimo de la Eneida, donde Virgilio narra el descenso al Hades para abrazar a su progenitor en la memoria de su hijo Anquises. Alabo la aventura de la búsqueda de nuevo lar de los desplazados de Troya; inquiero al taciturno romano por qué no culminó su Eneida.
Como alguien me reprocha por saltar de un tropo a otro, el vate Virgilio ayuda, porque de su boca escucho mis cogitaciones: cuando se trasciende la prisión de tiempo y lugar, el pasado es futuro y el porvenir regresa al don del presente: tal el telar de mitos y sueños. Virgilio me explica por qué con Dante ubicó a Odiseo/Ulises en la octava fosa del infierno., donde yacen los engañadores: al apuntar al paraje entre Ceuta y Tánger, indica que allí pereció porque no demoró un año en fletar tropa y naves para otro despojo en el occidente, por lo cual abandonó a Penélope, a quien ya no le bastó telar para disuadir a los acosadores; confinó a su anciano padre a la fatalidad de una muerte expósita de afecto; y determinó el vaivén perpetuo de la especie toda en la figura de Telémaco, entre la búsqueda imposible del padre y la residencia junto a la madre: antiguo Ashaverus, prefiguración del Judío Errante, como somos todos por resistirnos a consolar a los millones de millones de Cristos redivivos en su camino al Gólgota por el foso mediterráneo, la travesía en Centroamérica o por la fuga de Venezuela hacia el sur a través de la herida Colombia.
Sé – me respondió Virgilio -que aprecias el libro que quise incinerar por ser épica de vencidos y desplazados. Y no obstante, a medida que el viaje al Hades me regalaba como vate una visión del futuro imperial del Lacio fundado en la pax romana de guerra y conquista, la épica tocó punto muerto cuando el héroe, Eneas, el 33 veces mentado como Piadoso, clavó su lanza contra Turnus, el vencido y arrodillado nativo de Italia. La lección era clara: nunca un libro inacabado halló tan clarividente clave de su final, pues la mayoría de imperios procede de pueblos desplazados, convertidos a su turno en fuente de desplazamiento y de subordinación de pueblos La dulce bucólica del primer neolítico matriarcal fue envenenada cuando el cobre cedió al bronce, y cuando este se alió al hierro, y cuando todos los metales se fundieron en carruajes y armas de guerra en el neolítico tardío, del cual fueron huella la Ilíada y la Odisea y, a mi pesar, mi Eneida. La escritura y la historia se parieron teñidas de sangre. Lo demás es cuento para niños.
Yo, Tiresias, soy todo cuanto he visto, aunque ciego y cuanto he leído, aunque a poco analfabeto. Al abrazar a tantos fantasmas del pasado recobro mi pasajero pellejo y honro a dos mujeres – la india y la negra- en el traslado al nuevo mundo que, acaso, según conjeturas, haya sido visitado por árabes en el sur desde las islas Fortunadas y por vikingos en el norte hacia Groenlandia.
Honro de nuevo Martha Luz Machado, quien debería figurar en este Foro Internacional en mi lugar, si hubiera recabado la memoria de los encuentros con ella, pero a la cual rindo homenaje en fantasma al evocar un precioso pasaje del segundo de sus libros:
Probablemente el grabado del poeta y pintor inglés William Blake (1796) ilustra la Europa del siglo xviii, porque, con su estilo romántico y taciturno, representa África, mujer negra de curvas redondeadas que con gesto firme sostiene, junto con la trigueña indígena que simboliza a América, a la muchacha de cabellos rubios y carnes flexibles, la rosada Europa. Tal vez la metáfora del artista da cuenta de la invalidez de Europa para sostenerse por sí misma; la figura tiene los ojos cerrados, tal vez para pasar por alto su ignominia. Pero en esa escena no se siente el dolor de África por ver partir en los barcos negreros a más de doce millones hacia América para mantener la economía de los imperios de Europa. Tampoco se refleja la congoja de América por la devastación de la Conquista y la colonización. La pintura, a través de la mirada firme de estas dos mujeres, cuenta otra historia; revela tal vez la fortaleza de los africanos y los pueblos indígenas para resistir el genocidio...La resistencia puede entenderse desde diferentes perspectivas: la búsqueda de la libertad en el entorno de la esclavización y la persistencia del legado de África, expresada en saberes y conocimientos, lo que una autora denominó cimarronaje simbólico, para llamar la atención sobre la astucia y negociación que hicieron mujeres y hombres para salirse con la suya dentro de los márgenes de la dominación. A este libro lo inundan las lecciones de creatividad a la que recurrieron ellos y ellas y sus hijos en América para vivir en una geografía nueva, en una fauna desconocida y en una flora por explorar. Trenzaron redes de parentesco y de solidaridad; construyeron una cultura para erigir un pueblo afrodescendiente e impregnar con sus legados a los lugares donde llegaron y a la gente que abordaron.
¿Por qué no imaginar que la cordillera situada en el trasfondo del grabado de Blake fuera la del Atlas en los parajes de Marruecos, y por qué no vislumbrar la rosa cortada a los pies de las tres mujeres alegóricas como la Rosa Herida del célebre poema? Honor entonces a la autora del poema, Meira del Mar, seudónimo de Olga Isabel Chams Eljach (Barranquilla, 1922-2009): Meira por Omaira, Delmar por el océano. Hija de padres libaneses como el amigo Luis Fayad. Estudios de Bellas Artes y de música en el Conservatorio de la Universidad de Atlántico, historia de artes en el Dante Alghieri de Roma, profesora en la Universidad de Atlántico, directora por 37 años de la Biblioteca Barranquilla que lleva su nombre. Pese a reconocimientos, su obra de tonalidad sosegada no ha sido exaltada como debería. Este ensayo propone su reconocimiento nacional e internacional. Pues esa rosa en el suelo significa La Caída de los Puntos Cardinales, según la brújula trazada en la novela del colega Luis Fayad y según mis elucubraciones en la arqueología de la figura expuesta en el libro mío Marruecos, Rosa de los Vientos (Restrepo, 2020).
2. Hermanos y compañeros, sí, ¿pero no tanto?
En Venezuela se baila el porro de una manera muy singular…Se da un paso para lante, se da un paso para atrás... Mira venezolana baila el porro colombiano (un pasito para acá)... De aquí para allá, de allá pa´ ca, se baila el porro sabroso (un pasito para acá). Pregúntale a la vieja Lola que lo sabe bailar, qué buena está (un pasito para allá). Pegaíto el ombliguito se baila este porro na´ ma´ (un pasito para acá). Para que baile, para que goce, te pongo a gozar (un pasito para allá). Pa´ lante, echa pa´ lante ese pasito que viene (un pasito para acá). Un pasito para ´lante, un pasito para atrás pegadito (un pasito para allá)…Mira venezolana baila el porro colombiano (un pasito para acá). Pero que mira, baila el porro de medio lado muchachita (un pasito para allá). De aquí para allá, de allá pa´ ´ca, para gozar sabrosito (un pasito para acá). Pregúntale a la vieja Lola, mira que lo sabe bailar (un pasito para acá). Pegadito al ombliguito.
Al son del porro del venezolano Luis Felipe González, cuya labor de composición se explayó en Colombia donde permanecía tanto como en Venezuela, emprendo la derrota como mentaban a la travesía por un mar embravecido por la antigua y nueva tempestad, cuando la grave canícula de Europa es aliviada por los vientos Áfricos refrigerados del Sahara por alimentarse de las corrientes frías del austral polo bajo África: vientos que empero no calman el sofoco de 46 grados en el sur de Francia o los 65 en Dubai con árboles incendiados por incandescencia solar. Mi destino es una Colombia que en su nombre purga la ambivalencia de Colón entre la codicia por el oro físico y el oro espiritual. Pese a su fama como descubridor, escucho entre las olas los rumores cuando aluden a otros vientos que impulsaron naves fenicias y cartaginesas desde las islas de los bienaventurados hacia el oeste, a donde viajo entre vientos turbulentos en la entraña de la Marie Seraphique avituallada desde Nantes1. No llevo cuerpo amarrado a las cadenas, pero en espíritu soplo en la molleja de cada uno de los esclavos un dictado de resistencia y el ansia de libertad. Sé también que Ananse muda en el vientre del bajel las sutiles tramas para camuflarse en las férreas cadenas por imprimir dejos de la hermandad fracturada. Ellos y ellas, por su parte, aún en la zozobra del mar, harán tambor de su plexo, y lengua de sus ademanes para entenderse los unos a los otros en el terror del vientre de la fiera ballena.
No sé ya por cuál voz hablo en esta algarabía de la Babel del mundo. En esta tempestad de El Globo soy unas veces Próspero y otras Calibán, y aún rechiflo endechas como leve Ariel, o suspiros como delicada Miranda e, incluso, soy la bruja Sicorax que urde enredos de magia, no sé si negra o blanca. Pues, en cualquier caso, estoy preso en unos versos del drama testamentario de Shakespeare, La Tempestad que recita en el Atlántico la rima de vientos y olas:
Somos aquel sutil velo/del cual están entretejidos los sueños, /y nuestra parva vida/se encierra en el círculo de una ensoñación. (Traducción libre mía).
Por cierto aprecio -entrañable poseso como so- , la recitada figura de los arquetipos propuesta en los lagos de Suiza por quien se llamara Karl Jung. Pero cuando el fantasma de Changó se adueña paradójico de burlados Prósperos – como a veces soy, amo ficticio- , nada nos aliviaría pensarnos como Hermes o incluso como el afín Tiresias, según fingí. Ni aún Dionisos, quien expirara al admirado Nietzsche, daría cuenta de tantas excéntricas demencias, como él sabía cuando decía que
para vivir es menester ser una bestia o un Dios. Falta un tercer caso; es necesario ser lo uno y lo otro: ser un filósofo.
Un pensar, por ende, siempre en el roce de lucidez trágica, como fuera el final de su vida. El panteón de los arquetipos que anidan en el cuarto de Alejo de tu duermevela es telar infinito, porque bien sabes que los actos tuyos y los delirios de tus conciudadanos de abajo a arriba, obedecen a rituales tercos y extraños sobreimpuestos a ese himen de conciencia leve como el de virgen doncella.
Me pienso como Changó desgarrado. Cuando plantó los fantasmales pies en el destino de Cartagena, el arquetipo venido del sur de Nigeria, exiliado de la religión yoruba con tantos otros parientes como Eleguá y Ochún, debió pagar leonino derecho de aduana, del cual derivaría la incierta ventaja de los desgarrados: el varón guerrero del alma por la justicia debió investirse como Santa Bárbara Bendita para ser pasable en el celado vergel católico. Mal llaman sincretismo a este travestismo, pues discierne el admirado Werner Jaegger que sinkrasis es mezcla perfecta, y aunque muy simbólico el enlace de una deidad yoruba con una santa católica es más bizarro e impar, como suele ser toda mezcla en este alambique misterioso del orbe, donde se fragua la mal llamada raza cósmica de Vasconcelos o, en mejor sentido ,la alquimia incierta de pueblos mundos.
Desgarro mi piel y mi alma cuando me sé poseído por el daimon de Changó. Mi primer nombre no se ofició en la pila bautismal católica, sino en el hechizo pronunciado por la partera al salir de la matriz el 22 de enero de 1946:
-Este no es un niño, mi señora. ¡Es un Marrano congo!
Como quien dice, judío converso, empero recelado y quizás expulsado a Fez, mal conjuntado con un animista bantú, palo de congo. Soy entonces quizás un Lucumí, el amigo de Changó, tan aterido como un congo encerrado en El Corazón de las Tinieblas, la novela de Conrad sobre el terror de las plantaciones belgas del caucho, simétricas en su horror a las de Putumayo. En expiación y sacrificio estamos ombligados. Certifico que el arte mayéutica no es patrimonio del amado Sócrates, ni de la angélica Diotima, pues también en mi iniciación hacia el descenso a las entrañas de Colombia, obraba la tejedora Ananse para sellar el ombligo en dolidas hermandades imaginarias.
Parecería puntada esquiva sin dedal, pero acaso los misteriosos orígenes sirvan para develar el enigma de la pareja de la venezolana Lola y del parejo colombiano quienes, al dar pasos adelante y atrás,, intentan en vano ombligarse en el baile. Dejo entre el tintero del nigromante que soy la brea de otros tremendos nudos que acaso algún día se revelen en la novela inacabada Marrano Congo. Anima Excripta.
Baste sospechar que yo soy la encarnación del duende que arrastra a la dolida patria y con ella he rozado mil veces hasta el éxtasis la agonía de la muerte, para que de sus sombras se extraigan luces del destino angelical y sabio, si la clarividencia amanece. ¿No es tal la dirección celestial a la que apunta la mutación de un daimon africano en una santa católica? Pues más que el México enamorado del Día de los Muertos, y más que la herida España de la guerra civil hasta el tránsito a la democracia, el devenir de estos pueblos mundos prietos de Colombia se juega, no en el senda del ángel, o en la vía de la intermitente musa, sino en la patética mascarada de la muerte apurada por el duende. Fue la lección suprema de amado Federico García Lorca en Juego y Teoría del Duende, donde dibujó el destino fantasmal de los pueblos ladinos. Allí se cifra nuestra confusa entelequia.
Por mor de claridad yo, tenso entre el daimon de Changó y la beata Bárbara, me invisto de todos los cruces de la pirámide de castas tiznadas por negra tintura: soy mulato, morisca, chino, saltaatrás, loba, gibaro, albarazado, cambuja, sambiago, calpamulata, no te entiendo, torna atrás. Soy el arrochelado y la palenquera, el cimarrón, el esclavo fugitivo, pero quizás de todas las figuras la que más casa con mi condición fantasmal sea la de tente en el aire, ángel, como quisiera, pese a ser daimon.
Porque tal es la condición de Colombia. Ni todavía infierno, aunque casi no sale de la caldera mefítica, ni menos paraíso, aunque destella como promesa, la raíz del patronímico de Colombia arroja muchas luces. Fue adoptado como sello de la posible Gran Colombia en la estancia de Francisco de Miranda en las trece colonias de Estados Unidos por la época de la Revolución de 1776. Se inspiró en una esclava de Gana elevada al empíreo de la poesía inglesa tras ser bien domesticada por una familia noble de Boston: Philipe Wheatley era su nombre y el poema suyo fue uno de tantos tributos a Colón en la vecindad del tercer centenario de su arribo a América. Piel negra, máscara blanca, su destino se fundió con el espectro de Colón en el desvarío de la rueda de la fortuna, y por ello prefiguró nuestra condición ciclotímica: la esclava arrancada del África y elevada por su talento a la nobleza, se precipitó al final de sus días en la miseria social.
“¿Qué es ser colombiano?” –preguntaba en el relato Ulrika de Borges una noruega a un profesor de Los Andes (entiéndase una Universidad, pero por cierto la triple cordillera). A lo cual el académico respondió: “-no sé. Es un acto de fe”. Fe es decir credo y, por ello, ficción. Es la misma fe ambivalente de Colón y de los habitantes entre la sabiduría espiritual y el destello de fetiches Dorados –oro amarillo, oro negro como se llamó al petróleo, leche argentada del látex del caucho, el oro blanco de la coca llamada por un expresidente de Colombia, Alberto Lleras “la venganza de Moctezuma”, codicia crematística o avidez por la tierra y el subsuelo, como signo de la libido dominandi y la libido possidendi. Penamos entre tierra y cielo.
He ahí una de las tres notas dominantes de nuestro devenir como pueblos condenados a la potencia de cinco veces Cien Años de Soledad. No distinguimos entre el embrujo virtual y la tozuda realidad. Nuestro nudo borromeo –imaginarios, símbolos y realidades- confunde lo virtual con lo tangible, con escasa moderación de la poiesis simbólica: tal fue el fasto del barroco para simular a distancia la presencia de Dios y Rey, o del neobarroco republicano con su retórica tantas veces vaciada de contenido sustancial. Entre fetiches simulamos.
El segundo atributo se contiene en un retruécano: no somos donde estamos y no estamos donde somos. Lo próximo es ajeno, lo lejano es vecino. La inquietud del radical descentramiento se debe a que el centro se figura allende: Madrid, Londres, Bremen, Miami, la bolsa de Nueva York y hasta Pelín. Cuando topamos a Changó tropezamos con Santa Bárbara.
El tercer rasgo es un desplazamiento continuo de topos y de tropos. Desplazados fueron los entonces “desperaos” conquistadores, aunque por capricho hispano. Desarraigados de cuajo los africanos. Y desplazados de su lar los indígenas. Y todos nos mezclamos entre la desesperanza, la nostalgia y la utopía. La mutación simbólica no es menos sorprendente, desde los cambios de ropaje monárquicos por republicanos, hasta la mascarada de fantasmáticas ideologías.
Empero, del dolor brota la resiliencia; del comenzar a comenzar, el bálsamo de aprender a desaprender y a reaprender a golpes. Y, ante todo, del defecto, la deriva a una gran virtud: si en ese pasaje medio milenario por los desiertos, nosotros envidiábamos ser como otros, hoy nos hallamos ante una sorprendente paradoja, pues el orbe comienza a parecerse a nosotros por descentrado, virtual, hechizo y por vertiginoso desplazamiento de poblaciones y símbolos. Tal vez en la alquimia sorprendente de un mundo atmosférico y cuántico, estrujado por tantos riesgos y posibilidades de cismogénesis, se halla consolación, porque el sufrimiento nos habilite para lidiar con la complejidad del orbe, a condición de que, entre la telaraña imaginaria y la terca realidad, asentemos la potencia de la poiesis simbólica, no solo por la comprobada creatividad estética, sino para la recreación política, pues a falta de ella seguiremos penando purgatorios con el riesgo de involución infernal.
Tú, quien entre tantos millones de millones de palabras leídas y escritas, fincas siempre en el blanco entre las letras; tú, quien en la infinita vocinglería del orbe siempre partes del silencio y a él retornas; tú, quien al asomarte al espejo siempre certificas el vacío, ruega al Santo Espíritu por el don de sabia clarividencia para traducir con gracia la perplejidad en complejidad pensada. Porque tu nación es un rompecabezas en el rompecabezas del globo.
Un caribe insular destella en el archipiélago de San Andrés y Providencia con un pueblo multicolor que semeja un bazar multiétnico de África. Un litoral atlántico multiétnico y festivo se extiende por 1600 kilómetros entre el Cabo de la Vela, al este, y en el oeste al cabo Tiburón tocante con Centroamérica; y entre los dos extremos alberga allí un municipio limitrofe con Venezuela con predominante población árabe, palestina y musulmana, Maicao, y allá otro llamado Lorica, apodado , Saudita por su notable población libanesa ornado con una gran estela en homenaje a las palabras españolas de raíz arábica. El corto y espeso tapón del Darién, donde comienza Centroamérica será evocado por quien lo atravesara en 1516, Núñez de Balboa, quien luego perdiera su cabeza, decapitada como fuera del Estado colombiano la testa de Panamá por el tajo del canal impuesto por el Destino Manifiesto en 1903 como pena por la guerra de los Mil Días que sepultó prematuros a 300.000 hermanos contendientes y tajó a Colombia de Centroamérica (Riveros, 2019).
Por la ruta de Pizarro, hacia el sur del Pacífico, la costa se extiende por 1.700 kilómetros, donde se escondió entre espesas frondas, manglares y ríos caudalosos una buena proporción de la diáspora del esclavismo africano, al norte del primer Reino Zambo del Mundo erigido por fieros cimarrones en la población de Esmeraldas de Ecuador. Puntos de fuga, tanto por el norte del golfo de Urabá y el Darién, como abajo en la frontera litoral con Ecuador, allí se cela la mayoría de cocinas de la cocaína, producto del cual Colombia exporta el 70% de la que consume en su mayoría el estupefacto orbe noratlántico, el cual lidia entre la euforia y la depresión. Son resguardadas con ejércitos paramilitares que siembran terror, desplazan y envilecen.
En la esquina noroccidental de Colombia dan pesar los migrantes de Haití, otros miles de miles de cubanos, y no pocos africanos quienes, desde Brasil ,intentan ascender a los Estados Unidos por entre los carteles del Golfo de Urabá, la manigua con fieras y serpientes, y el relevo de vallas de obstáculos hasta el río Bravo. En Panamá estacionan 94.400 de los casi cuatro millones de migrantes y refugiados de Venezuela, según el cálculo de ACNUR/AMÉRICAS. Es de suponer que la mayoría de ellos se unen a los sobrevivientes de la travesía en su escalada hacia el norte, cada vez con menos éxito probable, debido a la tajante demanda de Trump de trasladar 16.000 guardas mejicanos a la frontera sur, a cambio de no aumentar la tasa de aranceles a la exportación de bienes mejicanos.
Por el sur, la frontera se extiende vecina a Ecuador con 586 kilómetros, en parte por el litoral pacífico, otra por los nudos andinos y al este por el Amazonas: menos de doscientos kilómetros separan culturas negras de las amazónicas, entreveradas en caleidoscopio mágico, pero muy lábil en el epicentro de la región que fuera asiento de amos y de esclavos en el siglo XIX, el Estado del Cauca. Por el puente fronterizo de Rumichaca, enclavado en el nudoso macizo andino, surtidor de los mayores ríos de Colombia, cruzan cada día cerca de 3.000 caminantes venezolanos hacia el sur (Barrientos, 2019). De los cerca de cuatro millones que ACNUR/AMÉRICAS calcula como migrantes y refugiados de Venezuela 1.300.000 quedan en Colombia. Perú es, luego, el mayor receptor con 768.148, seguido por Chile con 288.233, Ecuador con 263.000 y Brasil con 168.357.
Pero la emigración al sur se aprieta por mayores exigencias y controles en Chile, Ecuador y Perú, por lo cual se torna apremiante la presión hacia Colombia ante el bloqueo de las rutas de escape de norte y sur: pese a la presta hospitalidad institucional y social, los recursos y la capacidad operativa llegan al límite. No es un misterio que en esta elevada presión de la caldera se devela un cálculo geopolítico para comprometer a una mayor agencia del Estado de Colombia por el cambio de régimen de Venezuela en función de las ambiciones estratégicas de Estados Unidos por el control de las grandes reservas petroleras y mineras de Venezuela, enfrentadas en una nueva fase de la guerra fría – trasladada del Caribe al continente- a los de China, Rusia y Cuba, sin cuyo apoyo el régimen de Nicolás Maduro Moro habría caído en una de las tantas escaramuzas provocadas para tal fin. Es lo que distingue la intervención de la CIA en el golpe contra Allende de 1973, el cual entonces preparó el mayor laboratorio del monetarismo neoliberal, de un mundo multipolar hoy más complejo, en el cual, empero, las guerras regionales amenazan derivar en confrontaciones apocalípticas.
La frontera con Perú es, luego de la línea venezolana y de la brasileña, la tercera más extensa de Colombia con 1.626 kilómetros. Y cabe por entero en la región amazónica, como parte de la primera, y con la segunda. Fue el escenario de la feroz explotación de indígenas por el beneficio del caucho, semejante en su horror a la escenificada en el Congo Belga con los dolientes bantúes, narrada la primera en La Vorágine de José Eustasio Rivera, una de las tres mejores novelas colombianas, y la segunda en el estremecedor relato de Conrad, Hearth of Darkness, El Corazón de las Tinieblas, ambas cotejadas en un clásico de la antropología contemporánea: Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación. (Taussig, 2002). Allí se escenificó el único conflicto bélico fronterizo entre Colombia y Perú en 1933, breve por cierto.
La frontera con Brasil cuenta con un total de 1.645 kilómetros, siendo la segunda de mayor extensión de Colombia, empatando luego de torcerse de oeste a norte con la frontera entre Colombia y Venezuela. En esa vastedad, el problema de la migración cede ante las presiones internas por un expansionismo bárbaro: entre Venezuela, Colombia y Perú por intrusiones mineras y de ganadería extensiva aupadas por desplazamientos internos, también afectadas por el cultivo de la coca, más graves por la expansión de la ganadería intensiva en Brasil – primer exportador de carne del mundo- y por el salvaje cultivo agroindustrial de soya, aceite de palma e industria maderera. Todo conjura para avizorar un grave riesgo ecológico de terrible incidencia global debido a que:
el Amazonas ha experimentado una deforestación del 20% de su superficie —casi un millón de kilómetros cuadrados — y un calentamiento de un grado centígrado en los últimos 60 años (Romero, 2019; Semana, 2019).
Es explotación salvaje, porque bien se sabe que la riqueza del Amazonas estriba en la prodigiosa simbiosis de la fronda arbórea aérea, y no en un suelo frágil. Uno de los arqueólogos del campamento de Smara contó a este Griot que el Sahara fue bosque otrora, por lo cual el Changó que soy, observa con horror la posibilidad de desertificación del pulmón del planeta.
La frontera con Venezuela se extiende del Caribe guajiro al Amazonas en un tramo de 2.219 kilómetros.como la línea más extensa e intensa de tráfico internacional. Es aquí donde desemboca el narrador, este Marrano Congo que soy, para escudriñar los pasos para allá y para acá de la pareja dispareja de Lola y su fantasma colombiano en la danza del porro. Un porro muy melódico que detonaría la risa cuando se sabe que, en la jerga popular, porro designa a un cacho de marihuana, el hachís arábigo, que fue uno de los cultivos precursores de la coca sembrada en la Sierra Nevada de Santa Martha y exportada por las líneas de fuga de la frontera común del norte semidesértico de Venezuela y Colombia, antes de que las cocinas de la coca se trasladaran al golfo de Urabá, a la espesa selva del Catatumbo, al Magdalena medio, a la frontera entre la Orinoquía y la Amazonía, a la frontera rugosa entre Antioquia y Córdoba y a los bosques húmedos del litoral del Pacífico. Porque es un baile bizarro con muchas volutas estupefacientes. En un diálogo en Paris de Gabriel García Márquez con algunos amigos, el futuro Nóbel afirmó
que nuestros países Colombia y Venezuela, habían quedado mal partidos. Eran como el pan que no se supo cortar bien, pues la costa colombiana debió haber sido de Venezuela y los Andes Venezolanos de Colombia. Así habríamos tenido un país enteramente andino y otro caribeño” (Jiménez: 43, resaltado mío).
La sentencia cómica es sapiente porque la palabra “compañero” deriva de cum panis y por ende indica que en la mesa limítrofe el pan está tostado y tan mal partido y repartido que los supuestos compañeros pelearán por trozos y migajas. Pero la hiperbólica frase es un poco equívoca, puesto que no hay un solo pan de ajo mal tajado, sino algunos otros mendrugos asimétricos. Así que para volver “al baile de los que sobran”- por ilustrar el tópico con la letra de una famosa canción del grupo chileno Los Prisioneros que bien pasa como canto del migrante2- cabe preguntar de qué modo la pareja dispareja del porro reparte el pan y se alinea en posición de ombligo con ombligo. Sólo que García Márquez sea equivocó porque el pan es más largo que un croissant, ya que se extiende hacia abajo, en dirección a la Orinoquía y al Amazonas.
Aquí no cabe imaginar que entre los compañeros de mesa y entre los parejos del baile del porro y del “baile de los que sobran” medie la fantástica tejedora de Ananse para ombligarlos en una hermandad. Para explicarlo con una metáfora visual, la pintura bizantina es del todo inapropiada por plana y frontal. No sirve tampoco la perspectiva tridimensional del renacimiento. La mejor visión sería la del cuántico cubismo de Picasso tocado con el surrealismo, en el cual, para figurar el asunto, el ombligo se traslada a la oreja, y el pie a un brazo o, como en el juego de los espernancados, en el cual los cuerpos descoyuntados se entreveren por contorsiones inexplicables, o aún en gimnasias extremas donde los pies son manos y estas son plantas. La infaltable Wikipedia esboza los límites así:
La frontera con Venezuela cuenta con un total de 2.219 kilómetro., convirtiéndose así en la frontera más larga que posee Colombia con país alguno. Cubre un amplio territorio entre La Guajira y la Piedra del Cocuy (¡Sic! Gabriel Restrepo) en el río Negro, iniciando en la bahía de Cocinetas al norte para ir hasta los montes de Oca, luego por la cumbre de la serranía del Perijá hasta el río de Oro y por este hasta el Catatumbo, pasa después en línea recta por la confluencia…; sigue por quebradas … hasta el páramo de Tamá, allí encuentra el origen del río Sarare y por su curso hasta el Arauca para luego recorrer el Meta hasta su desembocadura en el río Orinoco; este aguas arriba hasta el Atabapo, pasa al río Guainía y finalmente llega a la isla San José en frente de la Piedra del Cocuy (¡Sic! Gabriel Restrepo)… Por medio de esta frontera ambos países comparten dos territorios continentales muy importantes: la Orinoquía, ubicada al sur del río Arauca y la cuenca del Lago Maracaibo...Está frontera de las más difíciles de trazar debido a los intereses de ambas naciones sobre los territorios a ambos lados de la línea limítrofe; igualmente es una de las que más problemas sociales y económicos posee. (https://es.wikipedia.org/wiki/Venezuela).
La cita sirve para demostrar la utilidad, pero también el cuidado en el uso de esta excelente biblioteca virtual como es la Wikipedia. Confunde Cocuy con Cucuí: Cocuy es una Sierra Nevada que obra como estrella fluvial tanto para el Lago de Maracaibo y el oeste de los Andes, como para la Orinoquía colombo-venezolana. Cucuí es un hito lítico en plena Amazonía. Por lo mismo no destaca el complejo trasiego demográfico, comercial y cultural en la Orinoquía, imponente y sui generis región, una de las seis grandes regiones de Colombia y un ecosistema tan único en el mundo como la Amazonía. De contera, el informe borra este linde austral de tantísima trascendencia, acaso por el equívoco mentado que recorta la visión de la frontera a la mitad andina, esto es, al pan croissant
Consta lo complejo de esta parte del mosaico a nuestro hospitalario anfitrión, Bachir Edkhil, por su asistencia al Encuentro Internacional de la Nueva Ruta por la Paz y la Educación celebrado en Tame, en el cual observó el vaivén permanente desde la colonia, la independencia -puesto que la ruta libertadora pasó de Angostura a Arauca antes de ascender a Pisba- y por las menciones al permanente vaivén republicano entre exiliados venezolanos - rebeldes refugiados en Arauca o movimientos subversivos colombianos amparados en santuarios de allá. Y mucho consta todo esto y mucho más –contrabando de gasolina, emigración de Colombia a Venezuela y reversa, tráfico de joropos junto a armas y estupefacientes, combates a diestra y siniestra, roces por indebido traspaso de militares respecto a los cambiantes mojones de un río caprichoso, que recuerdan los traspiés del baile de Porro Venezolano, pasito allá, pasito acá-; consta, reitero, al Marrano Congo que optó por radicarse como Santa Bárbara bendita en un Monasterio abandonado en esa periferia de la periferia, aquí impotente para religar como la tejedora Ananse a dos partes contrariadas. Y cómo pasma la pluma el escribano cuando recuerda la andanza de sombras chinescas, las cuales provenientes de la rivera derecha del río Arauca, fugan como almas extraviadas y en pena con sus hotos a espaldas, unos chiros mal acomodados en los morrales de dotaciones escolares tricolores en la época de esplendor de la Revolución chavista y con sabor agrio entre los labios cuando recuerdan los perniles de cerdo que la Revolución donaba como regalo navideño cuando se descompusieron en los últimos años en las bodegas de un barco y en una aduana torva de Colombia.
A veces los ombligos se rozan de modo casi trágico, como cuando dos fragatas rivales se codearon en la disputada zona limítrofe aledaña a la Guajira en 1989, a punto de disparar misiles en lugar de besos. Cuando Venezuela temió que se replicara en sus fronteras un ataque aéreo a los campamentos de las guerrillas colombianas atrincheradas allí, como el efectuado en Ecuador, amenazó enviar a su flota aérea de proveniencia rusa a bombardear vías y aeropuertos. El año pasado Colombia destinó en medio de su apretura fiscal tres billones de pesos para erigir un escudo aéreo. De allá amenazas, de acá truculencias, como la de apoyar al presidente hechizo y usar la excusa de ayudas alimentarias, concierto incluido, como caballos de Troya en el puente fronterizo de Táchira. Entre tanto baile funerario se cuela no poco humor, como cuando el embajador de Colombia ante la OEA, un reputado tramontano lefebrista3, alerta en torno a que la emigración de los cuatro millones de venezolanos era, en su miopía, un ardid de la tal Revolución Bolivariana para exportar un ejército contra las democracias latinoamericana. Así, pues, donde queda aquello de:
Pegaíto el ombliguito se baila este porro na´ ma´ (un pasito para acá). Para que baile, para que goce, te pongo a gozar (un pasito para allá).
Mucho quedará por relatar en estas fronteras híspidas y ariscas, tan llenas de trochas en los Andes, tan porosas en la Guajira, tan veleidosas como el curso errático del río Arauca, tan densas y espléndidas en la Amazonía. Mucho dolor y esperanza restarán apenas tartamudeados si penetrara en cada una de las latitudes y longitudes de Colombia y en los 1114 municipios del país, en especial del 89% de ellos anclados en la Colombia Profunda como cenicientas; muchas cicatriz – herida y sanación- en cada grado de latitud y de longitud: tantas fiestas; tantos asesinados, en medio siglo casi cien mil asesinados por paramilitares y 35.000 por la guerrilla, tantas masacres, tantos desparecidos; tanto esplendor y energía junto a tanta vileza.
¿Por qué razones se puede explicar una emigración venezolana de cuatro millones, precedida antes por una emigración de dos millones de colombianos al vecino país, de los cuales retornan ahora cerca de 700.000? Antes de responder a semejantes magnitudes interpongo un rodeo mediante un colofón al bautismo como Marrano Congo. De sociedades matrilineales africanas los antropólogos derivaron la noción de avunculado. En ellas los hermanos de la madre se erigen como figuras tutelares de los hijos de la madre, incluso de mayor porte que el padre carnal por influencia psíquica. La razón estriba en la traslación del afecto de la madre por sus hermanos varones, extendido a los lazos entre primos. Dos tíos maternos muy queridos por la progenitora, pobres entre pobres, pese a su ingenio, se casaron con dos esposas “costeñas”, zaheridas por la casta abuela paralítica medio católica y medio masona, por ser una nuera zamba de Montería y otra mulata de Ciénaga. Le horrorizaban las mangas sisas, el escote abierto y el tono altivo de una parla estragada de eses, como en el baile del porro (un pasito no má´). En la velación de la amada abuela parecida a Santa Bárbara, el hijo de la primera, mi primo, medio costeño y medio cachaco, ofició como esa figura liminal,, medio ángel y medio demonio que Giorgio Agamben califica como El Ayudante. Me llevó a un cuarto alejado del velorio para mostrarme unas revistas Playboy mal guardadas por el tío, traídas de un campamento petrolero donde trabajaba como técnico no calificado, pero ingenioso. Fue como si se cumpliera en 1960 línea a línea lo que Agamben publicará casi medio siglo después.
Ayudantes…fueron también como el compañero de escuela que nos pasó por debajo del banco las primeras fotografías pornográficas…Los ayudantes son nuestros deseos insatisfechos, aquellos que no nos confesamos siquiera a nosotros mismos, que en el día del juicio vendrán a nuestro encuentro…Ese día, alguno nos descontará nuestros rubores como pagarés para el paraíso. Reinar no significa cumplir con todo. Significa que lo incumplido es aquello que permanece (Agamben, 2002: 43).
Para disculpar tamaño desgarramiento moral, al cabo nimio, pese a todo, apelo al trasfondo homeopático que en muchas ocasiones se vale de la senda tortuosa de lo que llamamos mal, como expediente para una iniciación redentora:
Todo aquello que ahora nos aparece como canallesco e inepto es la prenda que deberemos rescatar en el último día, y quien nos guiará hacia la salvación será precisamente el compañero que se ha perdido por el camino. Es su rostro el que reconoceremos en el ángel que hace sonar la trompeta o en aquel que, distraído, deja caer de su mano el libro de la vida. La gota de luz que aflora en nuestros defectos y en nuestras pequeñas abyecciones no era otra cosa sino la redención (Agamben, 2002: 43).
Agamben eleva estos signos a la dignidad de una sabiduría teológica exquisita, pertinente por tornar en auxilio la tradición arábiga e islámica:
El capítulo 366 de Las iluminaciones de la Meca, la obra maestra del gran sufí lbn Arabi, está dedicado a los “ayudantes del Mesías”. Estos ayudantes (wuzara, plural de wazir; es el visir… encontrado tantas veces en Las mil y una noches) son hombres que, en el tiempo profano, poseen ya las características del tiempo mesiánico, pertenecen ya al último día. Curiosamente… ellos son elegidos entre los no-árabes, son extranjeros.. aunque hablan en su lengua. El Mahdi, el mesías que viene al final de los tiempos necesita de sus ayudantes, que son de alguna manera sus guías, aun si ellos no son, en verdad, otra cosa que la personificación de las cualidades o “estaciones” de su propia sabiduría. “El Mahdi toma sus decisiones y pronuncia sus juicios sólo después de haber consultado con ellos, dado que son los verdaderos conocedores de aquello que existe en la realidad divina.” Gracias a sus ayudantes, el Mahdi puede comprender la lengua de los animales y extender su justicia tanto a los hombres como a los djinn. Una de las cualidades de los ayudantes es… la de ser “traductores” (mutarjim) de la lengua de Dios a la lengua de los hombres. Según lbn Arabi, todo el mundo no es otra cosa que una traducción de la lengua divina y los ayudantes son…los operarios de una incesante teofanía, de una continua revelación. Otra cualidad de los ayudantes es la “visión penetrante”, con la que reconocen a los “hombres del invisible”, es decir a los ángeles y otros mensajeros que se esconden en formas humanas o animales.
Pero el ayudante debe desaparecer para que su mensaje sea recuperado a través de la falta y de la pérdida. Y ese fue el destino de mi tío y de mi primo. Se desplazaron como tantos emigrados a Venezuela y allí murieron casi al tiempo – el tío ya anciano, el primo en plena juventud-, ambos trizados porque eran andinos y caribes y no pudieron lidiar con el pan mal partido y repartido al que aludía Gabriel García Márquez. Cuando escribo estas líneas descubro que el infarto silencioso que experimenté en 1988, y por el cual llevo un corazón medio muerto y medio vivo, ocurrió de modo exacto en la coincidencia de la muerte de mi madre, de su querido hermano y de su hijo que desde entonces me dejó como un número primo, absolutamente irreductible a cualquier otro número, huérfano de la memoria de aquel período, cuando de la inocencia de la pubertad se asoma al misterio del vínculo entre sexualidad y muerte, más terrífico si el Marrano Congo experimentaba entonces el trance en un Seminario Católico enfundado como adolescente en una sotana. En esa noche de duración y atrición infinitas, me vi rodeado de velones y de mis hermanos e hijos. Luego tras el velo de una cortina azul comencé a transitar por el túnel negro con luz esplendorosa al fondo. Pero entonces me regresaron, porque apenas comenzaba mi tarea como ayudante de otros. Patria no solo es el lugar donde se nace sino también donde se muere. Así que en aquella noche llevo dolida en mi alma la doble ciudadanía como un colombiano y un venezolano.
Pero yo no soy ni Mahdi, ni Mesías. En la última entrevista antes de su muerte, Heidegger, aterrado por el automatismo de la técnica, dijo que solo un Dios podría salvar acaso a la especie humana. Difícil sería no reparar en su confesión tardía su nostalgia por el falso Mesías que fuera Hitler. Empero tenía cierta razón, sólo que la única salvación posible estribaría en la llegada del salvador encarnado en la multitud mundial: desde el humus y no de ningún Dios altisonante. No soy más que un ayudante minúsculo para acelerar esta posibilidad tan remota. En un libro publicado en 2002 establecí en tres renglones que, si se indagara de la A a la Zeta en los patronímicos colombianos, nunca se hallaría ningún salvador. Porque país que confía en un redentor que no sea el mismo pueblo está perdido (Restrepo, 2002, b).
Envié el libro al año siguiente al entonces Presidente Álvaro Uribe Vélez. Creo que leyó el libro y se irritó con mi vaticinio, porque el ideario que yo planteaba, semejante al de la Nueva Ruta Liberadora por la Paz y la Educación, fue abusado luego para utilizar el imán de los bicentenarios con la obsesión suya por una salvación con la terrífica enseña de la Pax Romana, un recrudecimiento por medio de la guerra, así fuera con el lema de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, esto es con la complicidad del paramilitarismo y con la vista indiferente ante el expediente militar de inducir cerca poco más de 6.402 falsos positivos, ingenuos jóvenes de hogares pobres llevados al sacrificio, para satisfacer las estadísticas de bajas enemigas y con ello propiciar un tercer cuatrienio del régimen por reverencia hechiza al ficticio Mesías.
Resumiré las causas de la doble migración, primero el pasito para allá –la gran migración colombiana a Venezuela-, luego el pasito para acá- la migración de Venezuela hacia acá, doblada en número. Del lado colombiano bastan pocos datos. Si bien el manejo económico es cautivadoramente cicatero por herencia del bendito grano del café arábigo que llovió en la primera mitad del siglo pasado como el maná salvador de una pobreza franciscana y amparó una industria nacional en el país andino, desde entonces no poco se salió de madre por el petróleo y por la coca. Esta ha acelerado una pavorosa contrarreforma agraria, al tiempo que la política económica y social en los últimos sesenta años decidió aventurarse por el camino de transición de una sociedad semi-servil a una capitalista que algunos marxistas denominaron como el lento y gravoso modelo prusiano Junker: sin tocar los grandes latifundios, se indujo, por ilusión o fuerza, el traslado masivo de campesinos del agro a la ciudad, convertidos en obreros rasos para la construcción de vivienda y, con ella, el ensanchamiento del sistema financiero y una supuesta demanda urbana para convertir haciendas en agroindustrias.
Sueños rentísticos y especulativos. La inequidad en Colombia es la más severa en el mundo, luego de Haití y Angola. En el campo ayuno de vías terciarias, crédito, tecnologías y con una pésima educación, la inequidad sumada a la pobreza extrema es más severa, agravada por las violencias a diestra y siniestra, ambas demenciales, con duración inacabada de más de medio siglo, todavía duraderas debido a una paz imperfecta y frágil. El mayor banquero figura entre los cincuenta multimillonarios del orbe, sin olvidar que solo ocho de ellos acaparan la riqueza que araña la mitad de la población mundial.
La inequidad responde a la concentración del poder económico, político y mediático en pocas manos y a un poder académico irrisorio y marginal, debido a que la inversión en ciencia y tecnología es menor a 0.23%. Dadas la inequidad y la horrorosa guerra sucia, el país ostenta otro record macabro: desplazó a Siria como la nación con mayor desplazamiento interno forzado: a diciembre de 2016 fueron 7.2 millones internos, la mayoría pobres negros e indígenas (CNN, 2017). La cifra se elevó a 7.5 en 2018 con mayor incidencia en la frontera con Venezuela, la zona colindante con Panamá, Chocó, Antioquia y Nariño, allí donde se hallan las cerca de 200.000 hectáreas de coca y con tendencia creciente de desplazamientos masivos, de 59 en 2017 a 51 al año siguiente y a 99 en lo corrido del año. (El Tiempo, 2019, 21 de junio).
En tanto, la tasa de muertes en el mundo por sobredosis de estupefacientes en Estados Unidos ha aumentado en 160% en los últimos cinco años y el consumo en 40% (El Tiempo, julio primero de 2019). Las medidas contra la droga tocan apenas la espuma de los dineros que en la suma gruesa reciclan los sistemas financieros mundial y nacional. Cuando el número de hectáreas desciende y,, con ella la producción, la menor oferta aumentará el precio y por ende la resiembra y el beneficio. Es un nudo sin otra salida que la legalización, pero de resolución imposible en el orden actual del mundo, como lo planteara el mismo pontífice del neoliberalismo, Milton Friedman. Pero el supuesto control de la producción sirve como medida para alinear a Colombia en los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, como ocurre ahora con la crisis venezolana, y como se experimentó en la amenaza de Trump de subir los aranceles a las exportaciones mejicanas.
Así, pues, la avalancha de migrantes venezolanos se entrecruza con los aludes del desplazamiento forzado interno: atmósfera enrarecida como gas sometido a intensa presión, con riesgo de que una chispa estalle una conflagración debido a que el gobierno vacila entre la paz y la guerra; las disidencias adquieren mayor control territorial; el Ejército de Liberación Nacional se halla activo; y las bandas paramilitares de narcotraficantes ejercen control territorial en zonas críticas, junto a amenazas de un fantasmal, pero no menos activo grupo denominado con el signo macabro de Águilas Negras, de corte fascista, y al riesgo de confrontación internacional por cualquier incidente menor.
Del otro lado del espejo ahumado, el balance de causas se puede simplificar. La frase de la campaña de Clinton en las elecciones de 1992 vale a la perfección para el manejo de la economía venezolana: “es la economía, estúpido”. Quien quiera hallar razones para la profunda crisis económica del vecino país, condensada en una inflación que sube del millón por ciento, un descenso grave del producto interno, una parálisis de la producción, desabastecimiento, deterioro de la capacidad productiva, disminución de la producción petrolera, desempleo, inseguridad, entropía de los servicios sociales, bien puede acudir a un muy bien documentado análisis de Tomás Straka, el colega venezolano que nos acompañara en el Foro de Tame: Veinte años de chavismo: el quiebre del “Estado mágico’’ (Straka, 2019).
La palabra “mágico” no obligaría a acudir a las leyendas en torno a los rezos y ritos de santería y otras devociones populares usuales en Chávez y en Maduro. Al examinar la depresión mundial de 2008, el filósofo alemán Peter Sloterdijk se refirió a una “harripoterización de la economía” por el abismo espectacular entre la producción real y las burbujas financieras. Pero la lista de las simplezas económicas de Chávez y Maduro engrosaría unos cuantos tomos risibles de eufemismos y de una magia escolar que sorprende a quien no traga entero los credos de marxismo o socialismo. No es que descrea yo de las muy buenas intenciones del socialismo venezolano. Pero de buenas intenciones está empedrado el infierno, y a nadie se juzga por talentos o intenciones, sino por lo que se haga o no se haga con ellos. Ni Keynes, ni Marshall, ni el Marx riguroso admitirían unas creencias que son propias de una falta de rigor crítico en el entendimiento de la economía y relucirían como el resultado de un marxismo vulgar pleno de fetiches y sofismas.
Baste indicar que el desastre económico que sufrió la llamada Revolución Bolivariana es el propio de uno de los fenómenos más diagnosticados en la teoría económica: la enfermedad holandesa, una que incluso puede rastrearse en la España del siglo de Oro, cuando el arribo masivo del metal depreció una industria y una agricultura mal amparadas por una mentalidad rentista y especulativa. El oro que llegaba de nuestras “Indias” se licuaba al depender España de importaciones de Flandes, Holanda, Francia e Inglaterra. Algo semejante ocurrió con el boom petrolero de Holanda en el siglo XX. O con el cobre en Chile. O con el café y el petróleo en Colombia. Fácil es acusar a otro de las propias irresponsabilidades. La simplicidad aquí era propia de un nuevo rico que gasta y desgasta cuanto toca. Es desconocer lo complejo de la formación tecnológica el creer, por ejemplo que la organización productiva se puede inducir luego por el simple decreto del “¡exprópiese!” y que campesinos y obreros acostumbrados a subsidios y dones del Estado se conviertan en granjeros o empresarios de la noche a la mañana, o que el cuerpo técnico de la empresa petrolera pueda ser reemplazado en un instante sin consecuencias graves. Lo mismo ocurrió con la ética: los boli-burgueses fueron un síntoma de envilecimiento de la economía y de la corrupción política. En el fondo, el nuevo régimen no rompió con los problemas estructurales de adecos y copeyanos. Y a falta del rigor científico y tecnológico tan dramático de toda América Latina y el Caribe quedamos expósitos a los imperios, cualquiera sea su signo, en los primeros albores de la cuarta revolución tecnológica, la simbolizada en el G 5. Y ya se sabe que, pese a cualquier retórica, los imperios se guían por intereses propios. El riesgo mayor consiste en que la caída del régimen se produzca con estropicio. Ningún gobierno de derecha o de izquierda de América Latina o del Caribe puede erigirse como modelo para un nuevo curso de acción. Menos aún el de Colombia, tan interesado en validarse con la caída del vecino. Así que sólo resta confiar en la sabiduría de los pueblos para que el desenlace sea menos catastrófico.
3. CODA: ¿Hay posibilidad de consuelo y aún de salvación?
El título y las conclusiones son por cierto trágicas, pero quizás sea mejor no edulcorar el hecho de que el mundo se halla en la antesala de un desastre ya cientos de veces vaticinado. Tal vez así se pudiera clamar por la urgencia de un despertar de la multitud, aunque el ritmo de aprendizajes hacia una nueva visión sea tan moroso y fragmentario.
Mi pesimismo se deriva entre tantísimas fuentes de la declaración del secretario de Estado de la Unión de los Estados Unidos, Mike Pompeo, en un mensaje muy difundido este año que transcribo traducido de su discurso, aunque vale la pena tomarse el esfuerzo de verlo porque los gestos son tan elocuentes como las palabras al revelar infantilismo y miopía aterradoras. La entrevista se titula: “Estados Unidos ve oportunidades en el derretimiento del Ártico” (hay abundante información en Google con esta entrada:
El Ártico está a la vanguardia de las oportunidades y las abundancias. Alberga el 13% del petróleo no descubierto del mundo. El 30% del gas no descubierto, oro, diamantes y millones de kilómetros cuadrados de recursos sin explotar; pesca en abundancia. Las reducciones constantes en el hielo marino abren nuevos pasillos y nuevas oportunidades para el comercio. Esto podría potencialmente recortar el tiempo que toma viajar (en barco) entre Asia y Occidente en hasta unos veinte días. Las rutas marítimas del Ártico podrían convertirse en los canales de Suez y Panamá en el siglo XXI (descargado de Facebook el 8 de mayo de 2019 y en cualquier caso se obtiene información bajo el título de “La doctrina Pompeo”).
¿Qué del calentamiento global? ¿Qué de los leones marinos que se suicidan al arrojarse a los acantilados? ¿Qué de los pingüinos cuando no encuentran el lugar de los nacederos en su travesía hacia el homing, el retorno a casa? ¿Qué de la progresiva extinción de los osos polares? ¿Qué de los árboles flamantes de Dubai con temperaturas de 65 grados?¿Qué de los elefantes cazados aquí y allá por la obsesión de la Asociación Nacional del Rifle por los trofeos? ¿Qué de los simios aterrados por la tala de los bosques de Indonesia para sembrar palma de cera? ¿Qué de los niños que perecen ahogados en el mediterráneo? ¿Qué de los veinte años de prisión a la alemana que tripula un barco de salvamento de refugiados? ¿Qué del padre y de la bebé ahogados al intentar surcar el Río Bravo? ¿Qué de los 64 millones de migrantes y desplazados forzados? ¿Qué de la predicción de Stephan Hawking en torno a la posibilidad de una destrucción de la vida a solo cinco segundos del estallido de una bomba nuclear con reacción en cadena o de la escasa posibilidad de supervivencia de la especie en trescientos años, cuando otros alertan porque el tiempo se recorta cada vez más?¿Que de la obsesión por el oro y los diamantes de Venezuela? ¿Qué de la no suscripción del acuerdo de Paris sobre el clima? ¿Qué del retiro del Comité de Derechos de la ONU y de la UNESCO?
¿Cuál es la ideología que sustenta el credo de Mike Pompeo? American First. El domino de la sociedad WASP, blanca, anglosajona y protestante. El diseño inteligente. La supervivencia del más fuerte. La segunda enmienda y la Asociación del Rifle que al decir de Peter Sloterdijk demuestran que Estados Unidos no se sometió a la castración de Hobbes, consistente en esa condición expuesta por Max Weber del control del Estado del ejercicio de la fuerza en un territorio. El consejo de Trump a los profesores para solucionar las masacres escolares es dotarse de más armas. La subordinación extrema de la cooperación a la competencia. El individualismo atomista. La confusión del oro con Dios. La entropía de la solidaridad. La reducción de la esfera civil. La pérdida absoluta de espiritualidad. El control telemático de la Matrix. La supremacía de la técnica y de la tecnología sobre la ciencia, y de ellas a las corporaciones. La conducción neo-esclavista de la multitud por la sociedad del espectáculo banal. La perpetua amenaza de la seguridad con gastos en armas que con una reducción acordada del cinco por ciento servirían para acabar la pobreza en el mundo. La inequidad. El espionaje masivo y el control de la conducta colectiva por algoritmos.
Muchos años antes de que Heidegger aseverara antes de su muerte que solo un Dios podría salvarnos de las cadenas de la técnica descoyuntada de la vida, el escritor sueco Stig Dagerman (1923-1954) escribió en 1952 uno de los más hermosos ensayos de todos los tiempos: Nuestra necesidad de consuelo es imposible de satisfacer. Allí concluía con un trágico canto del cisne:
me veré obligado a reconocer que el ser humano ha dado a su vida unas formas que, al menos en apariencia, son más fuertes que él. Incluso con mi libertad recientemente alcanzada no puedo destruirlas, sino solamente suspirar bajo su peso. Por el contrario, entre las exigencias que pesan sobre el hombre puedo distinguir las que son absurdas y las que son ineludibles. Para mí, un tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo: la libertad que procede de la capacidad de dominar su propio elemento. El pez domina el suyo, el pájaro el suyo, el animal terrestre el suyo. Thoreau dominaba todavía el bosque de Walden. ¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad? Debo responder: en ninguna parte. Si quiero vivir libre debo hacerlo, por ahora, dentro de estas formas. El mundo es más fuerte que yo. A su poder no tengo otra cosa que oponer sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo. Pues mientras no me deje vencer yo mismo soy también un poder. Y mi poder es terrible mientras pueda oponer el poder de mis palabras a las del mundo, puesto que el que construye cárceles se expresa peor que el que construye la libertad. Pero mi poder será ilimitado el día que sólo tenga mi silencio para defender mi inviolabilidad, ya que no hay hacha alguna que pueda con el silencio viviente. Este es mi único consuelo. Sé que las recaídas en el desconsuelo serán numerosas y profundas, pero la memoria del milagro de la liberación me lleva como un ala hacia la meta vertiginosa: un consuelo que sea algo más y mejor que un consuelo y algo más grande que una filosofía, es decir, una razón de vivir. (Dagerman: 21-22).
La meditación del formidable pensador fue con todo trágica, porque a los dos años se suicidó. Pugnar por la salvación del propio espíritu es una de las gestas más heroicas del mundo contemporáneo dados el hedonismo, las falsas verdades, el pulular de pasiones ácidas, tristes o violentas, el individualismo, la insolidaridad. Cualquiera que quiera redimir su destino como Changó deberá orar mucho a Santa Bárbara Bendita; cualquier Marrano Congo que se esfuerce por desatarse de las cadenas del sujetamiento hechizo de un mundo insolidario, ha de esmerar su compasión activa en la meditación y en el descubrimiento de las claves profundas de su vida, aquellas que lo hermanan como polvo de estrella al cosmos y a la vida en todas sus dimensiones; cualquiera que afronte el máximo dolor del mundo por ponerlo en la palma de su mano ha de convertirse en una especie de Tiresias, ciego a la vana pompa para abrirse a la visión de la eternidad que subyace escondida en el pasaje por la tierra.
Tal ha sido la inspiración para proponer el único camino de salvamento colectivo que hallo pasable en la actualidad para abrir el pasaje a nuevos mundos: una Nueva Ruta Liberadora por la Paz y la Educación, aunado a la estrategia de Sembrar la Paz desde las Raíces. Porque del odio, del resentimiento y de la venganza solo se engendran odio, resentimiento y venganza.
Concluyo con dos imágenes. La primera devela la inédita orientación que ha de asumir en este trance agónico la nueva Rosa de los Vientos. Data del geógrafo árabe ya mencionado Abū Abd Allāh Muhammad al-Idrīsī . Nacido en Ceuta y no obstante madurar su visión de la tierra desde la Corte normanda de Sicilia regentada por Roger II, propuso una inversión asombrosa del mapa de la tierra al situar arriba el continente africano y abajo el europeo, como si se anticipara a la dirección que ha de tomar el giro del mundo: la cooperación sur – sur:
Abū Abd Allāh Muhammad al-Idrīsī: Mapamundi perteneciente a la Tabula Rogeriana
La segunda visión es la de un video de la NASA producto de una observación satelital llevada a cabo entre 2007 y 2013 en la cual se muestra la interconexión del desierto del Sahara y el Amazonas.
https://naturalezaconderechos.org/2019/08/01/de-como-el-sahara-alimenta-a-la-selva-amazonica/
La distancia del Sahara a la Orinoquía y a la Amazonía es solo un poco menor a la suma de la extensión de las fronteras de los cuatro puntos cardinales de Colombia: 6630 kilómetros de fronteras frente a 7.586 que es el kilometraje que, según Jorge Elías, en el prólogo al libro de Claudia Riveros, separa a Marruecos de Colombia y es el que sobrepasan las arenas del Sahara, no 2.000 como transcribe el informe publicado (Riveros, 2019). El resultado es sorprendente para este Tiresias, Griot y Marrano Congo que escuchara con mucha curiosidad las indicaciones en torno a ls yacimientos de fósforo vecinos a Smara:
Se estima que aproximadamente 182,000 toneladas de polvo del Sahara atraviesan el océano Atlántico para llegar a América, siendo que, de ese total, cerca de 27,7 millones se precipitan cada año en la cuenca amazónica, siendo el 0,08% correspondiente al fósforo, importante nutriente para las plantas. Esta cantidad de fósforo, según el estudio, es suficiente para satisfacer las necesidades nutricionales de la selva amazónica perdida con las fuertes lluvias e inundaciones en la región: “Todo el ecosistema de la Amazonía depende de polvo del Sahara para reponer sus reservas de nutrientes perdidos” dijo el investigador principal, el doctor Hongbin Yu (NASA, 2019).
El drama del desplazamiento forzado interno acompañado de migraciones internacionales es un síntoma de un pasaje aún incierto, pero prometido. Nos hallamos en el momento de tránsito entre la domesticación local del neolítico, ocurrida hace cerca de doce milenios obrada por la sapiencia femenina, y en el preámbulo ahora de la domesticación global de la especie en la ecúmene, la residencia global, signada por la hermosa idea de habitar una casa universal de Salomón, expuesta por Francis Bacon en su Nueva Atlántida.
Hubo quienes no se domesticaron nunca y permanecieron como cazadores y recolectores: no son solo los homeless quienes reciclan en las calles urbanas las basuras, pues también son los especuladores financieros con sus capitales golondrina y los Odiseos y Ulises que fugan de las Ítacas por aventuras crematísticas que dejan en su revenue – ingresos- infinitos revenant, fantasmas de dolientes, náufragos, viudas, huérfanos, despojados, desplazados, desamparados. Domar y domesticar al dominador, amaestrar al amo por medio de la educación es el sendero de la No- Violencia más prometedor para despertar a tiempo si no queremos afrontar suicidio o extinción.
Amigos y amigas: si de la Sahara proviene el fósforo que da vida al pulmón del planeta, al África debemos el prodigioso paradigma de la No – Violencia. Si bien fuera precursado por Rousseau, los románticos, Tolstoi y Thoreau, fue Gandhi quien lo apropio en su estancia en África, aprendido de la resiliencia negra, sazonándolo con las tradiciones hinduistas y budistas. De allí bebieron Martin Luther King quien lo elevó a la gloria al fundir la resistencia negra con el espiritualismo bautista. Mandela por su parte lo confirmó en el camino de una infinita paciencia.
Es hora de resolver el sehnsucht y la nostalgia, literalmente el dolor en el regreso, por un homing, un retorno de toda la especie a la casa común, asentamiento en los nacederos de los incontables mundos de la vida. En esta senda la naturaleza que es nuestra suprema maestra nos enseña la vía a través del viento. Aprendamos de nuestra madre primigenia. Escuchemos sus quejidos y sus signos. Atendamos sus plegarias. Solo así encarnaremos la promesa de descubrir en la multitud el caleidoscópico rostro de Dios, aquel que habita en nosotros.
Amén e inshallah.
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NOTA: Ensayo con escritura experimental por tejerse entre mitos y sueños, presentado en la IV Edición del Foro Internacional Entre dos Orillas con el tema Migraciones, causas y efectos, organizado por la Universidad Mohamed V de Rabat y la Fundación Alter Forum Internacional en El Aaiún, Marruecos, 4 a 7 de julio de 2019. El ensayo fue escrito en el Seminario San José Obrero del corregimiento de la Esmeralda, en el municipio de Arauquita, departamento de Arauca, Colombia, límítrofe con el Arauca venezolano, en mayo del año 2019. No ha sido publicado.
Referencias
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EL ESPECTADOR. 12 Ago 2018 - 12:18. Remesas: una vía que tienen los venezolanos para sobrevivir
EL TIEMPO
-10 de junio Muñoz Bata, Sergio, 2019. “México cedió al chantaje de Trump”.
-06 de Junio, 2019. “¿Por qué Colombia sigue siendo primera en desplazamiento?”
-16 de junio de 2019. “La migración no cede” (reapertura de Frontera por Maduro).
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https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/polemica-por-cifra-de-deforestacion-en-la-amazonia-colombiana/42975
-Todos los documentos descargados de internet lo fueron en junio de 2019-
1 Barco negrero francés asentado en Nantes cuya historia se expuso en el Museo de Oro de Bogotá, Colombia, entre octubre y noviembre de 2018.
2 La letra de la canción se ajusta a la perfección al problema de las migraciones internas forzadas y a los desplazados y migrantes internacionales desalojados de la Mesa de Epulón del Banquete de un socialismo hechizo como es el de Venezuela y de una democracia imperfecta como es la colombiana: “Es otra noche más/De caminar/Es otro fin de mes/Sin novedad/Mis amigos se quedaron, igual que tú/Este año se les acabaron, los juegos, los doce juegos/Únanse al baile, de los que sobran/Nadie nos va a echar de más/Nadie nos quiso ayudar de verdad/Nos dijeron cuando chicos/Jueguen a estudiar/Los hombres son hermanos y juntos deben trabajar/Oías los consejos/Los ojos en el profesor/Había tanto sol/Sobre las cabezas/Y no fue tan verdad, porque esos juegos al final/Terminaron para otros con laureles y futuro/Y dejaron a mis amigos pateando piedras/Hey/Conozco unos cuentos/Sobre el futuro/Hey/El tiempo en que/los aprendí/Fue más seguro/Bajo los zapatos/Barro más cemento/El futuro no es ninguno/De los prometidos en los doce juegos/A otros le enseñaron/Secretos que a ti no/A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación/Ellos pedían esfuerzo ellos pedían dedicación/Y para qué/Para terminar bailando y pateando piedras”. Source: LyricFind. Compositores: Jorge Humberto González Rios. Letra de El Baile de los Que Sobran © Sadaic Latin Copyrights, Inc.
3 Referido a un cardenal epulsado de la Iglesia por resistirse a la secularización de los rituales medievales.