Revista de Filosofía
Vol. 42, Nº112, 2025-2, (Abr-Jun) pp. 35-52
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
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(CC BY-NC-SA 4.0)
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
Hacia una interculturalidad decolonial:
Interculturalizar, decolonizar y reconfigurar1
Towards a Decolonial Interculturality:
Interculturalizing, Decolonizing and Reconfigurating
Alexander Luis Ortiz Ocaña2
Universidad del Magdalena - Colombia
Ana Gabriela Maloof Díaz3
Universidad del Magdalena - Colombia
Habib Mejía Porto4
Universidad del Magdalena - Colombia
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.16517444
Resumen
Es imprescindible develar la configuración heurística de la decolonialidad con el fin de
configurar nuevas pedagogías y epistemologías. Por ejemplo, en el proceso de la
decolonialidad es básica la Epistemología Intercultural, por cuanto ésta nos permite
interculturalizar, decolonizar y reconfigurar. A partir de esta configuración tríadica en este
artículo proponemos la noción de Interculturalidad Decolonial. Ahora bien, el tránsito hacia
1 Artículo de reflexión derivado del proyecto de investigación financiado por FONCIENCIAS, Universidad del
Magdalena, Santa Marta, Colombia (Proyecto Escenarios formativos mediadores de las biopraxis de niños y
niñas en contexto de pobreza)
2 Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en
Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en
Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad
Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación. Recibió el premio a la excelencia educativa
2007 y 2008 otorgado por el CIHCE con sede en Lima, Perú. Mejor pedagogo novel de Cuba en el año 2002.
Ha realizado asesorías pedagógicas, talleres y conferencias en Cuba, México, Brasil, Ecuador, Venezuela,
Panamá, Chile, Paraguay y Colombia. Docente de planta de Tiempo Completo de la Universidad del
Magdalena. Email: alexanderortiz2009@gmail.com
3 Magíster en Pedagogía. Docente catedrática de la Universidad del Magdalena, Colombia. Estudiante del
Doctorado en Ciencias de la Educación Rudecolombia y Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia.
gabrielamaloof@gmail.com / ORCID: http://orcid.org/0000-0002-0017-7071.
4 Magíster en Educación. Docente catedrático de la Universidad del Magdalena, Colombia. Estudiante del
Doctorado en Ciencias de la Educación Rudecolombia y Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia.
habibmejiaporto@gmail.com.
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una ciencia decolonial intercultural requiere un paso previo: decolonizar las ciencias sociales
y humanas, ya que se han convertido en una empresa que produce solo conocimientos
estructurados de manera vertical, sintiéndose incuestionables, no valoran el diálogo de
saberes ni incorporan nuevas dimensiones de la vida del ser humano. Para ello, proponemos
la noción de Interculturalidad Decolonial y explicitamos la configuración tríadica de la
decolonialidad: interculturalizar, decolonizar y reconfigurar.
Palabras clave Decolonialidad, Epistemología Intercultural, Interculturalidad Decolonial,
ciencia decolonial, ciencias sociales y humanas.
Abstract
It is imperative to uncover the heuristics settings of decoloniality to configure new
pedagogies and epistemologies. For example, in the process of decoloniality is basic
Intercultural epistemology, as this allows us to interculturalizing, decolonizing, and
reconfigurating. From this triadic configuration in this article, we propose the notion of
Decolonial Interculturality. Now, the passage to a decolonial intercultural science requires
a previous step: decolonizing the social and human sciences, since they have become a
company that produces only knowledge structured vertically, feeling unquestionable, they
don't value the dialogue of knowledges or incorporate new dimensions of human life. To do
this, we propose the notion of Decolonial Interculturality and spelled decoloniality triadic
settings: interculturalizing, decolonizing, and reconfigurating.
Keywords: Decoloniality, Intercultural epistemology, Decolonial, Interculturality,
decolonial science, social and human sciences.
Introducción
A finales del siglo XX, Peter McLaren propone el multiculturalismo revolucionario
como plataforma política e ideológica para la configuración de una pedagogía crítica en el
siglo XXI. Contrastando con este multiculturalismo de occidente, la interculturalidad fue el
centro las colaboraciones de Catherine Walsh, convirtiéndose desde 1990 en uno de los
principios ideológicos del proyecto político de la Confederación de Nacionalidades
Indígenas del Ecuador (CONAIE).
Estas reflexiones refrendan la importancia de decolonizar desde la interculturalidad.
El discurso y la práctica de la interculturalidad requieren de la acción decolonizante y la
teoría de la decolonialidad. Esta no es posible sin la interculturalidad. Y viceversa. De esta
manera, la interculturalidad y la decolonialidad son inseparables. En este artículo
realizamos un análisis de la interculturalidad desde la perspectiva de la inclusión
socioeducativa, específicamente en Colombia como país pluriétnico y multicultural, en el
que son visibles la pobreza, la injusticia y la desigualdad social en contextos multiculturales.
Abordamos el trinomio interculturalidad, inclusión y decolonialidad. Desde esta línea de
pensamiento, caracterizamos la génesis del giro decolonial en las ciencias de la educación y
valoramos la posibilidad de desarrollar biopraxis pedagógicas decoloniales, introduciendo
la noción de interculturalidad decolonial.
Hemos expresado que la interculturalidad sin la decolonialidad no se manifiesta en su
máxima expresión. No se realiza con la misma intensidad crítica, incluyente y
transformadora. Asimismo, la decolonialidad se define por sus posibilidades de crear,
reinventar, construir, renovar y reconfigurar. La decolonialidad nos transporta a otras
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formas de conocer, saber, sentir, ser, pensar, poder y vivir. Al igual que la interculturalidad,
la decolonialidad se presenta en forma de acción, proceso, labor, proyecto, faena, gestión y
apuesta. Es nuestra jugada insurrecta, insurgente y propositiva, dinámica, siempre
cambiante, en movimiento, delineando caminos, edificando, forjando, transitando a través
de las configuraciones biopráxicas, mediante una afluencia que no tiene inicio ni fin, porque
no es una simple reacción a la colonialidad sino su contrapeso: no hay colonialidad sin
decolonialidad y viceversa. Por consiguiente, interculturalizar, decolonizar y reconfigurar
constituyen la configuración tríadica de la decolonialidad.
1. ¿Por qué una Interculturalidad Decolonial?
A finales del siglo XX, McLaren (1997a, 1997b, 1998) propone el multiculturalismo
revolucionario como plataforma política e ideológica para la configuración de una pedagogía
crítica en el siglo XXI. Contrastando con este multiculturalismo de occidente, la
interculturalidad fue el centro las colaboraciones de Walsh (2006a, 2006b, 2008a, 2008b,
2009, 2012a, 2012b, 2012c, 2014a, 2014b, 2014c, 2014d, 2014e, 2014f), convirtiéndose
desde 1990 en uno de los principios ideológicos del proyecto político de la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Esta organización definía la
interculturalidad como un proceso, una práctica y un proyecto político de transformación
estructural e institucional fundamental, que incluía la transformación radical del estado
(Walsh, 2014a, p. 20). De hecho, en la Constitución de Ecuador en 2008 se reconoce el
proyecto de un estado intercultural y plurinacional. Este fue una prioridad en la plataforma
política de la CONAIE. En este contexto, multiculturalismo, multiculturalidad e
interculturalidad no son lo mismo. Interculturalidad no es solo relacionalidad horizontal,
sino además, la reconfiguración decolonial de la sociedad, la construcción y reedificación de
un proyecto societal diferente al actual.
Es notable que Walsh (2014a) desde esta época comienza a reemplazar sus
motivaciones sobre la pedagogía crítica por sus motivaciones hacia la interculturalidad como
proyecto político y epistémico. Esta noción se convirtió en el principio organizador de su
trabajo praxiológico y de su escritura, de ahí que emergieran intereses y proyectos diferentes
al de la pedagogía crítica que compartía con Freire, Giroux y McLaren. Esta autora concibe
la interculturalidad como proceso y proyecto epistémico, ético, político y social, la entiende
como un principio ideológico y político, inicialmente propuesto por el movimiento indígena
ecuatoriano -y no un concepto concebido desde la academia-, y desde esta mirada la
interculturalidad despeja horizontes y abre caminos que enfrentan al colonialismo aún
presente, e invitan a crear posturas y condiciones, relaciones y estructuras nuevas y
distintas” (Walsh, 2009, p. 14). Ahora bien, si bien es cierto que la diferencia de los pueblos
y nacionalidades indígenas no es solo cultural, sino esencialmente económica, política,
histórica y colonial, la interculturalidad no es una necesidad solo para los grupos indígenas
o poblaciones afro. Albán (2008) señala que la interculturalidad crítica es un camino hacia
el bienestar colectivo y el buen vivir, es un proyecto de re-existencia y de vida, y no solo un
proceso o proyecto étnicos o de las diferencias entre las culturas.
La interculturalidad es un proyecto/proceso que convoca a todos los seres humanos
preocupados por las configuraciones de poder que conservan y reproducen la
deshumanización, la racialización, la subalternización de seres, saberes y formas de vivir, el
racismo, la exclusión, así como la súper y sobrehumanización de algunos. El propósito de la
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interculturalidad como proyecto es “la transformación social y política, la transformación de
las estructuras de pensar, actuar, soñar, ser, estar, amar y vivir. En sí, no pretendemos
presentar la interculturalidad como nuevo paradigma totalizante, sino como perspectiva,
proceso y proyecto de vida por construir” (Walsh, 2009, p. 15).
En contraste con esta significación, Lorenzo Muelas, gran líder indígena colombiano,
Senador de la República y pro-indígena, alertaba a Santos (2008) sobre el peligro de la
interculturalidad como proceso que podría conseguir lo que los españoles no lograron:
destruir la identidad indígena. Y realmente es un riesgo que debe asumirse. Ahora bien,
debemos tener en cuenta que no existe una identidad pura y que la interculturalidad existe
en la práctica, es decir, toda identidad es intercultural. De ahí que la conservación de la
identidad se logra si se desarrollan acciones afirmativas e incluyentes, y si se establecen
claras relaciones de poder, lo cual solo es posible mediante la configuración entre la
interculturalidad y la decolonialidad.
La interculturalidad no debe analizarse solo como el simple reconocimiento
multicultural, ni como traducción entre proyectos civilizatorios, sino como el desarrollo
sostenible de las diferencias, tal como lo entiende Santos (2008), en el que todas las
identidades tendrían la oportunidad de desarrollarse sosteniblemente hacia delante: esa
sería la característica de un mundo intercultural” (p.77).
La interculturalidad implica que todos los seres humanos seamos interculturales, todos
seamos versátiles y plurales. Es decir, en un mundo intercultural la definición de la identidad
sería un proceso autoconfigurativo. Esto significa que seré afro no por el color de mi piel
sino porque asumo y aplico la cultura afro, seré mujer porque me gusta vivir en el
matriarcado y no porque haya nacido mujer, y para ser proletario no necesariamente tengo
que ser obrero, de lo contrario nosotros, académicos intelectuales, no lo seríamos. Sin
embargo, nosotros nos sentimos y nos asumimos proletarios. La identidad no es una
condición ontológica sino epistemológica, ética, política e ideológica. Es cierto que hay
condiciones necesarias, pero una política de las identidades trabaja las condiciones
necesarias no como irrelevantes, sino simplemente como necesarias, como que están ahí,
pero como una condición de la cual todos nosotros nos podemos liberar(Santos, 2008, p.
77).
En esencia, la interculturalidad es el proceso y proyecto "otro", de
existencia que cuestiona y desafía la colonialidad del poder
mientras, al mismo tiempo, hace visible el problema de la dife-
rencia colonial. Al añadir una dimensión "otra", epistemológica y
de existencia a estos conceptos -una dimensión concebida en
relación con y a través de verdaderas experiencias de
subalternización promulgadas por la colonialidad-, la
interculturalidad ofrece un camino para pensar desde la
diferencia hacia la descolonización, la decolonialidad y la
construcción y constitución de una sociedad radicalmente
distinta. El hecho de que este pensamiento no solo trascienda la
diferencia colonial sino que la visibilice y rearticule en nuevas
políticas de la subjetividad y una lógica diferente, es crítico por el
desafío que presenta a la colonialidad del poder y al sistema
mundo moderno/colonial. (Walsh, 2012a, p. 76)
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Walsh (2014e) es una de las autoras del grupo M/C/D que más pone la
interculturalidad a dialogar con los conceptos de la colonialidad/decolonialidad, desde la
diferencia colonial. De esta manera, configura un pensamiento y posicionamiento "otro"
desde las fronteras y bordes de la colonialidad misma, estableciendo grietas decoloniales: de
subjetividades, epistémicas, políticas y sociales. Son un pensamiento y posicionamiento
que se mueven dentro y fuera de los espacios y lugares de enunciación, de subjetividades y
de agencias, simultáneamente rompiendo, rearticulando y abriendo las lógicas,
racionalidades, sistemas de clasificación y estructuras del poder que han sido concebidos y
usados en contra de los pueblos indígenas y negros” (p. 47).
A partir de lo anterior, la interculturalidad se traduce en un
proceso/lucha/acción/proyecto liberador que sueña una nueva sociedad sin subalternos.
Este proyecto se sustenta en nuevas condiciones/criterios/principios sobre el saber, poder,
ser y vivir; los cuales se convierten en ejes orientadores y cimientos praxiológicos para el
diseño de estrategias, mecanismos y dispositivos de la configuración sociocultural “otra”. La
interculturalidad lucha contra las formas estructurales de exclusión. Es decir, “una lucha
que no sólo pretende dejar atrás el legado colonial sino que, adicionalmente, se dirige hacia
la creación y construcción de un proyecto social, de autoridad política y de vida, un proyecto
con justicia, equidad, dignidad y solidaridad” (Walsh, 2009, p. 104). La interculturalidad
también indica la necesidad de trabajar en contra de la colonialidad, es decir, a
favor/desde/por/para la decolonialidad. Esto significa que la interculturalidad no es un
estado final sino una afluencia, una configuración de operaciones y acciones siempre en
curso y en continuo despliegue.
Estas reflexiones refrendan la importancia de decolonizar desde la interculturalidad.
El discurso y la práctica de la interculturalidad requieren de la acción decolonizante y la
teoría de la decolonialidad. Esta no es posible sin la interculturalidad. Y viceversa.
La decolonialidad y la interculturalidad están de esta forma
entrelazados. Entendidas desde las luchas pasadas y presentes, son
apuestas, procesos y proyectos políticos y pedagógicos de un
continuo marchar, de una acción perene -desde "abajo"- tanto de
fisurar y agrietar como de construir, crear y encaminar. Requieren,
de esta manera, no sólo nuestra vigilancia persistente de los
dispositivos y nuevas reconfiguraciones del poder ahora
"progresista", sino también un aprendizaje mismo sobre estos
dispositivos y reconfiguraciones nacionales y regionales -
ecuatorianas, argentinas, bolivianas, suramericanas-, aprendizajes
que podrían contribuir a nuevamente articular fuerzas ante la
actual fragmentación, y prender luces en medio de -y
esclareciendo- las tinieblas, que nublan la luz del día y con ella el
sendero por pensar-hablar-escribir-andar-actuar. (Walsh, 2014f, p.
75).
En no pocas ocasiones se confunde la interculturalidad con la educación intercultural
bilingüe, la educación intercultural general, la etnoeducación estatal o la filosofía
intercultural desarrollada por Panikkar (2006) y González (2008). Pero la interculturalidad
tiene un mayor alcance que estas otras concepciones. Ya hemos expresado que es un
proyecto intelectual y un proceso político encaminado a la configuración de modos “otros”
de saber, ser, poder, vivir. Es argumentar no por la simple relación entre grupos, prácticas
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o pensamientos culturales, por la incorporación de los tradicionalmente excluidos dentro de
las estructuras educativas, disciplinares o de pensamiento existentes o solamente por la
creación de programas "especiales" que permiten que la educación "normal" y "universal"
siga perpetuando prácticas y pensamientos racializados y excluyentes” (Walsh, 2009, p.
204). Esta autora afirma que todos hemos sido copartícipes de este orden colonial y que el
proceso de llevar a cabo lo decolonial implica asumir un trabajo de orientación encaminado
a "quitar las cadenas y desesclavizar las mentes (como decían Zapata Olivella y Malcolm X),
a desafiar y derribar las estructuras sociales, políticas y epistémicas de la colonialidad(p.
205), que se cimenta y afianza en configuraciones, patrones y matrices de poder,
permanentes en la actualidad, enraizados en entramados epistémicos (conocimiento
eurocéntrico), axiológicos (categorización de algunos seres como subhumanos), genéticos
(racialización) y socioculturales (subordinación o exclusión total de otras lógicas, filosofías
y sistemas de vida). De esta manera, la interculturalidad y la decolonialidad son
inseparables. Mientras la interculturalidad apunta a la necesidad de desarrollar
interacciones que reconozcan y enfrenten las asimetrías sociales, culturales, políticas,
económicas e institucionales, la decolonialidad apuntala los sentidos de no-existencia,
deshumanización e inferiorización y las prácticas estructurales e institucionales de
racialización y subalternización que siguen posicionando a algunos sujetos y sus
conocimientos, lógicas y sistemas de vida por encima de otros” (Walsh, 2009, p. 233).
Para lograr lo anterior no basta con aplicar las experiencias existentes de carácter
decolonial. Es preciso configurar nuevas experiencias y vivencias decoloniales, crear nuevas
condiciones, estructuras y relaciones, inventar nuevas nociones y conceptos, es decir,
fabricar nuevos lentes epistémicos y configurar unas racionalidades “otras” que nos
permitan comprender, interpretar y transformar el mundo en que vivimos. Esto se logra con
la creación de nuevos espacios de pensamiento y acción, aprovechando las fisuras
decoloniales que podamos develar.
Como se aprecia, en la mayoría de sus trabajos, Walsh (2006a, 2008b, 2012a) aborda
las nociones de interculturalidad y decolonialidad como dos nociones diferentes aunque
entrelazadas, pero esa conjunción “y” establece una diferencia, una distinción a nuestro
juicio nociva.
Por otro lado, Sánchez (2013) realiza un interesante análisis de la interculturalidad
desde la perspectiva de la inclusión socioeducativa, específicamente en Colombia como país
pluriétnico y multicultural, en el que son visibles la pobreza, la injusticia y la desigualdad
social en contextos multiculturales. Aborda el binomio interculturalidad e inclusión como
un debate académico en la configuración del concepto ciudadanía e intenta responder la
pregunta sobre cómo sería un Estado multicultural en América Latina. A nuestro juicio, este
autor está abordando la noción de interculturalidad vestida de multiculturalismo, por
cuanto lo que necesitamos en el Abya Yala no son estados multiculturales sino
interculturales, ya que la multiculturalidad es una condición ontológica de nuestros países,
aunque un Estado determinado lo reconozca o no. De esta manera, urge la configuración de
un estado no solo intercultural sino además decolonial. Asimismo, este autor propone la
noción de interculturalidad inclusiva, pero no la define, no la conceptualiza, solo la nombra,
y afirma una interculturalidad sólida y perdurable debe “acentuarse en una inclusión
imaginada enraizada efectivamente en la realidad del subcontinente, de manera que se
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abran espacios de debate público en torno a los problemas de exclusión e inequidad” (p. 81).
Desde esta línea de pensamiento, Ortiz (2017a, 2017b, 2017c, 2017d, 2017e) caracteriza la
génesis del giro decolonial en las ciencias de la educación y valora la posibilidad de
desarrollar biopraxis pedagógicas decoloniales, introduciendo la noción de interculturalidad
decolonial. Nosotros asumimos plenamente dicha noción.
Siguiendo este orden de ideas, podemos expresar que el debate sobre la
interculturalidad no se refiere solamente a elevarla a nivel de paradigma de la inclusión y
respeto por el otro. La interculturalidad debe cuestionar y problematizar la colonialidad y
develar la diferencia colonial. Es por ello que interculturalidad y decolonialidad constituyen
una configuración diádica que hace las veces de tesis y antítesis similar a un proceso
dialéctico cuya síntesis es la reconfiguración. Lo intercultural y lo decolonial conforman un
sólido entretejido que se sustenta en un pensamiento fronterizo y un posicionamiento
"otro": misiles que apuntan hacia los paradigmas eurocéntricos dominantes.
En la coyuntura actual de Latinoamérica, la interculturalidad ha perdido fuerza como
proyecto de transformación social, ha perdido su potencial crítico y de transformación, está
viviendo el preludio de su deceso, como lo vivió hace algunos años atrás la noción de
multiculturalismo. El concepto de interculturalidad hoy sólo conserva el "inter" en su
significado de relacionalidad, aplicado a las relaciones entre culturas y a las relaciones
epistemológicas y epistémicas, como por ejemplo la ecología de saberes y el diálogo de
saberes. Los gobiernos coloniales se han apoderado de estas nociones y las han incorporado
a sus demagogos discursos. Hoy la interculturalidad es una herramienta política de la clase
burguesa en el poder, una estrategia mediante la cual se solapan las históricas luchas por
configurar un continente "otro". Nos han arrebatado la episteme y la han convertido en
politiquería. ¿Podrán hacer lo mismo con la noción de decolonialidad? No lo creo muy
probable, porque el propio concepto de decolonialidad neutraliza y aniquila al colonizador,
ya que no puede utilizarlo, si lo utiliza se autodestruye. Al utilizarlo se rinde. El concepto de
decolonialidad es decolonizante. La decolonialidad decoloniza, la interculturalidad no.
La experiencia y la historia nos han hecho caer en cuenta que
vivimos una interculturalidad colonizada, vista y creada desde una
lógica occidental y colonial. Tenemos, por tanto, la gran tarea de
decolonizar la interculturalidad, reciclar el eurocentrismo,
desmonopolizar la vida desde nuestras resistencias y desde
nuestros proyectos, siguiendo los pasos de nuestros taytas, mamas,
amawtakunas; en fin, partir necesariamente desde el desaprender,
pasar por el reaprender hasta llegar a la reconstitución de los
pueblos, de la sociedad y de la vida. (Macas, 2012, p. 5)
Con relación a lo anterior, y conscientes de que vivimos en un mundo que sigue
reproduciendo y perpetuando el capitalismo salvaje, el neoliberalismo y la colonialidad del
poder, saber, ser y vivir, proponemos abandonar la noción de interculturalidad funcional,
relacional, e incluso la interculturalidad crítica e inclusiva, y asumir la noción de
Interculturalidad Decolonial.
Tubino (2005) propuso la interculturalidad crítica como proyecto ético-político. De
manera aún más amplia, Walsh (2014a) propone la interculturalidad crítica como
herramienta pedagógica que cuestiona de manera continua la racialización,
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subalternización, inferiorización y sus patrones de poder, visibiliza maneras distintas de ser,
vivir y saber, y busca el desarrollo y creación de comprensiones y condiciones que no sólo
articulan y hacen dialogar las diferencias en un marco de legitimidad, dignidad, igualdad,
equidad y respeto, sino que también -y a la vez- alientan la creación de modos "otros" -de
pensar, ser, estar, aprender, enseñar, soñar y vivir que cruzan fronteras” (p. 13).
Cuando esta autora habla de modos "otros", se refiere a distanciarse de las
eurocéntricas y occidentales formas de pensar, saber, conocer, ser, sentir y vivir, instauradas
en la razón moderna/colonial. Es por ello que no se refiere a "otros modos", ni tampoco a
"modos alternativos". No se trata de otras formas que superen las anteriores sino de formas
otras que coexistan con las anteriores, viviendo en los bordes, en las fronteras,
tangencialmente a la colonialidad, evadiendo las vivencias, historias y experiencias de la
diferencia colonial. Esto incluye las de la diáspora africana y su razón de ser enraizada en la
colonialidad (Mignolo, 2002a, 2002b). De esta manera podemos hablar de un pensamiento
otro, un posicionamiento otro, un paradigma otro, una pedagogía otra o una
interculturalidad otra.
Walsh (2012a) considera que “los términos por sí mismos instalan y hacen visible una
geopolítica del conocimiento que tiende a hacer despreciar y a oscurecer las historias locales
a la vez que autoriza un sentido "universal" de las sociedades multiculturales y del mundo
multicultural” (p. 120). Es por ello que diferenciamos el multiculturalismo y la
interculturalidad funcional y relacional de la interculturalidad que guía estas reflexiones,
que no es solo una interculturalidad crítica como la concibió Tubino (2005), sino una
interculturalidad decolonial.
La interculturalidad y la decolonialidad son complementarias. No hay
interculturalidad plena sin decolonialidad, y no hay decolonialidad sin interculturalidad
plena. Son dos caras de la misma moneda. A partir del reconocimiento de esta relación, es
que proponemos la noción de Interculturalidad Decolonial, la cual complementa, vigoriza y
fertiliza las concepciones de multiculturalismo, multiculturalidad, pluriculturalidad,
interculturalidad funcional, interculturalidad relacional, interculturalidad crítica e
interculturalidad inclusiva. Ahora bien, no puede quedarse como una utopía, el hecho de
fundamentar las relaciones que se vivencian con otras personas de otras comunidades, de
otras creencias, culturas, procederes, o simplemente de otros pensares y haceres, en un
diálogo, en una conversación donde exista: el fluir, el ir y venir de/en/ y con el “otro”, en el
consenso y en el disenso, dentro de las diferencias de los “unos” y de los “otros”. Como lo
afirman Esmeral y González (2015), “…asumir la interculturalidad como un criterio de
diálogo” (p.177). Y es precisamente este el punto determinante de la interculturalidad,
entendida como un proceso de configuración de los modos culturales, tradicionales, propios,
esenciales del ser, del vivir y del existir tan propios de cada comunidad o grupo, que puedan
convivir desde sus diferencias con las “otras” diferencias, sin conflictos, con respeto y
aceptación de lo otro existente. “Es un proyecto de re-existencia y de vida, un camino hacia
el bienestar colectivo y el buen vivir” (Albán, citado por Walsh, 2009, p. 203), donde puedan
converger ciudadanos del mundo con una cultura propia, con una identidad definida y un
auto-reconocimiento de lo que se es, se siente y se hace, respetándolo, asumiéndolo, pero
además, compartiendo y retroalimentándose con “otros” auto-reconocimientos.
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Lo anterior sería el fundamento de la interculturalidad decolonial. Sin embargo, la gran
mayoría de personas no son conscientes de la necesidad absoluta del “respeto activo”, de la
aceptación y del reconocimiento del “otro”, de esa persona que está al lado y que por
circunstancias egoístas, de ignorancia, políticas, económicas o simplemente voluntarias,
evaden o anulan tal necesidad. Es realmente decadente ver que una sociedad “tan
evolucionada”, tan desarrollada a nivel de las ciencias, la tecnología y en cualquier otro
ámbito que el conocimiento ha podido desplegar, exista una distorsión, una especie de
anacronismo, y por qué no afirmarlo, de “antagonismo” en las relaciones sistémicas del
conjunto social (incluido todos los grupos u organizaciones que involucren redes y conjuntos
de relaciones). Estos, producto de la inconciencia, intolerancia, irrespeto y deslegitimación
que se hace del ser, desde la propia gestión personal, es decir desde su estima, su amor
propio, a partir de su ámbito individual y que posteriormente traspasa esa frontera y se hace
una práctica social, política y colectiva de exclusión, de discriminación, de violencia que
irrumpe el cotidiano proceder de cada ser humano. Este caso lo vivenciamos mucho en
nuestro ámbito escolar, sobretodo, cuando los estudiantes o las estudiantes, no tienen el más
mínimo sentimiento de amor propio, de auto-reconocimiento sobre su cultura y sobre
mismos, al momento de relacionarse en el salón de clase con sus otros compañeros, los
dimensiona de la misma forma que a mismo, e igualmente los deslegitima, con su mal
trato, con su agresión verbal.
Durante el mes de febrero del presente año, en una de las clases de uno de nosotros
(Maria Isabel), sucedió algo que ilustra lo anterior. Escuchemos la voz de la propia maestra,
coautora de este artículo:
Estaba un grupo de estudiantes realizando un taller, cuando uno de
ellos se levantó de su silla y comenzó a insultar a su compañero -el
joven pertenece a la comunidad afro-colombiana, al igual que su
compañero-, exclamando estas palabras: Oye, negro bruto, ¿es que
no entiendes el tema o qué?, ¿o será que tenemos que explicártelo
con dibujitos?
Como fue algo que no se esperaba, el joven agredido se levantó muy
molesto y se marchó de la clase. Traté de persuadirlo para que se
quedara y de integrarlo al otro equipo, pero el joven estaba
frustrado, triste, se sentía denigrado. Me acerqué al otro joven, al
que lo agredió, le realicé una serie de observaciones con respecto a
lo que había dicho, y solo conseguí salir insultada, frustrada,
porque ese joven no quiso reflexionar, ni siquiera se tomó un
momento para evaluarse y repensarse, solo sigutranquilo como
si no hubiese ocurrido nada. (Arias, 2017).
Todo lo anteriormente explicado, traducido en un sentido epistémico, se le denomina
“colonialidad”, a través de la cual se siguen efectuando procesos “…que permiten que la
educación “normal” y “universal” siga perpetuando prácticas y pensamientos dentro de un
orden y lógica que a la vez y todavía es racial, moderno y colonial. Un orden en que todos
hemos sido, de una manera u otra, partícipes” (Walsh, 2009, p. 205).
La colonialidad es una práctica que ha proliferado desde mucho tiempo en el pasado,
sin que las personas o los colectivos lo hayan concientizado, o reflexionado sobre la
existencia de la misma, porque no saben de su existencia. La colonialidad es un asunto tan
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real y tan serio, se practica tanto, que se ha hecho invisible a los ojos y a la conciencia, pero
se visibiliza en las prácticas familiares, escolares, culturales, sociales, políticas, económicas.
Cuantas veces los docentes incurren en este tipo de prácticas que “creen” erróneamente
“válidas”, porque son las aceptadas, las impuestas por el Ministerio de Educación, por el
mismo mecanismo de la costumbre, como lo es, por ejemplo, el simple hecho de portar un
uniforme, esta acción tan superflua, lleva a generar condiciones de injusticia, de
discriminación e inequidad dentro de los centros educativos. Se excluye a una persona
porque no lleva consigo su uniforme, sea de diario o de educación física, y no se le permite
estar en la clase, se le priva del disfrute, del goce, del aprendizaje. Se le excluye de su grupo.
Qué manera tan sutil de ser y de hacer colonialidad. Y lo más paradójico es que esto se
enmarca y se legitima dentro del manual de convivencia de la institución educativa.
Parece que los docentes, los directivos y la misma comunidad escolar en general, no se
detuviesen a pensar, a reflexionar, que lo importante no es si existe o no el uniforme, si se
porta o no adecuadamente este, lo realmente esencial, es el proceso de aprendizaje, de
convivencia, del compartir, del conversar, del disentir en la clase. No es la forma lo más
importante sino la esencia. En una conversación con un grupo de estudiantes de grado 7°-1,
de la I.E.D. Tucurinca, uno de ellos expresó:
No es justo que nos saquen de la clase de educación física por no
tener el uniforme, en mi casa no hay dinero, mi papá no me ha
podido comprar el uniforme, y yo no puedo entrar a mi clase, yo
quiero jugar, compartir con mis compañeros y aquí no me dejan
porque si no tengo el uniforme, yo no puedo, y así nos pasa a
muchos del salón, eso me pone muy triste… (Arias, 2017).
Mientras se siga sujeto a lo externo, a la forma, la esencia quedará sustancialmente
subyugada y cualquier buena intención se veanulada por el proceder de la colonialidad
inherente que llevan las acciones no reflexionadas de cada persona en el medio o grupo
social en el que se desarrolla y se desempeñe.
Con esta descripción de lo narrado por el niño en el grupo de conversación, se pretende
mostrar de forma esencial la colonialidad que subyace en nuestro hacer como docentes, esto
lleva a reflexiones, a cuestionamientos como: ¿Qué otros haceres, sentires, ejecuta cada
persona (maestro, estudiante, padre de familia, vecino, entre otros) sin reflexionar, sin
cuestionarse hasta donde deslegitima al “otro” que está a su lado?, e incluso, que puede ser
a mismo, que se deslegitime cuando se subvalora, se anula, y no se auto-reconoce. ¿Qué
tanto nos deslegitimamos a nosotros mismos como para deslegitimar a otro y llegar a
anularlo y anularnos? Escuchemos nuevamente a María Isabel:
Desde hace muchos años he vivido la experiencia de la
deslegitimación, de la exclusión, de la discriminación, con dos
miembros de mi familia, mi sobrino que es autista y mi hija que
tiene retraso mental, ambos jóvenes ahora, siempre han sido
discriminados por ser diferentes, en el barrio, en la escuela, hasta
tal punto que mi sobrino Daniel tuvo que ser desescolarizado
porque lo mantenían por fuera del salón de clase y sus compañeros
no lo aceptaban y mucho menos sus profesores, cuando salimos con
él, las personas lo miran como bicho raro, creen que el no siente ni
entiende y mucho menos se imaginan cuanto le afecta a él todas
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estas acciones en contra de su ser. Así mismo a mi hija Linda, en la
institución donde estudia tiene que batallar todos los días con
personas que no la comprenden, que no la respetan, que no la
aceptan, que no la reconocen, siempre la tienen como la “bruta”, la
de menos, porque no asimila ni aprende al mismo ritmo que sus
compañeros, y sus profesores -algunos son tan miopes que no se
dan cuenta de su condición- la presionan, la hostigan con la nota,
con las exigencias, sin darse cuenta que le frustran sus sueños de
salir adelante, de realizar su proyecto de vida “diferente” pero tan
de ella, respetable como cualquier otro proyecto de vida de otra
persona. (Arias, 2017).
En casa somos “otros” tan diferentes cada uno, que hemos aprendido a compartir
nuestras diferencias gracias a la exclusión de los de afuera. Pero la diferencia no nos hace
más ni menos seres humanos, la diferencia comprendida con respeto activo nos humaniza,
nos convierte en más y mejores personas frente a las otras personas y seres existentes. Para
poder superar estas barreras, para llegar a reflexionar sobre las fisuras, sobre las grietas
como afirma Catherine Walsh, es necesario generar en las personas un proceso auto-
reflexivo, un nuevo proceso configuracional: “El ser humano es una configuración
biopsicocultural” (Ortiz, 2015, p.138).
Atendiendo a que somos una configuración, podemos realizar configuraciones de
nuestras propias configuraciones, es decir, reflexiones a partir de lo que hacemos, somos,
pensamos, vivimos, procedemos, sentimos, sabemos. Donde se integren nuevos procesos,
nuevos significados, nuevos sentidos a estas configuraciones (sentir, ser, hacer, saber, vivir)
de cada persona con respecto a mismo y a las personas que están a su lado, a las relaciones
que se establezcan. “Pero no, las que ahora prevalecen, que son carentes de respeto, de
afecto, de reconocimiento, sino que es necesario posibilitar los espacios en los que se
atiendan a las realidades poblacionales actuales, determinados por el ejercicio convivencial,
dialógico, participativo, que generen un mayor y mejor conocimiento de tales realidades en
su construcción” (Esmeral & González, 2015, p. 73). Y qué mejor construcción que generar
en la conciencia de las personas el proceso configuracional de la “auto-decolonialidad”, para
poder llegar a la “decolonialidad” a nivel político, social, cultural, pero a partir del SER de
cada uno y del colectivo, para poderla poner en práctica, para vivirla, sentirla, pensarla y
saberla. Es auto-crear y re-crear nuestra humanidad, humanizarnos, responder a unas
relaciones ético-políticas, al encuentro y al desencuentro respetuoso, afectuoso, donde no
exista imposición, solo respeto mutuo, activo: Tu vales, yo también. Tu sientes, yo también.
No estás de acuerdo, yo sí, pero sin agresiones, con un diálogo respetuoso, aunque no
estemos de acuerdo en lo que pensamos, aceptando y valorando lo otro, lo diferente.
La decolonialidad es la cara opuesta de la colonialidad, es liberación que ha trascendido
al capitalismo y a la modernidad. Y es precisamente este más allá el que involucra de forma
esencial, a quién enuncia, a la parte que crea la reflexión, es decir el quién hace la auto-
concienciación y se atreve a elevar su voz para visibilizar y mostrar que existen “otras” cosas,
“otras” vidas, “otras” culturas que no legitiman el dominio, la subyugación, el poder, la
subvaloración: “Hoy voces re-emergentes están enseñando otras posibilidades de dar con
vidas y mundos que ponen en cuestión el derrotero moderno, nos muestran que en el estado
de cosas al que hemos llegado, la indignidad y la barbarie han tocado fondo” (Borsani &
Quintero, 2014, p.17). Precisamente, este fondo de injusticia, de irrespeto, de sometimiento,
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dentro de cada uno de los contextos en los que se desarrollan las personas, genera
contradicciones, disensiones, violencia, maltrato, discriminación, infelicidad y hasta la
misma muerte. Todos estos procesos llevan a que no se valide, ni se valore, ni se reconozca
el ser de las otras personas, lleva a una auto-colonialidad, es decir, al olvido del consenso,
del acuerdo, del respeto activo por el “OTRO”, que no se encuentra en la misma circunstancia
del ser, del saber, del pensar, del hacer, del vivir, llevándole a ejecutar acciones violentas,
que deslegitiman, vulneran y aniquilan la existencia.
Los hechos políticos en nuestro país a nivel histórico, son un claro ejemplo y evidente
del cómo la colonialidad y la auto-colonialidad generan comportamientos, acciones,
configuraciones que se hace necesario desconfigurar, para crear o re-crear nuevas
configuraciones biopsicoculturales, en las personas y en la sociedad. Estas configuraciones
son la auto-decolonialidad y la decolonialidad, a partir de las biopraxis personales,
familiares, comunitarias, políticas, sociales, económicas y educativas.
La decolonialidad debe configurarse como un proceso, es decir, un algo que da origen
a muchas cosas, entre ellas el dialogar, el conversar, el generar a los que están al lado paz,
tranquilidad, armonía, es decir una buena vida -un buen vivir, un buen hacer, un buen ser y
un buen sentir- sin destruir, sin dañar, sin aniquilar, siempre en pos de la configuración
propia y colectiva, para “encontrar trascendencia y significado humano a la vida, en aportar
a la vida de otros…” (Ortiz, 2013, p.80).
La Interculturalidad decolonial se puede pensar a partir de este fragmento poético de
Fernando Coronil: “Podemos pensar un mundo donde quepan todos los mundos, en
cualquier idioma, con cualquier epistemología, pero este mundo será mejor si está hecho por
muchos mundos, mundos hechos de sueños soñados en catres de los Andes y en chinchorros
del Caribe, en Aymará y en español, sin que nadie imponga qué sueños soñar, hacia mundos
en los que nadie tenga miedo a despertar” (citado por Palermo, 2010).
La interculturalidad decolonial debe ser entendida como un proceso que busca
comprender nuevas formas o maneras de ser, de hacer, de pensar, de saber, de sentir, de
vivir, que vayan en orientación constructiva a nivel individual y colectivo. Se debe construir
desde el hogar, en las acciones y sentires frente a nosotros mismos, frente a los hijos u otros
miembros de la familia. Se debe construir en la escuela, frente al hacer y ser como maestros,
como estudiantes, como miembro de la comunidad. Se debe configurar con la sociedad
frente a todo aquel que se conoce y que no se conoce. Somos y nos hacemos más humanos a
medida que comprendemos y aceptamos al otro, en sus maneras “otras” de ser y proceder,
pero esos procesos, al igual que el mismo ser, se deben potenciar como pro-activos,
constructivos, inclusivos, que valoren, que se genere diálogo, conversación, acuerdos y
reconocimiento.
Cuando se trasciende la configuración en el ámbito familiar, se llega a configurar en el
ámbito educativo, social, político, intelectual, cultural y esta configuración también hace
parte de la interculturalidad decolonial. Se trata de ampliar los espectros de la existencia de
estos “otros” existentes invisibilizados que buscan ser reconocidos y aceptados.
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2. Configuración tríadica de la decolonialidad: interculturalizar,
decolonizar y reconfigurar
Hemos expresado que la interculturalidad sin la decolonialidad no se manifiesta en su
máxima expresión. No se realiza con la misma intensidad crítica, incluyente y
transformadora. Asimismo, la decolonialidad se define por sus posibilidades de crear,
reinventar, construir, renovar y reconfigurar. La decolonialidad nos transporta a otras
formas de conocer, saber, sentir, ser, pensar, poder y vivir. Al igual que la interculturalidad,
la decolonialidad se presenta en forma de acción, proceso, labor, proyecto, faena, gestión y
apuesta. Es nuestra jugada insurrecta, insurgente y propositiva, dinámica, siempre
cambiante, en movimiento, delineando caminos, edificando, forjando, transitando a través
de las configuraciones biopráxicas, mediante una afluencia que no tiene inicio ni fin, porque
no es una simple reacción a la colonialidad sino su contrapeso: no hay colonialidad sin
decolonialidad y viceversa. Esta dialéctica entre colonialidad y decolonialidad la bordaremos
en otras reflexiones.
Estos mismos criterios/condiciones/principios, son aplicables a la interculturalidad.
En estos discernimientos y escenarios se tejen y entrelazan ambas, cuales apuestas y
proyectos encaminados a construir y transformar, en los que la reconfiguración juega un
papel edificante. Interculturalidad y decolonialidad, juntas, “se esfuerzan por visibilizar,
cuestionar y subvertir los designios del poder y dominación, a la vez que incitan, apelan y
alientan horizontes, propósitos y estrategias de intervención” (Walsh, 2012c, p. 18).
La meta no es simplemente reconocer, tolerar ni tampoco
incorporar lo diferente dentro de la matriz y estructuras estable-
cidas. Más bien, es implosionar desde la diferencia en las
estructuras coloniales del poder como reto, propuesta, proceso y
proyecto; es hacer reconceptualizar y refundar estructuras sociales,
epistémicas y de existencias que ponen en escena y en relación
equitativa lógicas, prácticas y modos culturales diversos de pensar
y vivir. Por eso la interculturalidad no es un hecho dado sino algo
en permanente camino y construcción. (Walsh, 2012a, p. 103).
Interculturalidad, decolonialidad y reconfiguración, son tres sustantivos que se
refieren a procesos liberadores y emancipatorios. Cuando los seres humanos usamos
sustantivos para representar procesos, proyectos y apuestas, estamos ontologizándolos,
reificándolos, cosificándolos, como si tuviesen una existencia propia independiente de la
persona que lo despliega. De esta manera, externalizamos el proceso, y nos despejamos de
nuestra responsabilidad de agencia y ejecución. La ontologización de los procesos es nociva
para su comprensión y consecución, por eso proponemos la epistemologización. Es decir, no
asumir una concepción ontológica (sustantivo, ente, sustancia) del proyecto, sino una
concepción epistemológica (verbo, acción, proceso).
Cuando no hablamos ontológicamente sino desde una perspectiva epistemológica,
entonces no externalizamos el proceso, sino que lo asumimos como propio, lo asimilamos
como nuestro, lo subjetivizamos, nos hacemos cargo de él, lo comprendemos, lo llevamos a
nuestro corazón y a nuestra mente, no a una realidad externa a nosotros mismos. Esto
significa que lo hemos configurado y somos conscientes de su urgencia a partir de la
emergencia. Nos adueñamos de él. Es nuestro. Y es por ello que Walsh (2012c) propone que
la interculturalidad y la decolonialidad deben ser consideradas como verbos:
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"interculturalizar" y "decolonizar", lo cual implica poner a la vista no solo su sentido de
accionar, sino también el deber, compromiso y responsabilidad humana de agenciar y
actuar(p. 18). Ahora bien, teniendo en cuenta que la reconfiguración es la síntesis creadora,
desde una mirada dialéctica, mediante la cual la interculturalidad (tesis) y la decolonialidad
(antítesis) procrean, entonces ésta debe ser tratada como una acción decolonizante y
expresarse mediante un verbo también: reconfigurar. Por consiguiente, interculturalizar,
decolonizar y reconfigurar constituyen la configuración tríadica de la decolonialidad. En este
contexto explicativo, interculturalizar significa resaltar lógicas, racionalidades y modos
socioculturales de vivir históricamente negadas y subordinadas y hacer que estas lógicas,
racionalidades y modos de vivir contribuyen en forma clave y substancial, a una nueva
construcción y articulación - a una transformación - de orientación decolonial (Walsh,
2012a, p. 69).
En el contexto europeo el interculturalizar se entiende como un concepto de
interrelación o comunicación. En cambio en el Abya Yala, el interculturalizar “significa
potencia e indica procesos de construir y hacer incidir pensamientos, voces, saberes,
prácticas, y poderes sociales "otros"; una forma, "otra", de pensar y actuar con relación a y
en contra de la modernidad/colonialidad” (Walsh, 2012a, p. 104). La acción y proceso de
interculturalizar consiste en señalar y llamar la atención sobre la necesidad de visibilizar la
matriz, patrón y configuraciones de poder que dominan y subalternizan desde la diferencia
colonial. No nos referimos aquí a un pensamiento, voz, saber, práctica y poder más, sino
unos pensamientos, voces, saberes, prácticas y poderes de y desde la diferencia que desvían
de las normas dominantes radicalmente desafiando a ellas, abriendo la posibilidad para la
descolonización y la edificación de sociedades más equitativas y justas” (Walsh, 2012a, p.
104).
Por otro lado, decolonizar es esencialmente afrontar, desafiar y resistir dicha diferencia
colonial, intervenir y transformar las instituciones y entramados que de manera diferencial
asignan posiciones a racionalidades, ejercicios y/o grupos en el marco de una lógica
excluyente, racial, eurocéntrica, moderna/colonial. Es por ello que el interculturalizar y el
decolonizar deben ser comprendidos como una configuración diádica, dos procesos
entretejidos en una batalla común: una batalla de ideas y de pensamientos.
El entramado que conforman estas dos acciones decolonizantes está encaminado a
librar una batalla epistémica cuya teleología es hacerle frente, perturbar y desequilibrar las
configuraciones conceptuales, representaciones e imaginarios que sobre "América Latina"
han impuesto las instituciones nacionales, locales, regionales de cada nación, las élites de
éstas e incluso algunos científicos sociales trasnochados que han abierto sucursales
filosóficas occidentalizadas y eurocéntricas en nuestros países del Abya Yala. Además, un
propósito impostergable de dicha trama o red conceptual es reconfigurar dichos imaginarios
y representaciones, problematizando y cuestionando la nociva y generalizada idea de que la
modernidad tiene la supremacía epistémica, posee un conocimiento y una verdad universal
y, por tanto, sus problemas deben ser resueltos desde dentro de la propia modernidad.
Sabemos que la colonialidad es la cara oculta de la modernidad, y que la decolonialidad es
la alternativa de la colonialidad, por tanto la crisis de la modernidad no se soluciona dentro
de ella misma sino en/desde/por/para la decolonialidad. La enfermedad de la modernidad
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no se cura modernizando sino decolonizando. La modernidad no se debe modernizar sino
decolonizar.
Conclusiones
No debe existir dicotomía entre el interculturalizar y el decolonizar. El divorcio y
separación de estas dos operaciones es nocivo para el cumplimiento del proyecto ético-
político que refrendan. Finalmente, reconfigurar consiste en instaurar, establecer,
reinventar, renovar, remodelar, reformar y/o remoldar las configuraciones capitalistas
modernas/coloniales/eurocéntricas, desde las fronteras, desde la periferia, suspirando
desde los bordes geográficos, epistémicos, políticos y socioculturales.
Es evidente que el interculturalizar, el decolonizar y el reconfigurar son tres
operaciones que forman un entretejido. Ninguno puede existir sin el otro. Son procesos y
acciones que transitan juntos por la misma senda decolonizante. Interculturalizar desde una
mirada crítica y decolonial implica “transgredir, interrumpir y desmontar la matriz colonial
aun presente y crear otras condiciones del poder, saber, ser, estar y vivir que se distancian
del capitalismo y su razón única (Walsh, 2012a, p. 69). Igualmente, decolonizar no es
posible sin el proceso y acción de interculturalizar, de articular seres, saberes, modos y
lógicas de vivir dentro de un proyecto variado, múltiple y multiplicador, que apuntala hacia
la posibilidad de no solo co-existir sino de con-vivir (de vivir "con") en un nuevo orden y
lógica que parten de la complementariedad de las parcialidades sociales” (p. 69). Asimismo,
reconfigurar solo es posible en el mismo proceso de interculturalizar y decolonizar. De esta
manera, la acción de reconfigurar complementa, fertiliza y vigoriza la propuesta de
desaprender y de resignificar. Por un lado, porque es imposible desaprender lo aprendido,
porque tendrían que hacerle un trasplante de cerebro a la persona y ya no sería ella sino otra.
Y por otro lado porque los seres humanos constantemente estamos resignificando nuestro
vivir cotidiano, somos seres vivos dotados de sentido, atribuimos significado a nuestras
vivencias, experiencias, eventos, acontecimientos y situaciones vividas.
No desaprendemos nunca, resignificamos siempre, y reconfiguramos cuando
deseamos decolonizar. Es por ello que el reconfigurar deviene en la acción u operación
decolonizante que sintetiza en forma creativa la dialéctica compleja que genera el
entrelazamiento y entramado entre el interculturalizar y el decolonizar. Nos estamos
refiriendo a una configuración tríadica compleja. Esta configuración conceptual
comprensiva es por sí misma "otra", por cuanto su génesis no está en el norte global, es decir
no se origina en las instituciones geopolíticas de configuración de las epistemes. Es un
conocimiento científico que no responde a la academia y, a pesar de que emana de una
institución académica (los tres autores somos docentes de instituciones públicas
colombianas), deriva de un sentir-pensar-actuar que representa a los subalternos,
evidenciando el pensamiento del colonizado, que no se sustenta en las configuraciones de la
modernidad/colonialidad ni en los enfoques y postulados eurocéntricos y occidentalizados.
En este sentido, hablar de una configuración conceptual "otra" es útil para destacar lo
disyuntivo y antagónico de este pensamiento; es lo que la modernidad no podía (y todavía
no puede) imaginar. Es decir, aquello que ha sido construido desde las experiencias comunes
históricas y vivenciales del colonialismo y colonialidad; un pensamiento subversivo e
insurgente con metas estratégicamente políticas” (Walsh, 2012a, p. 55).
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Esta potente noción tríadica configurativa es muy útil para el establecimiento de
postulados epistemológicos flexibles, armónicos y coherentes, que no limitan la razón ni el
conocimiento, sino que permiten desplegar todos los sentidos, emociones y aptitudes
humanas. De esta manera se reta y se agrieta a la epistemología moderna/colonial, la cual
nos hace pensar que se llega al mundo desde el conocimiento-, alentando otra lógica epis-
temológica, la que rige y tiene sentido para la gran mayoría. Esa es: que se llega al
conocimiento desde el mundo(p. 126). Esto apunta a lo que Catherine Walsh se ha referido
en otros escritos como una epistemología y pedagogía decolonial (Walsh, 2008b, 2013,
2014a, 2014b, 2014c, 2014d). En este sentido, la interculturalidad crítica y la decolonialidad
“son proyectos, procesos y luchas que se entretejen conceptualmente y pedagógicamente,
alentando una fuerza, iniciativa y agencia ético-moral que hacen cuestionar, trastornar,
sacudir, rearmar y construir” (Walsh, 2014a, p. 13). Esta fuerza, iniciativa, agencia, y sus
prácticas, dan base para lo que esta autora denomina "pedagogía decolonial".
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REVISTA DE FILOSOFÍA
11 2 - 2025 - 2 ABRIL - JUNIO
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en JUNIO de 2025
por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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