Ortiz A., Maloof A., Mejía H. Revista de Filosofía, Vol. 42, Nº112, 2025-2, (Abr-Jun) pp. 35-52 45
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
estas acciones en contra de su ser. Así mismo a mi hija Linda, en la
institución donde estudia tiene que batallar todos los días con
personas que no la comprenden, que no la respetan, que no la
aceptan, que no la reconocen, siempre la tienen como la “bruta”, la
de menos, porque no asimila ni aprende al mismo ritmo que sus
compañeros, y sus profesores -algunos son tan miopes que no se
dan cuenta de su condición- la presionan, la hostigan con la nota,
con las exigencias, sin darse cuenta que le frustran sus sueños de
salir adelante, de realizar su proyecto de vida “diferente” pero tan
de ella, respetable como cualquier otro proyecto de vida de otra
persona. (Arias, 2017).
En casa somos “otros” tan diferentes cada uno, que hemos aprendido a compartir
nuestras diferencias gracias a la exclusión de los de afuera. Pero la diferencia no nos hace
más ni menos seres humanos, la diferencia comprendida con respeto activo nos humaniza,
nos convierte en más y mejores personas frente a las otras personas y seres existentes. Para
poder superar estas barreras, para llegar a reflexionar sobre las fisuras, sobre las grietas
como afirma Catherine Walsh, es necesario generar en las personas un proceso auto-
reflexivo, un nuevo proceso configuracional: “El ser humano es una configuración
biopsicocultural” (Ortiz, 2015, p.138).
Atendiendo a que somos una configuración, podemos realizar configuraciones de
nuestras propias configuraciones, es decir, reflexiones a partir de lo que hacemos, somos,
pensamos, vivimos, procedemos, sentimos, sabemos. Donde se integren nuevos procesos,
nuevos significados, nuevos sentidos a estas configuraciones (sentir, ser, hacer, saber, vivir)
de cada persona con respecto a sí mismo y a las personas que están a su lado, a las relaciones
que se establezcan. “Pero no, las que ahora prevalecen, que son carentes de respeto, de
afecto, de reconocimiento, sino que es necesario posibilitar los espacios en los que se
atiendan a las realidades poblacionales actuales, determinados por el ejercicio convivencial,
dialógico, participativo, que generen un mayor y mejor conocimiento de tales realidades en
su construcción” (Esmeral & González, 2015, p. 73). Y qué mejor construcción que generar
en la conciencia de las personas el proceso configuracional de la “auto-decolonialidad”, para
poder llegar a la “decolonialidad” a nivel político, social, cultural, pero a partir del SER de
cada uno y del colectivo, para poderla poner en práctica, para vivirla, sentirla, pensarla y
saberla. Es auto-crear y re-crear nuestra humanidad, humanizarnos, responder a unas
relaciones ético-políticas, al encuentro y al desencuentro respetuoso, afectuoso, donde no
exista imposición, solo respeto mutuo, activo: Tu vales, yo también. Tu sientes, yo también.
No estás de acuerdo, yo sí, pero sin agresiones, con un diálogo respetuoso, aunque no
estemos de acuerdo en lo que pensamos, aceptando y valorando lo otro, lo diferente.
La decolonialidad es la cara opuesta de la colonialidad, es liberación que ha trascendido
al capitalismo y a la modernidad. Y es precisamente este más allá el que involucra de forma
esencial, a quién enuncia, a la parte que crea la reflexión, es decir el quién hace la auto-
concienciación y se atreve a elevar su voz para visibilizar y mostrar que existen “otras” cosas,
“otras” vidas, “otras” culturas que no legitiman el dominio, la subyugación, el poder, la
subvaloración: “Hoy voces re-emergentes están enseñando otras posibilidades de dar con
vidas y mundos que ponen en cuestión el derrotero moderno, nos muestran que en el estado
de cosas al que hemos llegado, la indignidad y la barbarie han tocado fondo” (Borsani &
Quintero, 2014, p.17). Precisamente, este fondo de injusticia, de irrespeto, de sometimiento,