¿Una nueva fragmentación social? Estado y clases sociales objetivas y subjetivas en la Argentina de la década del 2000
Jésica Lorena Pla
Dra. en Ciencias Sociales. CONICET - Instituto Gino Germani.
Email: jpla@sociales.uba.ar
Resumen
El presente artículo expone los resultados de una investigación en la cual se abordan las percepciones de los sujetos sobre los procesos de estratificación, el análisis de las clases sociales y la movilidad social en la Argentina contemporánea, caracterizada por un modelo de intervención estatal que se consolida en el año 2007, y que establece un vínculo entre la cuestión del trabajo y las políticas sociales, poniendo la idea de “empleo” en el centro de las discusiones. Esta nueva relación entra en tensión con la ideología neoliberal de individualización, propia de la década neoliberal de los años noventa. Para abordar el problema de investigación se ponen en relación dos perspectivas teóricas, y una estrategia metodológica cualitativa (Echeverría Zabalza, 1999). Como técnica se utilizó el método biográfico. Las historias de vida se abordaron por medio de un análisis temático (y no la historia de vida como unidad en sí misma) desde una perspectiva comparativa (Bertaux, 1994; 2005). Reconstruimos las percepciones que los sujetos que atravesaron diferentes trayectorias de clase enuncian y construyen discursivamente, en lo que a mecanismos de intervención estatal refieren, y particularmente el modo en que esas enunciaciones se relacionan con las percepciones sobre el lugar que se ocupa en la estructura social y potencialidades de ese espacio, diferencialmente con otros. Concluimos que el resquebrajamiento del consenso neoliberal en relación a las formas de intervención estatal no necesariamente fue acompañado por un resquebrajamiento de los valores y principios en los cuales la sociedad organizó la vida común, conformó explicaciones y justificaciones sobre la desigualdad social.
Palabras clave: Clases sociales; movilidad social; cuestión social; Estado; Argentina.
Is it a new social fragmentation? State and social class, from an objective and a subjective point of view. Argentina in the first decade of 2000
Abstract
This paper presents the outputs of a research in which stratification, social classes and social mobility are approached from a perspective that incorporates the perceptions of the subjects regarding to the forms of construction of a symbolic normality about this issues during contemporary Argentina. In the last decade Argentina characterized itself by a model of state intervention that is consolidated in 2007, and establishes a new link between labor and social policies. This new relationship comes into tension with the neoliberal ideology of individualization, typical of the neoliberal decade, the nineties. To do so, it involves two theoretical perspectives, and a strategy that combines quantitative and qualitative techniques. The quantitative approach allowed us to describe trends that characterize social mobility and social stratification processes, which contextualize this article. The qualitative approach allowed us to analyze perceptions of one’s position in the social structure (Echeverria Zabalza, 1999). The biographical method was used. Life stories addressed through thematic analysis (and not the story of life as a unit in itself) from a comparative perspective (Bertaux, 1994; 2005). In this line, we reconstructed the perceptions that the subjects that make up different paths class enunciate and construct discursively, as far as mechanisms of state intervention concerned, and particularly the way in which these utterances are related to perceptions about one’s place in the social structure and the potential of that space, differentially with others. Our conclusions claim that the break of the neoliberal consensus regarding forms of state intervention was not necessarily hand to hand by a one of values and principles on which the society organized the common Life, and built explanations and justifications about social inequality.
Key words: Class; mobility; social issue; State; Argentina.
Introducción
En este artículo se abordan los procesos de constitución de las clases sociales desde una mirada que pone el foco no sólo en aspectos estructurales, sino también en aspectos dinámicos, microsociales. Los mismos son observados a partir de las percepciones de los sujetos sobre la posición que ocupan en la estructura social, el modo en que la definen, y los modos en los cuales evalúan las desigualdades sociales.
A continuación presentamos las reflexiones que han emergido de una investigación en la cual partiendo desde una mirada de la conformación de la estructura social por aspectos macro y micro sociales, y en un contexto de cambios económicos, políticos y culturales, se indagó sobre cuáles son los elementos que los sujetos esgrimen para sustentar su posición en la estructura social, cómo esos elementos se relacionan con dichos contextos, y de qué manera esa conjunción configura, a partir de la interrelación entre lo estructural y la agencia, marcos de “certidumbre/incertidumbre” con respecto a la potencialidad de organizar trayectorias de movilidad social, al interior de la familia, y particularmente en las generaciones por venir. De manera más particular, habiendo analizado esa relación (Pla, 2012b), un eje que surgió en la mencionada investigación es la relación entre la trayectoria inter-generacional de clase, las recompensas recibidas y la intervención estatal en los procesos de estructuración social, con respecto a las percepciones subjetivas sobre quiénes, cuáles son los modos legítimos a partir de los cuales el Estado debe abordar la cuestión social, y consecuentemente los efectos que esas divergencias tienen en términos de la producción o desintegración del lazo social. Estos emergentes son los que se presentarán en este trabajo.
Para ello, el artículo se divide en cinco apartados, entre los que se cuentan esta introducción, un apartado teórico que sitúa la mirada epistemológica sobre el tema que nos convoca, una revisión histórica sobre los procesos de estructuración de clases e intervenciones sobre la cuestión social en Argentina, un apartado metodológico y la presentación de los datos cualitativos. Finalmente, las conclusiones integran los apartados y sintetizan los hallazgos.
1. Aspectos conceptuales. Clases y Estado. Individuo o Sociedad
Señala Filgueira (2007), que los estudios sobre estructura y estratificación social1 en América Latina han estado excesivamente centrados en la esfera del mercado (con una clara impronta estructural funcionalista), dejando desatendidas otras esferas, en particular las formas de intervención estatal sobre la cuestión social, y los arreglos de bienestar que las mismas promueven. Atentos a este señalamiento, sostenemos que una mirada sobre las clases sociales, la estructura social y los procesos de configuración de las clases, no puede escindirse de una mirada relacional entre los procesos de corte macro económico y las formas que los estados asumen para responder a la cuestión social2, así como los efectos micro-sociales de estos procesos.
Es decir, los procesos de estratificación no se explican sólo por las lógicas del mercado, sino que los mismos se introducen en un proceso de intervenciones políticas que implican aspectos, ya sea re-distributivos o regresivos, orientadas a modificar la distribución que se produce por el mercado o diseñadas para incentivar o conservar la estructura de desigualdad que induce el mismo (Nolan, Esping Andersen, Whelan, Maitre y Wagner, 2010). La política social constituye entonces una estrategia de intervención, desde el Estado, sobre las relaciones sociales que, a su vez, tiene efectos de configuración de la estructura social3.
La incorporación de estas dimensiones permite analizar aspectos fundamentales de la estratificación social, no sólo desde una posición estructural sino también discerniendo los criterios de diferenciación, que operan en el proceso de estratificación, así como la mutación de los mismos en el proceso histórico. Es decir, permite evaluar no sólo la movilidad individual sino la movilidad de status que alude a procesos masivos que alteran el destino de ciertos grupos, clases o segmentos de la sociedad (Filguiera, 2007).
Como veremos más adelante, el modo en el cual el Estado opere sobre los mencionados procesos dibuja diferentes regímenes de bienestar, particularmente a partir de los diferentes arreglos cualitativos que se establezcan entre tres instancias: Estado, mercado y familia (Esping-Andersen y John Myles, s/f). A su vez, tres son los elementos que demarcan los modelos de política social o regímenes de bienestar: los niveles de des-mercantilización que favorecen, el tipo de articulación entre Estado-mercado-familias en la producción de bienestar social y los tipos de estratificación social que generan (Esping Andersen, 1993).
Comprendidas así las políticas sociales, no sólo tienen efectos de estructuración sino también efectos políticos culturales, al constituirse como instancias de formación de un orden simbólico que se instaura como “normalidad histórica”, a partir de estrategias discursivas y extra-discursivas que hacen a la constitución y reconstitución permanente de un orden social, configurando espacios de enfrentamiento social y político, “… en cuyo devenir también se constituyen los sujetos que expresan, así, la voluntad de imponer una “normatividad” y orientar la “normalización” de un orden político” (Grassi, 2003: 304). Este enfoque supone que el campo de las políticas se encuentra constitutivamente atravesado de debates y enfrentamientos, acerca de los “problemas” y sus “soluciones”, las responsabilidades que asignan y las definiciones que construyen sobre determinados objetos y sujetos conformados en este mismo proceso (Danani, 2010). Se constituyen entonces, en relación a esas dimensiones, ciertas “soluciones”, pero también “problemas”, que se conforman como “normalidades históricas”. Las mismas expresan ámbitos “normalizados” como resultado de un proceso histórico y, particularmente como evidencia de una hegemonía de un campo sobre otro (Grassi, 2009).
Sostiene Rosanvallon (2006), a partir de una perspectiva crítica, que desde los inicios del capitalismo como sistema mundial hegemónico, el liberalismo económico se configuró no sólo como la teoría política que explicaba el funcionamiento de las sociedades sino también como una doctrina hegemónica que justificaba las desigualdades sociales (Rosanvallon, 2006). Esta doctrina acompañó, y justificó, el desarrollo del capitalismo, la sociedad de clases y la consolidación de la burguesía como la clase dominante. Los elementos centrales de esta doctrina son la sociedad civil, la necesidad y el interés, los cuales por sí mismos deberían ser capaces de regular las relaciones entre los hombres, entre individuos “libres”. Este proceso de individualización y mercantilización de la vida cotidiana da lugar a una sensación de inseguridad (Castel, 2003) e incertidumbre (Castel, 2010) a lo largo de la misma.
Un modo diferente de articular una respuesta a esa contradicción de las sociedades contemporáneas entre desigualdad de clases e igualdad jurídica se da a partir de la conformación del Estado como el ente que crea derechos y otorga un reconocimiento social y jurídico, al adscribir a los individuos en colectivos mayores4. En esta circunstancia, un conjunto de reglas negociadas expresan un compromiso, anterior, que regula y que subsiste a las generaciones. De manera sintética es el pasaje de la relación trabajador - patrón a la convención colectiva de trabajo (Castel, 2003: 50)5. Esta “socialización de los riesgos” tiene efectos reductores sobre la incertidumbre social, pues el sujeto (individuo) deja de ser el responsable último de su destino. Esta “invención de lo social” (Donzelot, 2007) marca la apertura de un mecanismo de transacción sistemática: cada una de las partes hace un sacrificio previo a cambio de seguridad futura. A nivel social, dicho mecanismo estructuró una manera de desarrollar estrategias familiares de modo inter generacional (Castel, 2003: 49), configurando mecanismos simbólicos de integración social, no sólo en la dimensión presente, sino hacia futuro.
Sintetizando, el debate de las sociedades capitalistas sobre la cuestión social, se sustenta en dos tendencias: lo económico, el individuo en el mercado “libre” o lo social, en tanto instancia mayor de regulación (Donzelot, 2007: 12). La primera individualiza las trayectorias de clase, la segunda las colectiviza; la primera mercantiliza la vida misma; la segunda la des-mercantiliza. La primera se asocia a las sensaciones de inseguridad e incertidumbre. La segunda a la solidaridad inter generacional y la integración social.
Un análisis de los procesos de estructuración de clases debe incluir no sólo el análisis de las clases y las relaciones entre generaciones, (que aparece como un indicador de la “apertura” o “fluidez” de una sociedad) sino también el análisis del modo en el cual los Estados responden a la cuestión social, destinan o dejan de destinar recursos para hacer frente a las mismas, en última instancia, para definir el modo en el cual como sociedad se da una respuesta a los riesgos sociales de la vida bajo la desigualdad que supone el sistema de clases y la manera en la cual dichos procesos impactan en las percepciones de los sujetos con respecto a su posición de clase. Pero aún más, el modo cómo esos componentes se articulen en el proceso histórico no sólo tiene efectos de estratificación (junto a las estrategias de desarrollo), sino que además construyen normalidades históricas, en el sentido de hegemonías políticas, sobre lo que es legítimo (hegemónico) en torno a las relaciones de trabajo y las condiciones de vida. En este sentido, producen efectos integradores/desintegradores al afectar las percepciones sobre de los sujetos tanto sobre su posición en la estructura social como la de otros, así como de los componentes que aparecen como justificando las mismas.
2. Revisión histórica. Estado y cuestión social en Argentina: entre rupturas y continuidades
2.1 Desde la conformación del Estado Nacional hasta 1945
Desde 1880 hasta 1930 en la Argentina primó un modelo basado en la exportación de bienes primarios (agrícolas) (Basualdo, 2006), y una dinámica de crecimiento “expansiva”, basada en la circulación de la renta diferencial6 que impulsó la emergencia de un temprano desarrollo comercial e industrial urbano. Ese crecimiento tuvo como correlato la consolidación de una clase obrera urbana y de un sector de clase media. La inmigración masiva desde Europa jugó un rol fundamental en ese proceso7. La formación de la clase obrera dio lugar a un periodo de tensiones y conflictos8 que delimitan el “proceso constituyente” de la sociedad y del Estado en la Argentina, así como la formación de clases sociales y la imposición de un orden para esos elementos (Danani y Hintze, 2011b: 21). Los primeros intentos de seguridad social son emergentes de ese proceso. Tanto las políticas represivas como la política laboral9 tuvieron como objetivo mantener el orden social. En el primer caso a través de la supresión directa del conflicto y en el segundo mediante la imposición de ciertas reglas de juego sobre el movimiento obrero, reduciendo así sus alternativas de acción y eliminando las alternativas más radicalizadas. Pero ese proceso significó también el reconocimiento del derecho de asociación gremial, un incremento en las capacidades económicas y organizacionales de los sindicatos y mejoras en las condiciones de trabajo (Isuani, 1988).
El sector de clase media se conformó como resultado de un proceso de movilidad intra generacional ascendente de los inmigrantes (Germani, 1963)10. Llach (1997) sostiene que ese proceso de ascenso y consolidación, en un contexto de crecimiento, dio lugar a un “exceso” de aspiraciones modernizantes, en términos de ingresos y consumos. Germani (2010a: 520-521), en cambio, sostiene que la inmigración masiva tuvo un carácter modernizador, al dar espacio a la conformación de pautas culturales propias de las sociedades modernas. La motivación de enriquecerse llevó a los inmigrantes a abandonar sus costumbres tradicionales y a adoptar criterios “modernos” de “racionalidad y eficiencia” (Germani, 1962: 164), a un predominio de la acción “electiva” sobre la “prescriptiva” (Gómez, 2011: 12), por diferencia a los “nativos”, aún inmersos en una cultura tradicional.
2.2 El periodo de posguerra:
La crisis mundial de los años treinta produjo un giro en el proceso histórico: la fuerte caída de la demanda mundial de bienes agropecuarios generó un derrumbe de las exportaciones y afectó el acceso al crédito internacional. Las políticas implementadas (barreras arancelarias, subsidios a la producción, otorgamiento de créditos, etc.) favorecieron un proceso de industrialización por sustitución de importaciones que se afianzó como eje de la economía con la llegada al Gobierno de Perón en el año 1945.
Este nuevo contexto dio lugar a un giro en los procesos de movilidad social: si el modelo anterior se caracterizaba por el auge de la movilidad social a lo largo de la vida de una persona, el nuevo modelo abre las oportunidades de movilidad social entre generaciones. Las tasas de movilidad social se mantuvieron similares a las del periodo anterior. La especificidad del periodo tiene que ver con una diferenciación entre los migrantes internos y los “viejos” migrantes europeos: los primeros se ubicaron en los estratos inferiores “empujando” a los nacidos en la ciudad a las posiciones medias (Germani, 1963: 341)11. Este proceso se correlaciona también con un incremento de la importancia de la educación como canal de ascenso social hacia las posiciones de clase media asalariada. Sin embargo, la clase obrera estuvo más relegada del uso de la educación formal como canal de la movilidad social ascendente (Torrado, 1992: 323).
Contemporáneo a Germani, el enfoque de Rubinstein (1973) arroja algunos resultados disímiles12, señalando que el grado de movilidad en toda la historia argentina es relativamente bajo, exceptuando periodos excepcionales como la crisis de 1930 (Rubinstein, 1973: 329). Es decir, la industrialización intensificó la movilidad pero sin alterar sustancialmente los sistemas de relaciones entre las clases sociales. Aquí radica entonces la diferencia interpretativa. Germani analiza los procesos de movilidad social en términos de cambios en la ocupación. Rubinstein, los analiza desde las propiedades que definirían a una clase (variables laborales, ingresos, educación, vivienda). Las interpretaciones, por tanto, no necesariamente son excluyentes, pues es posible que haya movilidad en términos de ocupación en la estructura social pero no en las condiciones de vida, que reflejan desigualdades estructurales entre las clases sociales.
Sólo el trabajo de Beccaria (1978)13 aporta elementos para conocer qué pasó en términos de estratificación social y movilidad entre principios de la década de 1960 y finales de la misma.
Es decir, qué pasó en ese periodo “desarrollista”14 el cual es caracterizado como “modernizante” pero también “excluyente”, por contraposición al justicialista (1945 – 1958) que era “modernizante” e “incluyente”. Este periodo se caracteriza por un nuevo bloque de poder en el que la burguesía industrial nacional se articula con el capital extranjero, especialmente con grandes empresas transnacionales norteamericanas, en pos de una industrialización sustitutiva de bienes intermedios y de consumo durable. En términos sociales, este nuevo bloque de poder tiene el efecto de reemplazar trabajo de clase obrera asalariada y autónoma (destruyendo pequeños y medianos establecimientos industriales -excluyente-) por la creación de trabajo asalariado de clase media (administrativos y técnicos) en establecimientos de mayor envergadura -modernizadora-.
Beccaria (1978: 616) distingue para este periodo una tasa de movilidad elevada, compuesta por movimientos descendentes y ascendentes en proporción similar, de corta distancia (es decir, entre posiciones contiguas) y altos niveles de auto - reclutamiento entre los estratos superiores. La destrucción de puestos cuenta-propia empujó a los hijos a buscar otras ocupaciones, en muchos casos más bajas, pero también habilitó la consolidación de micro empresas relacionadas con el núcleo dinámico de la economía. Es decir que la reducción del cuenta-propismo no significó una reducción de la proporción de clase media porque la tendencia fue balanceada por otros movimientos.
En términos de la cuestión social durante el periodo que se inicia a partir de 1945, se construyó una idea de ciudadanía social basada en el papel del mercado de trabajo como mecanismo integrador y “proveedor” de derechos a partir de la figura del trabajador asalariado (Grassi, Hintze, Neufeld, 1994). Esto se dio a la par de cierta extensión de servicios básicos y un proceso de relativo crecimiento y tasas sostenidas de empleo (de la mano de procesos de movilidad social, como ya se ha visto).
En conjunción, ciertas tasas de movilidad atendibles, y una idea de ciudadanía social basada en el empleo, consolidaron un modelo histórico cultural (Kessler, 2003: 3)15, un relato colectivo sobre el pasado y el futuro de la sociedad organizado en torno a tres ejes de sentidos articulados entre sí: a) un pasado nacional próspero, con movilidad ascendente para parte considerable de la población, que en la memoria colectiva dio lugar a b) una fuerte creencia en la continuidad del progreso colectivo, el cual c) se encarnaba en la clase media.
Esta construcción socio cultural se regía por una experiencia social que tenía como características la perspectiva de mejoras, la estabilidad de los ingresos, junto a la posibilidad de proyectar el futuro propio y el de los hijos (Kessler, 2011), que pasaron a ser dependientes de los padres, mientras que la vejez pasó a ser “objeto” de las instituciones formales de seguridad social (Fidalgo, 2009). No se trataba de que no existieran mecanismos de reproducción de clase, ni que no hubiera caídas, crisis o retrocesos, pero el horizonte simbólico de las familias estaba trazado por un imaginario de certezas entre generaciones (Kessler, 2003). En este imaginario, la idea de nación y pleno empleo era el horizonte (Grondona, 2012).
Filgueira y Geneletti (1981: 146) caracterizan ese modelo como “pautas de gratificación diferida”: la aceptación de un estado de cosas desfavorable se da en función de una expectativa futura de mejoramiento. Sin embargo, los efectos integradores de la movilidad social se vuelven desintegradores cuando se asientan los perfiles de status y surgen nuevos, redefiniendo el conflicto: agotadas las posibilidades de mantener un equilibrio razonable entre aspiraciones y satisfacción, las tensiones se acumulan.
Ese modelo se caracterizaba por la presencia de una satisfacción diferida inter generacionalmente: puedo tolerar hoy, en tanto y en cuanto las generaciones por venir estarán mejor. Estos mecanismos tendían a homogeneizar los procesos de subjetivación y las distintas “trayectorias” sociales; las tensiones eran visibles pero no decibles.
Para los autores, los sectores extremos de la estratificación social, tanto en lo más bajo como en lo más alto, son menos permeables a los efectos de inconsistencia, mientras que es en los sectores medios donde se hace más manifiesto el desajuste entre educación – ocupación e ingresos (Graciarena y Franco, 1981; Rubinstein, 1973; Beccaria, 1978; Torrado, 1992).
Durante este periodo el crecimiento del sector servicios tuvo en la educación el canal para el ascenso social. Sin embargo, se asiste a una incipiente devaluación de las credenciales educativas de nivel medio, que habían sido durante la estrategia anterior uno de los principales canales de movilidad, en particular al interior de las posiciones de clase media (Torrado, 1992: 428). Ese proceso de devaluación de las credenciales educativas, en conjunción con el incremento de las posiciones asalariadas de clase media, genera procesos de tensión al interior de la estructura social.
2.3 1976 y la década neoliberal
Los procesos de concentración y centralización del capital que se dieron desde los sesenta anunciaron las características que marcarían la estrategia que se abre en 1976, interpretación que se extiende hacia el campo político-cultural y los mecanismos de integración (Torrado, 1992). El modelo cultural hegemónico se sustentaba en elementos que si bien “diferían” de las pautas de satisfacción, trazaban un horizonte de mejoras posibles. Este mecanismo no es homogéneo. Ya vimos las tensiones que surgían, en particular al interior de los puestos de clase media, tanto por la devaluación de credenciales como por la presencia de cierres sociales en los estratos altos tradicionales. Pese a estas tensiones el desarrollismo “modernizador y excluyente” siempre mantuvo una articulación y preocupación en torno al “pleno empleo” y la “nación” como nudos centrales de su trama argumentativa – simbólica, que no será parte de las estrategias que vengan después de 1976 (Grondona, 2012).
El modelo de industrialización por sustitución de importaciones se sostuvo en base a un régimen de acumulación que tenía al mercado interno, el consumo y el pleno empleo como sus ejes. Pero 1976 significó un cambio en el patrón de acumulación sustitutivo de importaciones vigente hasta entonces (Pucciarelli, 2004). Por medio de una dictadura militar impuesta se aplicaron medidas, entre las que se incluyó el terrorismo de estado, para desarticular el poder de la clase obrera en ascenso y la distribución del ingreso relativamente equitativa. En términos económicos se tradujo en la apertura comercial, la descentralización y reforma del sistema financiero.
Los procesos derivados de la implementación de una política económica de esas características abrieron el paso a una crisis externa y fiscal sin precedentes, que hizo de la década del ochenta una década signada por un escenario de desequilibrios estructurales que culminó en la hiperinflación en el año 1989. La salida de la misma se logró a principios de los años noventa por medio de un programa de convertibilidad y un paquete de reformas estructurales (Gerchunoff y Torre, 1996).
A nivel de la estructura ocupacional se observa un cercamiento de las oportunidades de acceso al mercado laboral. El incremento de trabajos calificados en servicios favorece principalmente a quienes ocupaban posiciones cercanas, como mínimo técnicas o administrativas (Jorrat, 1987).
Ya en la década de los noventa, Kessler y Espinoza (2007) distinguen la presencia de dos procesos complementarios de movilidad social: por un lado, un proceso de movilidad ascendente vinculada al aumento del peso relativo de los puestos técnicos y profesionales, pero estas oportunidades son limitadas; por el otro lado, y en un polo opuesto, se concentran la pauperización y la movilidad descendente por la desaparición de puestos de obreros asalariados y de empleos públicos de baja calificación. Pero esto no se traduce en un simple estrechamiento de canales sino en un cambio cualitativo caracterizado por el desdibujamiento del reconocimiento social, material y simbólico de las categorías ocupacionales, que no se relacionan ya a un reconocimiento construido en el pasado. Es un proceso de movilidad espuria: un ascenso en la escala de prestigio ocupacional pero un descenso en las recompensas sociales asociadas a ésta (Kessler y Espinoza: 2007: 261).
Los procesos de reforma se dieron también en el ámbito estatal, pues el diagnóstico neoliberal sostenía que la caída de la tasa de rentabilidad era consecuencia de una excesiva regulación estatal (Andrenacci, 2002). Las reformas se sustentaron en tres elementos: focalización, descentralización y privatización. El objetivo era doble: controlar el gasto público y reforzar el mercado de capitales. En la misma línea, se desmantelaron las protecciones sobre el trabajo, abriendo paso a procesos de flexibilización del mercado laboral (Grassi, 2003).
La desestabilización general de las condiciones de trabajo, el desempleo, la informalización, la flexibilidad laboral, pusieron en evidencia no sólo la dificultad de sostener el derecho al trabajo, como derecho social y como forma de asegurar las condiciones de vida, sino que tuvieron efectos disruptivos sobre los mecanismos de integración social. Implícitamente se asiste a una progresiva “des-responsabilización” del Estado y una “individualización” de las trayectorias: los riesgos ya no están socialmente cubiertos. La estrategia neo-liberal retoma aquellos postulados que habían comenzado a gestarse en la década de los setenta, pero los traduce (Grondona, 2012): el “pleno empleo” y la “nación” ya no son componentes legítimos de la nueva normalidad, la desigualdad es un elemento estructurante de esta nueva racionalidad neo-liberal (Grassi, 2003). El Estado neoliberal construyó su legitimidad vía un discurso incorporando la desigualdad y el costo social que ella implica en un orden ideológicamente concebido y devenido como natural. Se institucionaliza la desigualdad como carencia particular o del sujeto individual, en el marco de un orden al que el individuo sólo debe adaptarse (Grassi, 2003: 30).
A nivel social y simbólico, el correlato de dicha situación fue el cuestionamiento del modelo histórico cultural que se había consolidado la década anterior: la idea de que la igualdad de credenciales y accionar individual generaría igualdad de destinos, que marcó una época signada por el sentido de la trayectoria familiar de movilidad ascendente generacional (Armony y Kessler, 2004: 107 y 108). Esta dinámica había sido ya avizorado a fines de la década del setenta, pero aquí adquiere todo su peso pues el contexto de des-estructuración del modelo vigente, tanto en términos económicos, como políticos, sociales y culturales, lo permite.
A nivel de de los procesos de “subjetivación” significó un quiebre: la vida, ahora, no estaba regida por un horizonte común, la vida era la propia vida, lo que uno pudiera hacer de ella. Implicó, además, la ruptura de lo conocido, la imposibilidad para grandes capas sociales de tener un parámetro con el cuál orientar su vida (Kessler, 2003), configurando nuevas dinámicas de desintegración social. Pero aún más, esta individualización de los procesos de subjetivación expuso a miles de personas a ser los responsables de su propio destino, en un contexto donde eran expulsados del mercado de trabajo, y donde no había mecanismos de integración que lo suplantaran.
Producto de estos nuevos escenarios se ha generalizado en todas las clases sociales un sentimiento de inconsistencia ocupacional, una preocupación posicional permanente, una actitud cotidiana de inquietud que refleja una sociedad atravesada por sentimientos plurales de inestabilidad. No es causa directa de cambios estructurales, ni se reduce a un efecto directo de las dinámicas de movilidad social, o de entrada o salida de la pobreza, o del desempleo. Se consolida, en términos simbólicos, cuando en la vida cotidiana, en el mundo del trabajo los ciudadanos deben compartir (para sobrevivir) ciertos criterios dominantes (tales como demanda de flexibilidad, de gestión del propio sí). El sentimiento de inconsistencia ocupacional no se da afuera, el problema radica en ese punto: estar adentro y sentirse frágiles (Araujo y Martuccelli, 2011: 168-169). Se asiste entonces a un proceso de fragmentación social, signado por un incremento de la heterogeneidad al interior de las clases sociales como un aumento de las distancias, materiales y simbólicas, entre estas (Isuani, 2002).
La estrategia aperturista encontró sus límites en la crisis económica, política y social del año 2001 – 2002. Se abrió paso un nuevo modelo caracterizado por una conjunción entre el cambio de precios relativos a favor de los sectores productores de bienes comerciables y un conjunto de políticas de intervención estatal orientadas a recuperar los equilibrios macroeconómicos básicos (Damill y Frenkel, 2006; Pérez, 2011a; Lavopa, 2007 y 2008; Azpiazu y Schorr, 2008; Kosacoff, 2010). El resultado fue una recuperación económica, un incremento de la demanda agregada de empleo y una mejora de los indicadores sociales en general (CENDA, 2010), aunque con la persistencia de ciertos “claroscuros” (Kessler, 2011) en lo que respecta a indicadores de desigualdad persistentes.
A comienzos de esta década la sociedad argentina presenta una pauta de movilidad intergeneracional de clase que se ubica dentro de pautas internacionales, lo cual ratificaría la idea de que la vinculación entre crecimiento de la desigualdad y la baja movilidad social no es concluyente (Jorrat, 2005; Pla y Salvia; 2011; Salvia y Quartulli; 2011; Dalle, 2011b: 78). Controlando los posibles efectos del cambio estructural sobre la estratificación social es posible observar que la relativa fluidez de la estructura socio-ocupacional esconde un proceso de mayor polarización social, con alta capacidad de auto-reproducción en la cumbre y fragmentación de los sectores medios tradicionales (Salvia y Quartulli, 2011: 99; Pla y Salvia, 2011).
El 2007 marca el comienzo16 de un nuevo vínculo entre la cuestión social y las políticas sociales como modo de resolver desigualdades estructurales extendidas durante la era neoliberal (Danani y Hintze, 2011; Hintze y Costa, 2011). Uno de los ámbitos en donde las “contrarreformas” de las políticas sociales se hicieron más intensas es en el de la seguridad social, en particular en el sector previsional y en las asignaciones familiares. Este cambio reformula la relación entre seguridad social y asistencia y establece nuevo espacio de confrontación de los riesgos que había sido relegado en el modelo anterior (Danani y Hintze, 2011a; Hintze y Costa, 2011).
Investigaciones recientes han permitido dar cuenta que entre la década de los noventa y la del dos mil, las tendencias de movilidad social intergeneracional tendieron a ser más rígidas: mayor reproducción “en los extremos” (entre las posiciones de clase más y menos aventajadas, cada una de ellas entre sí). Un proceso diferenciado con la década de los noventa es que allí, producto de la des-industrialización y des-centralización de la economía la clase trabajadora, había cumplido una función de “reparto” entre todas las clases sociales. En los dos mil, en cambio, la reproducción en esta clase es mayor a la de antaño, y supone la mayor concentración de tránsito probable para ese origen, proceso que se relaciona con un nuevo dinamismo de las ramas de transporte, industria y construcción en esta década17.
Si observamos la asociación clase - recompensas económicas, se puede detectar que todas las clases presentan una relativa mejora a lo largo de la década del dos mil, aunque con matices. La clase media alta y media se “alejan” de la clase media rutinaria, la cual se acerca a la clase trabajadora más calificada, por efecto de la recomposición de esta última. La clase trabajadora marginal tiene la peor participación a lo largo de todo el periodo estudiado, pero en los últimos años ha mejorado sustantivamente su media de ingresos en términos de variación porcentual. Mirada esta relación desde la perspectiva generacional, se registran algunos elementos de interés. Los herederos de clase media alta mantienen (y mejoran) una media de ingresos relativamente superior al resto de las trayectorias inter generacionales de clase. Los herederos de la clase trabajadora calificada, hacia el final del periodo, tienen una media de ingresos superior al resto de las trayectorias en ese destino. Los herederos de clase media rutinaria también tienen la mejor media de ingreso de toda la clase, mientras que los ascendidos a esa clase desde la clase trabajadora tienen medias por debajo de dicha trayectoria. De todas las personas que tienen origen social en una clase trabajadora, son los ascendidos de larga distancia los únicos que obtienen ingresos superiores a la media de ese origen, los ascensos de corta distancia no reditúan en el mismo beneficio.
Estas tendencias ponen de manifiesto un complejo mapa de la estratificación que surge desde la perspectiva origen / destino / recompensas. Una primera pista sugerente: la reproducción social de la clase trabajadora no se traduce en una situación, en términos de ingreso, relativamente desfavorable a un ascenso hacia la clase media rutinaria, aunque sí lo supone en términos de ascenso de larga distancia. Otra pista sugerente: la clase media rutinaria no necesariamente pierde participación en términos monetarios, en particular los herederos, pero sí se acercan a las clases trabajadoras, generando límites difusos entre las mismas.
3. Aspectos metodológicos
En este artículo se presenta sólo una dimensión de las analizadas y trabajadas en la investigación mayor que mencionamos anteriormente. Utilizamos una estrategia multi-método secuencial, en la que se combinan dos estrategias para abordar un mismo fenómeno (los procesos de estructuración de clases, en este caso), en sus diferentes momentos (Rodríguez, 2008; Ruiz Bolívar, 2008). Este tipo de método se condice con el problema de la movilidad social: ser un proceso macro-social que tiene consecuencias micro-sociales: son las personas quienes experimentan las trayectorias inter generacionales de clase (Sautú y otros, 2005), las cuales a nuestro entender constituyen un espacio móvil (Echeverría Zabalza, 1999). Las primeras permitieron describir tendencias de las trayectorias inter generacionales de clase. Las segundas, en cambio, nos permiten analizar la naturaleza de los mismos, los cambios de pautas y las percepciones sobre la propia posición en la estructura social (Echeverría Zabalza, 1999), reconstruir los micro – procesos que a lo largo de los años han cristalizado en el nivel macro – estructural (Blanco y Pachecho, 2001: 113) y al hacerlo han delimitado sistemas de disposiciones (históricos y dinámicos), que establecen lo que es legítimo en cada momento histórico con relación a las nociones de cuestión social y desigualdad. El abordaje cuantitativo utilizó como fuente de datos principal encuestas estratificadas y multi-etápicas con selección aleatoria en todas las etapas del muestreo, realizadas por el CEDOP IIGG UBA (1995, 2003/04, 2007 y 2009/10). Nos permitió describir tendencias de movilidad social y caracterizar los procesos de estratificación social en tanto las diferencias en la clase de origen generan o no diferencias en la clase de destino, la posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo y las recompensas económicas en un periodo de media duración (ver resultados en Pla, 2013a, 2013c).
El abordaje cualitativo nos permitió analizar las percepciones sobre la propia posición en la estructura social (Echeverría Zabalza, 1999). Se utilizó el método biográfico. Las historias de vida se abordaron por medio de un análisis temático (y no la historia de vida como unidad en si misma) desde una perspectiva comparativa (Bertaux, 1994; 2005). Las dimensiones de análisis se orientaron a reconstruir las trayectorias pasadas y su relación con los contextos sociales. Pero además, se analizaron las percepciones que, desde ese pasado, se construyen sobre el presente, en tanto potencial futuro. Al hacerlo, se reconstruyeron los mecanismos de distinción entre clases, abordados desde los conceptos de individualización – socialización y el modo en que la referencia a los mismos generarían diferentes modos de interpretar las posibilidades con respecto al futuro.
De manera concreta, se aplicaron entrevistas bajo el formato de historia de vida a personas (hombres y mujeres) en edad de consolidación laboral (30 a 45 años) que se hayan encontrado activos en el periodo 2003-2011, o la mayor parte del mismo, que hayan atravesado diferentes procesos de movilidad social con respecto a su origen social. Se elaboró una tipología para la elección de casos, siguiendo el criterio de muestreo por propósitos elaborado por Maxwell, a partir del examen de los patrones de movilidad social para el periodo 2003-2011, teniendo como base de comparación el año 1995 (Pla, 2013c; Pla y Rodríguez de la Fuente, 2015). El trabajo de campo se realizó en dos etapas: en los meses de Marzo a Junio de 2011 y entre los meses de Octubre 2011 y Enero de 2012. La selección de casos se hizo por criterio de “bola de nieve” (Galeano, 2004: 35). En todos los casos las entrevistas se llevaron adelante en más de un encuentro. En los mismos se retomaban temas emergentes del trabajo de campo. En total se recogieron 22 historias de vida (en una serie de encuentros sucesivos que las configuran).
La información se clasificó según registro y/o tipologías (Echeverría Zabalza, 1999), por medio de dos estrategias de análisis: la codificación y la categorización (Maxwell, 1996), observando dimensiones y contextos (Solís, 2011). Adicionalmente, cada vez que se realizaba una entrevista o una revisita se tomaban notas de campo (memos, Maxwell, 1996), que sirvieron de guía de reflexión y análisis. El análisis se realizó complementariamente al trabajo de campo, en los meses en que este no se efectuó se llevó adelante una revisión de la guía de entrevistas y la incorporación de conceptos emergentes.
4. Trayectorias de clase y percepciones sobre la desigualdad y la cuestión social. Interpretación de datos
En este apartado se presenta la reconstrucción de las percepciones que los sujetos que configuran diferentes trayectorias de clase enuncian y construyen en lo que a mecanismos de intervención estatal refieren, y particularmente el modo en que esas enunciaciones se relacionan con las percepciones sobre el lugar que cada uno posee en la estructura social y las diferencias de ese espacio con relación a otros.
Esto es de vital importancia porque el modelo de intervención estatal que se consolida en el año 2007, se caracteriza por establecer un nuevo vínculo entre la cuestión del trabajo y las políticas sociales, en particular en el sector previsional y de asignaciones familiares. Esto se dio a partir de un nuevo entramado que pone el centro en las ideas de socialización y re-colectivización de los riesgos y reformula la relación entre seguridad social y asistencia (Kessler, 2011; Danani, 2010). Esta nueva relación entra en tensión con la ideología neoliberal de individualización, propia de la década anterior, no sólo en términos abstractos sino también de normalidades y sentidos que explican (justifican) el propio lugar en la estructura social. Es a partir de estas tensiones y contradicciones que nos interesa indagar el modo en que los individuos que atravesaron diferentes trayectorias de clase construyen, en tanto mecanismos discursivos, la cuestión de la intervención estatal, así como identificar los elementos de dicha tensión y el modo en que se estructuran en cada espacio social
4.1 Trayectorias de clase trabajadora
“Yo me quiero jubilar solamente para tener algún remedio, un acceso a comprarnos, porque los viejos tiene artrosis, presión, diabetes, por lo menos eso (…) A mí que me den la jubilación y con eso ya está, sea lo que sea, yo voy a saber cómo arreglarme” (Rosalía. Trayectoria de reproducción de la clase trabajadora marginal).
“Ahora hace un tiempo tenemos la obra social, y está re bueno, re bueno… buena cobertura, está buenísimo, te atendés ahí enseguida, como que tenés todo, está re bueno” (Manuel. Trayectoria de reproducción de la clase trabajadora calificada).
“En blanco, si, empecé ahora, en diciembre va a ser un año, antes no tenía aporte no tenía nada… ahora con todo esto de la sociedad se dio y es como que está mejor, si, porque el día de mañana al menos tenés eso” (Esteban. Trayectoria de reproducción de la clase trabajadora).
Las personas con origen en la clase trabajadora le dan al empleo regular una importancia especial, en tanto se constituye como un garante de certezas (concebidas como reducción de riesgos), en particular por el acceso a la cobertura médica que ofrece una obra social y la potencialidad de, aportando al sistema previsional, tener una jubilación a futuro, mecanismo que asegura la resolución de la vida cotidiana cuando ya no se pueda trabajar.
En el caso de quienes trabajan en situación irregular, fue un emergente del trabajo de campo la importancia dada a la posibilidad de proyectar acceder a una jubilación, ya sea como ama de casa o sin tener los aportes completos, en relación a los cambios en el campo de la seguridad social en la última década, cambios que los entrevistados conocían y sobre las cuales elaboraban estrategias para acceder a las mismas.
“Yo averigüé, si, para el futuro por la jubilación… Yo quisiera como cocinera, pero hay que ver si allá en el negocio [del que su empleadora es dueña] me ponen como cocinera. Todo tiene un teje y maneje, me parece. Entonces, lo más fácil para mí es ama de casa” (Rosalía. Trayectoria de reproducción de la clase trabajadora marginal).
De manera sintética, el empleo aparece como una dimensión central de integración, tanto el propio como el del entorno, un elemento que da certezas sobre el presente, y sobre las generaciones por venir, por medio del acceso a mecanismos de la seguridad social sustenta esas percepciones. No se trata de una percepción de conformidad, pero sí como un elemento que revive, en el espacio social, ciertas construcciones de sentido sobre los riesgos sociales asociadas a una colectivización de los mismos, que disminuiría esas incertidumbres que la individualización y mercantilización instauraron como legítimas en la década neoliberal. En ese sentido, en estas trayectorias de clase trabajadora parecería haber una menor dislocación entre el resquebrajamiento del consenso neoliberal en tanto roles y formas de intervención estatal y los valores y principios que los individuos sostienen en tanto a la vida cotidiana, individual y familiar.
Si el sistema previsional fue concebido como un modo de reducir los riesgos inter generacionales y de “separar a los padres de los hijos”, pareciera que son valores que han permanecido en un núcleo de sentido de quienes tienen origen en la clase trabajadora y que se actualiza, en el mismo sentido que anteriormente le dábamos al concepto de hábitus, ante cambios en la situación: revive un imaginario de las clases trabajadoras.
El reconocimiento de la obra social y la jubilación como mecanismos que aportan una “seguridad” hacía el futuro, en particular referida a la posibilidad de afrontar los gastos que pueden producir una enfermedad o un retiro evidencian cómo se construyen las posibles situaciones de riesgo para una clase que tiene su fuerza de trabajo como modo de afrontar las necesidades de la vida cotidiana, en una dimensión dinámica, en tanto refiere al futuro.
“Como tengo dos trabajos estoy con obra social y pago monotributo, las dos cosas, obra social, descuentos, todo. Ahora si me preguntas que prefiero, prefiero trabajar como empleado porque tengo otra seguridad” (Gastón. Trayectoria de ascenso de media distancia).
“Mis viejos siempre se quejaron, el día de hoy sigue en negro, siempre estuvieron en negro. Yo siempre le digo a mi mamá, ahora en algún momento haremos algo… como regularizar la situación… igual ahora viste que aunque no tengas aportes se va a poder jubilar…. y bueno… ver como los puedo ayudar…” (Marcelo. Trayectoria de ascenso de larga distancia).
Este modo de referencia a estos componentes, lo comparten también quienes han transitado trayectorias inter generacionales de ascenso social. Si los espacios sociales actualizan sus hábitus, ese que no se olvida, lo hacen “con” y “en” el mundo práctico: las trayectorias sociales los atraviesan pero nos encontraríamos aquí con la persistencia, re-actualizada, de un imaginario sobre la colectivización de los riesgos que, reformas neoliberales por medio, no se erosiona.
4.2 El ascenso social y las trayectorias de clase media
Pero aún más, si esas disposiciones de sentido y percepción, mencionadas anteriormente, se actualizan “con” y “en” la situación en tanto la práctica cotidiana, es de esperar que esos imaginarios entren en tensión con las ideologías neoliberales que sostuvieron, e impregnaron en todos los sectores sociales, que cada cual debía hacerse cargo de su posición, su futuro, las generaciones por venir. Esa tensión la encontramos en particular en espacios de ascenso de corta distancia, donde opera el imaginario pasado (origen) y el imaginario presente, refiriendo al imaginario y mecanismo de legitimación de sectores de clase media.
No sabemos si los entrevistados nos mienten o nos dicen la verdad, sólo sabemos lo que nos dicen, y lo que nos dicen es que tanto el acceso a una cobertura médica por medio de la obra social como a un futuro asegurado en términos de ingreso por la jubilación, “es correcto” en tanto se sustenta en un “trabajo” (esfuerzo) que se hace para lograrlo; por el contrario, otros tipos de modalidades de intervención estatal, para sectores “no insertos en el mercado laboral” generan “vicios” de dependencia y asistencia, “reproduciendo” su condición. Este núcleo de sentidos re – afirma un núcleo de sentido de clase media (a la que pertenecen en tanto su posición de destino), según la cual el merecedor de un beneficio es el que trabaja, el que logra, por medio de sus características individuales, haciendo propio “en” el mundo práctico un mecanismo de legitimación de esa clase, en definitiva, la identidad de clase media habría sido adoptada como un modo de diferenciación antagónica de la clase obrera peronista, identificada con los “cabecitas negras” (Adamovsky, 2009).
“El día de mañana, si no conseguís trabajo, aunque sea tenés eso la pequeña jubilación que trabajaste durante un tiempo y podes seguir subsistiendo con eso, es como que tenés un trabajo, un sueldo, siempre lo vas a tener (…) la plata que gasto en la cooperativa, en los planes sociales, viste por ejemplo el plan ese Jefes y Jefas yo lo que haría abriría fábricas y que la gente tenga trabajo, que tenga trabajo como tengo yo, como tenés vos, como tiene el que sabe que te tenés que levantar a las siete de la mañana y cumplís un horario de entrada, un horario de salida, si tenés horas extras las cumplís a las horas extras pero trabajas… porque la cooperativa que hace… la cooperativa te dicen “bueno si te doy la cooperativa”… algunos trabajan, otros les firman, cobran el sueldo y no trabajan y estamos siempre en lo mismo, caemos siempre en la misma decadencia, y te dicen… que el peronismo es vago, que el peronismo es negro”(Lorena. Trayectoria de ascenso de corta distancia).
Se solapan una percepción positiva sobre mecanismos colectivos, sustentados en el trabajo, para afrontar los riesgos sociales con una individualización y responsabilización hacia quienes son asistidos, no en términos de reproducción de la fuerza laboral sino de reproducción de la vida cotidiana por mecanismos de transferencia directa de ingresos. Esos mecanismos en tensión se evidencian también en las trayectorias de reproducción de clase media
“Pero no sé, acá son muy selectivos, yo, para que me aumenten estos 400 de hace un mes, tuve que pelear un montón no me aumentaban hace tres años, salvo los aumentos de OSECAC o del Gobierno, si no, nunca” (Karina. Trayectoria de reproducción de la clase media).
Percibir un aumento por medio del sindicato, o del gobierno (que aparecen diferenciados), no es percibir un aumento legítimo, como si lo es el obtenido por el propio “logro”.
Esta necesidad de distinción se sustenta en un proceso que durante las últimas décadas actúo como mecanismo legitimador, la clase media al ver desvinculadas sus posibilidades de reproducción social del ámbito del Estado, se sumieron en el riesgo de “caer en la indiferenciada masa popular”, lo que generó la emergencia del mercado como sustituto funcional de los “enclavamientos”, vinculados cada vez más con el consumo, incluso al margen de las titulaciones (Kessler, 2003:7). En el mismo giro, se consolida esa diferenciación del Estado, que como ya hemos mencionado es referenciado como el Estado “de los otros”, que no actúa sobre los mecanismos necesarios para “reproducir” una situación de clase media.
“Pobre el chabón que se tiene que armar un local ahora, que tiene que arrancar con todo en blanco, sin ayuda del Estado, pobre, olvídate, el chabón que no viene con plata, olvídate, no lo puede abrir… el Estado no te apoya en el momento que el tipo que te va a alquilar un local te hace un contrato a 3 años, te extorsiona todos los años que te sube…que supuestamente no se pueden subir los alquileres y al final te los suben igual, te extorsionan, te hacen un contrato a 3 años donde un local…para que un local empiece a funcionar necesitás mínimo 5 años, mínimo 5 años para darte a conocer, vos necesitás 5 años para darte a conocer, en esos 3 primeros años el chabón te extorsiona año a año y al tercer año si vos te comiste la extorsión del chabón y no le pagaste lo que le debés, tenés que irte del local y arrancar de vuelta de cero, [El Estado] no te cuida ni con el chabón que te tiene que alquilar el local, no te cuida ni con las cargas sociales de los empleados de, no sé, por el primer contrato no pagarlas” (Cristian. Trayectoria de reproducción de clase media).
Tres elementos se conjugaron en este abandono del Estado como garante de la posibilidad de reproducirse para las clases medias, durante las décadas de los ochenta y noventa: en primer lugar el ajuste estructural y los recortes en el sector público (hasta entonces uno de los principales reclutadores y formadores de posiciones de clases medias); en segundo lugar la desvalorización y / o depreciación salarial que afectó a asalariados del sector público (maestros, enfermeros, profesores, administrativos, médicos, etc.); por último la instalación creciente de una ideología privatista, afín al modelo neoliberal que se implementó durante el modelo de valorización financiera, que tuvo efectos en tanto mecanismos simbólicos “legítimos” en gran parte de la población (Jiménez Zunino, 2011: 59; Kessler, 2003).
La re-afirmación del mercado como el espacio de regulación de las necesidades, se extendió a muchos sectores otrora cubiertos por la intervención estatal, en particular educación, salud, retiro. Estas formas de resolver “los riesgos” devinieron formas hegemónicas que se habrían extendido a todas las clases sociales. A su vez, la mercantilización de esas esferas generó espacios de distinción. Ya dijimos que en las trayectorias de reproducción de clases medias eso produce una tensión, la enunciación de la necesidad de hacerse cargo como mecanismo de distinción con la imposibilidad o la dificultad de hacerlo, generando espacios de competencia y distinción hacia los dos “extremos” de la estructura social, pero también de inconsistencia posicional en términos de temor hacia la posibilidad de organizar la vida en términos de un proyecto.
4.3 La esquina superior de la estructura social
Distinto es lo que dicen quienes han transitado trayectorias inter generacionales de clase media alta, es decir los estratos mejor posicionados de la estructura social.
“Si yo quisiera de acá a XXX años estar seguro contrataría un seguro de vida en dólares…Mi percepción es que el sueldo o la jubilación que uno recibe cuando se jubila es un misterio, de acá a 30 años. No sé en este país, adonde en comparación debe ser un 20% de lo que me retienen el costo que tiene el seguro este que contraté. Me da una tranquilidad, además de que de hecho si a mí me pasara algo, Florencia pueda tener algún dinero para manejarse por lo menos en los primeros años y sobrellevar. Y si. Después, cuando tenga 60 años y estamos todos bien, arreglamos el piso del retiro y tendré algún dinero para lo que quiera hacer en ese momento, pero en dólares, no en pesos. Tiene un riesgo, que también la prima que me cobran es en dólares, entonces, si sube mucho el dólar, tal vez se me complique a mí para pagarlo. Por eso también es muy bajito: es bajo el monto del seguro y el monto de la prima, pero qué sé yo, yo entiendo que algo es” (Hernán. Trayectoria de tránsito por la esquina superior).
“La verdad que es relativa la importancia que le doy [a la jubilación]. Es relativa, porque considero que cuando me jubile, seguramente no vaya a poder vivir de la jubilación. Yo considero que hay que tener algo más, yo no confío mucho en el sistema jubilatorio. Una renta o un negocio. O tener la posibilidad de trabajar en forma independiente. Algún otro ingreso, además de la jubilación. No confiarse en la jubilación” (Pilar. Trayectoria de tránsito por la esquina superior).
En estos casos, lo que se enuncia es una internalización de los mecanismos de individualización y mercantilización: hacerse cargo de las posibles contingencias sobre la vida cotidiana en el mercado de bienes. Esto podría ser interpretado como un desmedro hacia mecanismos solidarios, en tanto colectivos, de enfrentar los riesgos sociales.
Pero hay dos interpretaciones más que entran en tensión: la individualización como mecanismo de legitimación y distinción y la individualización como un modo de cargar con el peso de las formas de gestión del trabajo impuestas en la década de los noventa. Esta tensión se traduce en una tensión entre clases que como veremos más adelante genera espacios de diferencia y enfrentamiento entre las mismas.
Araujo y Martucelli (2011) sostienen que una variante particular del proceso de individualización es que los individuos sienten que tienen que hacerse activamente cargo de un conjunto de aspectos que, en otras sociedades o en otros momentos fueron responsabilidad de las instituciones, en particular las estatales, que regulaban esa medida.
A nuestro entender, luego de una década de reformas y contrarreformas en el espacio social, podemos sostener que ese sentimiento no se reparte de igual modo en todos los espacios sociales, y que el origen social, en tanto sentidos prácticos internalizados con los cuales comprender el mundo que nos rodea, mucho tiene que decir sobre esas interpretaciones. Las puestas en juego de esos sentidos y disposiciones no son homogéneas al interior de la estructura social, y se relacionan con diferentes formas de comprender la desigualdad y la cuestión social.
Conclusiones
El análisis de las trayectorias intergeneracionales debe conllevar una observación de las mismas desde una dimensión que asume temporalidades, en las percepciones hacia el pasado para pensar el presente y proyectar el futuro. En ese proceso, reconstruimos los elementos que conforman los puntos de vista, el hábitus que se revela sólo en relación con una situación determinada, produciendo, con respecto a la misma, discursos o prácticas en torno al mundo social (Bourdieu y Wacquant, 2005: 198). Es por este motivo que analizamos los emergentes de las entrevistas cualitativas, considerando a esos emergentes no como algo real o verdadero, sino como espacios en los cuales anidan sentidos sobre el propio lugar en la estructura social, la relación con los otros. Se trata de sentidos “decibles”, que los individuos “ponen en juego” en tanto construcciones sociales y socialmente vigentes (Grassi y Danani, 2009b: 43). Es decir, no se constituyen en tanto expresión de la interioridad de la vida psíquica de las personas sino como sentimientos, sentidos, representaciones, percepciones que encuentran legitimidad en la configuración socio cultural hegemónica de cada momento histórico.
La posibilidad de identificar el campo de posibilidades para un origen social dado, dentro de una sociedad, en un momento histórico determinado, nos permitió ver en cuanto difieren, cuales son los principales factores de diferenciación, en donde se superponen las diferentes trayectorias sociales. Al detectar las barreras sociales y las áreas de competencias, los tipos de recursos y los capitales que pueden aplicarse, se puede hacer un mapa de los procesos que distribuyen a la gente en la estructura social, pudiendo inferir así las “reglas del juego” de la competencia social generalizada, uno de los objetos sociológicos centrales de la movilidad social.
Es esa configuración la que de-termina lo deseable, lo correcto, esas normatividades que dan cuenta de hegemonías políticas.
En el año 2003 las dinámicas políticas y macroeconómicas cambiaron, con efectos no solo sobre procesos observables cuantitativamente a nivel de la estructura social sino también a nivel de las subjetividades.
Las reformas y contrarreformas en el ámbito de la política social y la centralidad que el empleo adquiere como dinámica discursiva organizadora de las relaciones económicas, en lo que la forma de intervención estatal sobre la cuestión social refieren, entran en tensión con la centralidad que el mercado y el individuo habían tenido en la década de los noventa, de claro signo neoliberal.
Ahora bien, estas contrarreformas fueron propiciadas desde la esfera estatal antes de que fueran demandadas por la sociedad (Danani, 2010). Por lo tanto, si las ideas de socialización y colectivización volvieron al centro de la escena, no lo hicieron libres de tensiones. Esas tensiones se reflejan en la composición de los espacios sociales, en términos de los sentidos que esgrimen con respecto a la desigualdad y la cuestión social.
De manera más general, se sostuvo que la referencia a las propias capacidades, como mecanismo de inserción en el mundo laboral, en el mundo social, propio de la individualización de las trayectorias de la “nueva normalidad” se encuentra en todas las trayectorias de clase, pero se enuncian y se tensionan diferentes, y tienen efectos diferenciales sobre las percepciones, sobre el propio lugar en la estructura social y sobre la posibilidad de organizar la propia vida en términos de un proyecto.
El imaginario según el cual la posición en la estructura social es una “recompensa al merito propio” aparece, mayormente en quienes dibujan trayectorias por las clases medias alta, evidenciando un cierre de clase con respecto a otras clases. Esta ideología se asocia a la individualización y responsabilización por el lugar que se ocupa en la estructura social. Esto tuvo su impacto propio sobre los mecanismos simbólicos justificadores de la desigualdad en los años noventa y que hoy se traduce en el malestar o la incertidumbre de las trayectorias inter generacionales de reproducción de la clase media rutinaria, tensionada por la imposibilidad de cumplir un destino (basado en una genealogía simbólica e históricamente construida), de ascenso y/o mejora con respecto a la generación anterior. El imaginario de crisis que se imbricó como lo “natural” de esta clase genera un espacio social marcado por la incertidumbre, el rechazo “al otro” en tanto ese “otro” es “el Estado” que beneficiaría a quienes “menos lo merecen” y no a ellos “que se esforzaron por trabajar”.
Este mecanismo es rescatado por quienes tuvieron ascenso de corta distancia, con referencia a la generación anterior, pero se tensiona con un “hábitus” origen social en el cual es posible encontrar elementos de reconocimiento en un pasado de trabajo manual, de carencias, y necesidades.
En las trayectorias por las clases trabajadoras, en cambio, ha mutado en mayor medida su percepción sobre su propio lugar en la estructura social: el cambio en el modo de regulación estatal significó mejoras en sus condiciones cotidianas de vida, lo que produjo un cambio en la percepción sobre el futuro: no se trata del no reconocimiento de la desigualdad social, sino de la conformación de un mecanismo de tolerancia que se sustenta en el incremento de la seguridad social que se traduce en certidumbre sobre la posibilidad de organizar la propia vida y sobre todo las generaciones por venir.
Ahora bien, dados los emergentes empíricos antes presentados, sostenemos que el resquebrajamiento del consenso neoliberal en tanto roles y formas de intervención estatal no necesariamente fue acompañado por un resquebrajamiento de los valores y principios en los cuales la sociedad organizó la vida común, conformó una normalidad y subjetividades alrededor de la misma, con explicaciones y justificaciones sobre la desigualdad social. Más específicamente esta tensión no habría sucedido de manera similar en los diferentes espacios sociales, entendidos en términos de trayectorias inter generacionales de clase, dinámicas y cambiantes, marcadas por la posición social de origen y por los procesos estructurales sobre los que se asientan. Así, las trayectorias de clase configurarían percepciones diferenciales sobre el propio lugar en la estructura social, las condiciones de vida y la estructura de oportunidades, generando una dualización que tiene efectos sobre el lazo social. Dicha dualización reduciría los espacios de integración social, naturalizando una “sociedad más desigual”.
Si el pasaje desde el patrón de acumulación por sustitución de importaciones hacia el modelo aperturista implicó un cambio no sólo a nivel estructural de las tendencias de movilidad sino también a nivel simbólico con relación a las normalidades o modelos histórico culturales como mecanismos de integración - desintegración, habiendo pasado una década desde la crisis del modelo aperturista, cabe preguntarse sobre los matices que asumen las trayectorias inter generacionales de clase como espacios sociales dinámicos, históricos y cambiantes. Las vidas posibles manifiestan lugares posibles que son reflexionados y puestos en práctica por los sujetos. Esas formas de reflexión están inscriptas en modos de razonar sociales e históricos que hacen posible la comunicación y las diversas formas de integración social. Reflexionar sobre estos puntos debe permitirnos dejar de “pensar a destiempo la realidad social”, incorporando los elementos característicos (y distintivos) de la década reciente. Intentamos así aportar elementos para no continuar atados a esquemas interpretativos que fueron pensados para otros momentos históricos (Palomino, 2007), reconstruir el propio contexto, historizarlo e interrogarnos desde allí sobre las diferentes aristas, fragmentación social que hoy observamos, no solo en términos materiales sino, y principalmente, en términos simbólicos.
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