
Ana María Castellano / Reseña
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como protagonista o como testigo participante y obligado. Entonces ya atados y
hechizados por el asombro constante de vivir realidades impensadas, pero tan reales
que duelen no solo en el cuerpo, sino también en el ser, aceptamos la invitación de
Briceño-León para inmiscuirnos en la lectura de una obra que está constituida por
cuatro partes, que muestran duramente realidades diversas y tan comunes a la vez.
En la primera parte, Crimen organizado y gobernanza criminal, con la mirada puesta
en América Latina, en la obra se examinan los problemas presentes, a partir de la
intervención y el control de los territorios por parte de las bandas y los procesos de
gobernanza criminales que surgen al desplazar o coexistir con el Estado. Se pone de
manifiesto como la población dominada por grupos criminales es atravesada por dos
“espadas”, es decir, los castigos pueden venir por dos vías: por parte del Estado y
de la mano de las bandas de delincuentes que dominen determinada zona.
Esas bandas criminales y su gramática se imponen por la ausencia de la protección
del Estado y su dejar hacer, frente a las formas de seguridad creadas al margen de
la legalidad: creación de miniejércitos para la protección, que más tarde se adueñan
del lugar e imponen su sintaxis expresada en reglas, normas y principios que
gobiernan los sintagmas y las oraciones gramaticales: la cultura criminal
contextualizada en un espacio físico, social y económico. En esta parte se destaca un
elemento importante y novedoso referido a la gobernanza criminal en América Latina
que se ha instaurado no solo en las zonas rurales, “sino también de zonas urbanas,
centrales y de gran relevancia social y política”. Aquí se pone de manifiesto que el
gobierno nacional es desplazado por un grupo criminal. Su gobernanza se impone.
Esta gobernanza se instituye sobre seis dimensiones: capacidad de ejercer un
monopolio fáctico de la fuerza, una organización compleja y estable, disponer de una
base financiera regular, capacidad para establecer normas propias e imponer su
acatamiento, obtener la sumisión y legitimidad de la población y establecer un tipo
de cohabitación con el Estado nacional.
En la segunda parte titulada: La ciudad y la gramática social se presentan datos e
historias interesantes sobre la violencia en el espacio urbano, sus relaciones con el
fenómeno de la pobreza y las respuestas de los pobres, sus luchas, sus decisiones
frente a situaciones de carencias semejantes. El autor nos habla del papel de la mujer
frente a la institucionalidad informal. Se pone de manifiesto en esta parte, que el
sostén de las decisiones se encuentra enraizado “en los valores, las reglas de
comportamiento, los mecanismos confiables de resolución de conflictos; es la moral
de la sociedad expresada en normas, su gramática social. Lo cierto es que las
ciudades en América Latina se encuentran ancladas entre murallas que juegan el
papel de protección: calles, caminos peatonales con rejas, cercas altas--que roban la
visión o comunicación con el otro y con el entorno--, las cercas con electricidad como
mecanismo de defensa. Al lado de estas murallas se encuentra la actitud de “no te
metas en nada”; sencillamente no mires, no oigas, no hables. Solo dedícate a ti y a
tu familia. Cerrar las puertas emocionales y territoriales es la salida para sentirse
escasamente protegidos. Sentirse, que no significa estarlo; es solo el efecto
tranquilizador de creerlo. En el libro se discuten otros aspectos de interés, e incluso
se analiza que las decisiones de mudarse de ciudad o de emigrar del país (la huida)
se encuentran influidas por una vasta pluralidad de factores sociales y políticos; así
como por el miedo a ser víctima de la violencia.
La tercera sección: Gramática social e institucionalidad, se centra en discutir la
vinculación de los homicidios con la desigualdad social. De igual forma, se aborda el
rol que juega la institucionalidad formal o informal en su sujeción. Se resalta que la
institucionalidad informal es la respuesta práctica que asumen las comunidades