
Invest Clin 62 (2): 97 - 99, 2021 https://doi.org/10.22209/IC.v62n2a00
EDITORIAL
La fatiga crónica, la encefalomielitis
miálgica/síndrome de fatiga crónica
y el SARS-CoV-2.
La vacunación a gran escala, junto a la
implementación de esquemas terapéuticos
de eficacia demostrada por estudios clíni-
cos metodológicamente confiables, contri-
buirán de manera decisiva en el control de
la pandemia de COVID-19. En los próximos
meses, no obstante, los especialistas en di-
versas áreas han de enfrentarse con las con-
secuencias a largo plazo de la infección por
el SARS-CoV-2; en este sentido, las secuelas
neuropsiquiátricas, en especial la fatiga cró-
nica y los trastornos relacionados, requeri-
rán particular atención. La fatiga crónica
puede observarse como manifestación ais-
lada, coexistir con diversos trastornos neu-
ropsiquiátricos y de dolor crónico, o como
síntoma principal de la encefalomielitis miál-
gica/síndrome de fatiga crónica (em/sfc),
enfermedad multisistémica, clínicamente
heterogénea, caracterizada por la presencia
adicional de disfunción cognitiva, alteracio-
nes del sueño, perturbación autonómica,
síntomas gastrointestinales y malestar ge-
neral posterior al ejercicio; es habitual que
los pacientes describan el inicio brusco de
la fatiga, asociada típicamente con síntomas
semejantes a los de la gripe (1). El trastorno
afecta negativamente las actividades de la
vida diaria de los pacientes y representa un
reto tanto para los médicos tratantes como
para los sistemas sanitarios. A pesar de que,
en años recientes, se ha ampliado el conoci-
miento respecto de la clínica y la fisiopato-
logía de la fatiga crónica y del complejo em/
sfc, su diagnóstico y tratamiento aún resul-
tan difíciles; en efecto, a lo largo del tiempo,
su terminología y criterios diagnósticos han
cambiado profundamente (1). La fatiga cró-
nica, como síntoma aislado, es común en la
población general, con prevalencia del 30%,
mientras que la prevalencia de la em/sfc es
cercana al 1%; en pacientes con COVID-19 la
fatiga crónica alcanza hasta el 10% de preva-
lencia, de acuerdo a lo reportado en estudios
de seguimiento a tres meses luego de la in-
fección, y forma parte del conjunto de ma-
nifestaciones persistentes, junto a cefaleas y
problemas del sueño (2).
Aunque hasta la fecha no se ha esta-
blecido ningún factor como responsable ex-
clusivo en la aparición del trastorno, se ha
propuesto el papel de noxas de naturaleza
diversa, que incluyen infecciones por nume-
rosos patógenos, en particular virus, como
elementos iniciales en la cascada fisiopato-
lógica (3). En efecto, la epidemia de SARS
en el 2003, la epidemia de AH1N1 de 2009,
y brotes de infección por el virus Ebola, el
virus del oeste del Nilo y el virus del dengue
en años recientes, e incluso la epidemia de
gripe española de 1918, han sido relacio-
nados con el aumento en la incidencia de
manifestaciones de fatiga crónica y de em/
sfc en convalecientes, varios meses después
de la infección (4). En virtud de la elevada
transmisibilidad del SARS-CoV-2 y la incues-
tionable carga sanitaria y socioeconómica de
la pandemia, grupos de estudio han plantea-
do recientemente la importancia del virus
como potencial elemento desencadenante
de la fatiga crónica, tanto como síntoma in-
dependiente, como del complejo em/sfc (5).