Capitulación de
Maracaibo: Revisiones historiográficas de la Independencia desde la perspectiva
de la paz
Pita Pico, Roger *
Resumen
En el marco del análisis del proceso
de Independencia venezolana, este artículo tiene por objeto analizar la
rendición de la plaza de Maracaibo y la posterior firma de las capitulaciones en
el mes de agosto de 1823 entre el alto mando republicano y el alto mando
español. La metodología aplicada en este trabajo historiográfico comprendió un
estudio descriptivo y cualitativo realizado con base en la consulta de fuentes
primarias de archivo y fuentes secundarias. El estudio se inscribe dentro del
propósito de revisar el proceso de Independencia desde la perspectiva del escenario
de la negociación. Fue este un proceso complejo en donde se debieron afrontar innumerables
complicaciones, tanto en la definición de los términos de la capitulación como
en el desarrollo de los acuerdos aunque al final vale resaltar la insistencia en
el cumplimiento de esta solución concertada que en últimas salvó la vida de
cientos de personas y permitió la salida de la mayor concentración de fuerzas
españolas en Venezuela. Esta vía pacífica fue una opción sensata de los bandos
beligerantes en la fase final de una guerra larga y cruenta. Concluyendo, que las
capitulaciones firmadas en Maracaibo fueron las más decisivas en el proceso de
liberación de Venezuela.
Palabras clave: Guerras de independencia
en Maracaibo; historiografía zuliana; negociación de capitulaciones; mecanismos
de conciliación; Venezuela en el siglo XIX.
Capitulation of Maracaibo: historiographic reviews
of Independence from the perspective of peace
Abstract
Within the framework of the analysis of the
Venezuelan independence process, this article aims to analyze the surrender of
the Maracaibo square and the subsequent signing of the capitulations in August
1823 between the Republican high command and the Spanish high command. The
methodology applied in this historiographic work included a descriptive and
qualitative study carried out based on the consultation of primary archive
sources and secondary sources. The study is part of the purpose of reviewing the
Independence process from the perspective of the negotiation scenario. This was
a complex process where innumerable complications had to be faced, both in the
definition of the terms of the capitulation and in the development of the
agreements, although in the end it is worth highlighting the insistence on
compliance with this agreed solution that saved the lives of hundreds of people
and allowed the departure of the largest concentration of Spanish forces in
Venezuela. This peaceful route was a sensible option for the warring sides in
the final phase of a long and bloody war. Concluding, that the capitulations signed
in Maracaibo were the most decisive in the process of liberation of Venezuela.
Keywords: Wars of
independence in Maracaibo; Zulia historiography; negotiation of capitulations;
conciliation mechanisms; Venezuela in the 19th century.
Introducción
Desde
tiempos coloniales Maracaibo se erigió como un importante puerto fortificado y
un punto clave de conexión productiva así como comercial con España y al
interior entre la región costera y los Andes venezolanos y neogranadinos. Esta
ciudad resultó ser estratégica en el periodo de Independencia, caracterizándose
como un bastión monárquico (Thibaud, 2003). Allí las
primeras expresiones de autonomía política surgieron en 1812 pero fueron
rápidamente reprimidas por el gobierno monárquico (Millares, 1977).
Tras
el recrudecimiento de la guerra a muerte en los años siguientes, la cual dejó
una alta cuota de venganzas y vidas sacrificadas, España decidió enviar en 1815
el Ejército Expedicionario de Reconquista al mando del general Pablo Morillo y
en corto tiempo lograron recuperar el territorio de Venezuela y la Nueva
Granada. Hacia 1817 el oficial Simón Bolívar encabezó la contraofensiva
republicana y ocupó la provincia de Guayana, instalando allí el Congreso de
Angostura que le imprimió un respaldo institucional al proyecto independentista.
Para agosto de 1819, Bolívar logró coronar con éxito su campaña militar que le
permitió independizar el territorio neogranadino, después de lo cual los
esfuerzos se concentraron en la liberación de Venezuela. Tras estos avances, fue
aprobada el 17 de diciembre la Ley Fundamental que creó la República de
Colombia como resultado de la unión de la Nueva Granada y Venezuela.
Durante
esta época, los republicanos solo contaban con Angostura, como punto de
contacto con Estados Unidos y las potencias europeas, y como canal expedito
para el suministro de ayuda. Por esta razón, fue una prioridad para los líderes
de este bando buscar apoderarse de algunos de los principales puertos sobre el
Caribe que, como Maracaibo, estaban todavía en manos de los españoles.
Hacia
el año de 1820, bajo el amparo de la corriente liberal, irrumpió en España la
esperanza de una salida negociada a esta guerra que llevaba más de una década
causando desolación y destrucción. Después del levantamiento de Riego, fueron
convocadas las Cortes y se restableció la Constitución de Cádiz a la cual el
Rey Fernando VII elevó su juramento. Las Cortes manifestaron su intención de
restaurar el dominio español en América a través de una amnistía general, para
lo cual se mostraron dispuestas a hacer concesiones prometiendo a las fuerzas
insurgentes que conservarían el poder de las provincias que hubiesen
conquistado pero con la condición de que estas debían depender de España (Academia Colombiana de Historia [ACH], 1820).
En
desarrollo de esta directriz, iniciaron a mediados de este año en Venezuela los
primeros acercamientos que conllevaron al ejército español, en cabeza del
general en jefe Pablo Morillo, y al gobierno republicano, bajo el mando del presidente
Simón Bolívar, a firmar en la población de Trujillo el 25 de noviembre un
tratado de armisticio, que se extendería durante seis meses con miras a generar
el ambiente propicio que condujera a la firma de una paz definitiva. Al día
siguiente, las partes firmaron un tratado de regularización de la guerra que
concentró su atención en la protección a los prisioneros y a los heridos en
campaña (Correo del Orinoco, 1820).
Maracaibo,
era de gran importancia militar para la campaña que adelantaban los republicanos
en Venezuela, por su cercanía al territorio donde se desarrollaba buena parte
de las operaciones. Era clave para restablecer la comunicación directa con la
Nueva Granada y, además, para garantizar el tránsito de La Guardia y de las
tropas de occidente de cara a la retoma de Caracas (Ibáñez, 1993). Se consideraba
además, una despensa valiosa de recursos dado que las anteriores luchas
independentistas no habían afectado mucho su territorio (Urdaneta y Urdaneta,
1888). Desde antes de la tregua, Bolívar ya había impartido instrucciones a los
coroneles Jacinto Lara y Mariano Montilla, para que intentaran reconquistar
aquel puerto con tropas neogranadinas.
Aunque
Maracaibo había quedado por la demarcación del armisticio de Trujillo, en poder
de los españoles (Páez, 1871), el 28 de enero de 1821 las autoridades civiles y
militares de la ciudad redactaron un acta en la cual declararon su separación
de España y la adhesión al gobierno colombiano (O´Leary, 1983). Aunque los
republicanos expresaron su satisfacción por lo que consideraron como una
expresión espontánea del pueblo de Maracaibo, para los españoles este era un
acto propiciado premeditadamente por el general Rafael Urdaneta y fue
calificado como la más grave violación del tratado de armisticio (Groot, 1869).
A fin de cuentas sería este el principal detonante para que el 10 de marzo el
presidente Simón Bolívar anunciara para el 1º de mayo la reanudación anticipada
de las operaciones militares (Cortázar, 1956).
Los
republicanos, mucho más fortalecidos, emprendieron una crucial campaña con la que
alcanzan la victoria el 24 de junio en la batalla de Carabobo y la recuperación
de la ciudad de Caracas. Por su parte, los reductos vencidos se replegaron y
buscaron refugio en Puerto Cabello. Maracaibo, entre tanto, logró mantenerse
como fortín republicano hasta junio de 1822, cuando fue invadida por el general
Francisco Tomás Morales, designado hacía poco como general en jefe del ejército
realista (Baralt y Díaz, 2016).
Aún
con todas sus falencias y tropiezos, no cabe duda de que los tratados de
armisticio y de regularización de la guerra suscritos en Trujillo, sirvieron de
inspiración para explorar vías de conciliación más allá de la truncada tregua.
Una de sus consecuencias más evidentes, fueron las firmas de las capitulaciones
que permitieron la liberación pacífica de los últimos bastiones del régimen
monárquico en la fase postrera del periodo de Independencia: Cumaná, Maracaibo
y Puerto Cabello. Gracias a este tipo de acuerdo se logró salvar la vida de
miles de combatientes españoles.
En
el marco del análisis del proceso independentista venezolano, este artículo
tiene por objeto analizar el proceso de rendición de la plaza de Maracaibo y la
posterior firma de las capitulaciones entre el alto mando republicano y el alto
mando español. Innumerables frascos de tinta se han impreso en papel para
describir hasta el más mínimo detalle la gesta heroica de la batalla naval del
24 de julio de 1823, hecho crucial que precipitó la pérdida de los españoles y
la recuperación de Maracaibo por parte de los republicanos. Es este
acontecimiento al que la historiografía tradicional le ha conferido especial
realce como uno de los hitos más importantes de la lucha independentista, con
énfasis en la estrategia militar y en el gesto heroico de los combatientes.
Muchas
han sido las descripciones y representaciones iconográficas de esta
confrontación bélica ocurrida en las aguas de la laguna. Sin embargo, no tanta
atención ha merecido el proceso de negociación posterior, que permitió fijar
las bases para la rendición y emigración de la guarnición y de los vecinos
aliados a la bandera española, proceso que en últimas fue el que contuvo la
ocurrencia de otro enfrentamiento militar que habría causado funestas consecuencias
con un elevado número de pérdidas materiales y humanas.
Es
en respuesta a estos vacíos, que se ha querido proponer este trabajo inscrito
dentro del propósito de revisar el proceso de Independencia no desde el prisma
de la guerra, como fue la constante de la historiografía tradicional, sino
desde la perspectiva de las vías negociadas planteada por el historiador
Francisco Alfaro (2013).
Para
la elaboración de esta investigación, se adelantó la consulta de fuentes
primarias de archivo, particularmente los fondos documentales que reposan en el
Archivo General de la Nación de Colombia (AGNC), los cuales arrojaron pistas
reveladoras. El intercambio epistolar entre los dirigentes políticos y
militares, así como también las proclamas, los partes de batalla, los informes
oficiales y el contenido mismo de los textos de negociación representaron
nuevas posibilidades para hallar datos que resultaron útiles para este trabajo.
Para el análisis de este artículo, se optó por dividirlo en el siguiente orden temático:
Los primeros esfuerzos de negociación, los términos de las capitulaciones, la
vicisitudes en la salida de los militares y migrados realistas, la ocupación de
plaza por parte de los republicanos y la travesía de los migrados realistas hacia
la isla de Cuba.
1.
Intentos de acuerdo y persistencia en la negociación
Al sumar cada vez más avances en sus
operaciones militares, los republicanos buscaron estrechar el cerco sobre la
plaza de Maracaibo. A mediados de 1823, dos acciones militares empezarían de
nuevo a inclinar la balanza en favor de la causa revolucionaria. La primera de
ellas, ocurrió en la noche del 16 de junio
cuando fue atacada la plaza de Maracaibo, tras un intenso sitio con el
apoyo de fuerzas guerrilleras y en momentos en que los españoles estaban
afectados por los crecientes índices de deserción. En esa ocasión se incautó la
artillería, el armamento y todas las embarcaciones que estaban en el puerto, la
imprenta y demás elementos de guerra.
Desde su cuartel general de Maracaibo,
sensiblemente afectado por este revés militar, el general Morales envió el 24
de junio al general republicano Manuel Manrique, comandante general del
departamento del Zulia y jefe de las fuerzas sitiadoras en tierra, una carta en
la que desmintió los rumores que circulaban sobre presuntas violaciones a la
regularización de la guerra y, una vez aclarado esto, reiteró que era precisamente
su contraparte la que había cometido algunas indelicadezas en ese sentido.
Aunque reconoció Morales, que le hubiese gustado saludarlo y recibirlo en la
plaza, desistió de ello por ir Manrique muy escoltado. El jefe militar español concluyó
su misiva notificándole una radical decisión que consistía en cortar toda
comunicación a excepción de lo que tenía que ver con canje de prisioneros y
entrega de heridos (AGNC, 1823).
Pocas semanas después fue Ángel Laborde, jefe de
las fuerzas navales españolas, el que atenuó de nuevo el nivel de tensión en
las relaciones bilaterales. A través de una carta remitida el 17 de julio al almirante
José Padilla, comandante de la escuadra marítima republicana, aunque le reiteró que contaba con sobrados medios para
exterminarlo, en un tono conciliador expresó su más firme decisión de cesar los
males de la guerra. Por consiguiente, le propuso una honrosa capitulación que
implicara la entrega inmediata de los buques y con el compromiso de que a todos
los integrantes de la escuadra americana les serían respetados sus equipajes y
serían considerados prisioneros de guerra, siendo preferidos en un eventual
acuerdo de canje. Se comprometió además Laborde en garantizarles el transporte
hacia alguno de los puertos republicanos.
La respuesta de Padilla no fue tan amable, pues le
hizo ver a Laborde que se había dejado engañar de las sugestiones guerreristas
del general Morales. Fue muy claro el almirante neogranadino en reafirmar que
eran sus fuerzas navales las que realmente estaban en superior capacidad de
exigir la rendición, pues era amplio y reconocido su dominio sobre las aguas de
la laguna. Al día siguiente, Padilla informó sobre estos frustrados contactos
al general Manrique, al paso que le solicitó urgente apoyo para mejorar su capacidad
ofensiva ante un inminente ataque. De manera especial, le pidió 500 hombres
para reforzar la punta de Palmas (El Iris de Venezuela,
1823).
Finalmente, el 24 julio se dio el
combate naval definitivo en el que Padilla superó a la escuadra española al
mando de Laborde. Crítica era la situación padecida por el general Morales
luego de esta derrota. Sus tropas carecían de víveres, las contadas
embarcaciones que habían sobrevivido al ataque estaban bloqueadas y los
pobladores se hallaban pereciendo de hambre (Restrepo, 1858). Fue esta la
batalla naval de más grandes dimensiones en las guerras de Independencia, un
triunfo militar resonado y reconocido en otras provincias liberadas como un
adelanto significativo en la campaña de liberación de Venezuela y de las demás
naciones americanas.
Los republicanos, envalentonados por esta victoria,
optaron por proponer una vía de conciliación. El 26 de julio, en nombre del
gobierno de Colombia, el almirante Padilla envió una comunicación a Laborde, en
la que lo instaba a tomar conciencia de la situación en que estaba después de
la derrota sufrida, siendo ya infructuoso seguir en la lucha militar pues ya
era hora de terminar la desoladora guerra que los agobiaba. Así entonces, en
aras de los sentimientos filantrópicos, le propuso que entregara el resto de
los buques que aún le quedaban a cambio de “concederle decorosamente lo que sea
compatible con la justicia y la práctica de las naciones cultas” (Alfaro,
2013, p.357). Se comprometió además el alto oficial
neogranadino, a no tomarlos como prisioneros y a garantizarles una salida hacia
algún territorio bajo dominio español. Esta misiva no fue respondida
oportunamente, porque Laborde ya había huido precipitadamente hacia Puerto Cabello.
Entre tanto, desde su cuartel general de
Altagracia, Manrique reabrió la comunicación con Morales, pese a que consideró
un insulto la mencionada nota remitida por este alto oficial español el 24 de
junio. Pensó que había llegado el momento de dar pruebas fehacientes de humanidad
y de evitar más derramamiento de sangre y, en consecuencia, lo instó a
renunciar a su obstinación de permanecer en aquel punto.
Denunció abiertamente Manrique, que la estrategia
real de Morales era no sacrificar en combate su tropa peninsular sino más bien
arriesgar los 1.000 prisioneros de guerra republicanos que estaban en su poder,
con lo cual propiciaría un trágico enfrentamiento entre padres, hijos y
hermanos, todos ellos de origen americano. Manrique, reiteró la crítica
situación de la tropa española y puso de presente la capacidad exhibida por las
fuerzas republicanas, con lo cual creía posible completar la destrucción de sus
oponentes. Dependía entonces de Morales aprovechar este ofrecimiento y contener
el creciente número de víctimas en combate. Aunque estaba autorizado para
aplicar la medida extrema del derecho de represalia, aquel alto oficial republicano
quería lanzar primero este llamado de paz, para lo cual solicitó
encarecidamente que el oficial portador de esta carta fuera respetado “por el
carácter sagrado que va investido” (AGNC, 1823, f. 98r).
Morales contestó el 27 de julio en un tono más
moderado, reconociendo primero que su situación se había agravado por los
últimos sucesos. Aunque se excusó por no poder en ese momento atender
personalmente a Manrique, reconoció que no era prudente despreciar una
invitación decorosa y por eso lo instó a entrar en diálogo con Narciso López,
coronel del regimiento de Húsares de Fernando VII, segundo al mando, quien fue
debidamente autorizado para ello.
López se comunicó ese mismo día con Manrique
mostrándose dispuesto a brindar su apoyo con miras a que cesara la efusión de
sangre y las calamidades que aquejaban a lo que él mismo denominó “nuestra
común Patria”, para lo cual prometió actuar de buena fe y con respeto de los
delegados que se nombrasen. Manrique recibió con “indecible satisfacción” esta
disposición al diálogo y designó sus negociadores.
Pese a que había primado el consenso en la
discusión de varios puntos, al parecer no toda la alta oficialidad republicana
creía oportuno finiquitar el acuerdo, pues el almirante Padilla exigió el 28 de
julio en carta dirigida al general Morales la contestación inmediata a la
intimación que días antes había hecho al comandante de la escuadra española
Ángel Laborde para que se rindiera, con el compromiso de ofrecerle todas las
garantías de no tomar retaliaciones violentas contra ellos. Amenazó Padilla con
que, si no se le entregaban las reliquias de la flota que se habían salvado del
combate naval, recurriría de nuevo al uso de la fuerza.
En vista de esta inconformidad de Padilla con el
texto acordado y de su exigencia perentoria, López decidió en carta dirigida a
Manrique el 29 de julio, que ya no tendría ningún efecto lo previamente convenido
y, en consecuencia, serían las armas las que definirían la suerte de ambos
bandos (AGNC, 1823).
Indispuesto se mostró también el general Morales ante la voz disonante de
Padilla y por ello el 2 de agosto oficializó la decisión de suspender
cualquier tipo de negociación.
Ante esta súbita interrupción, el
coronel Narciso López reconoció la terquedad y la obstinación de su jefe
inmediato, pero siendo optimista pensaba que finalmente este alto oficial no se
enfrentaría sino que prepararía su rendición. En medio de este estancamiento,
crucial fue el papel de este coronel español al reiterar su amistad a la
contraparte y comprometerse en la conclusión de la guerra y en promover los
mayores esfuerzos para que Morales aplacara sus ánimos exaltados y capitulase,
con lo cual se daría fin al estado calamitoso en que estaba sumido el pueblo de
Maracaibo. Después de adelantar esta labor persuasiva, López instó a Manrique
para que invitara secretamente de nuevo al comandante en jefe español
(Restrepo, 1858). Fue así entonces como el 5 de agosto Manrique
decidió reabrir los espacios de concertación.
En una carta enviada a sus superiores y, con el
ánimo de que después no se le juzgara por su excesiva debilidad, este general
republicano justificó las causas que lo habían impulsado a inclinarse por esta
decisión. La primera de ellas, era la situación afrontada por su división en
este entorno geográfico inhóspito y malsano en donde las pestes y enfermedades
habían elevado el número de recluidos en el hospital militar, sin posibilidades
de contar con el auxilio de facultativos y medicinas. El
batallón Caracas se hallaba en Gibraltar aquejado por calenturas, mientras que
la columna al mando del teniente coronel Francisco María Frías también estaba
muy estropeada.
El otro punto neurálgico, era la escasez de víveres
para la subsistencia de las tropas, llegándose al extremo de tener que
suministrar raciones con carne de burro. Los buques encargados de conseguir
provisiones en las costas aledañas no alcanzaban a paliar las necesidades. Le
preocupaba además la desbordada deserción al interior de sus filas y los
avances de las huestes españolas en zonas circundantes como La Guajira y el
Zulia. A esto había que adicionarle los movimientos insurreccionales a favor
del Rey acaecidos en Carache, ante lo cual fue indispensable desplegar tropas
en toda la provincia de Trujillo para contener estos alzamientos.
Las fuerzas republicanas
venidas de Riohacha, estaban bastante menguadas y eran tantas las bajas que el
coronel Manrique no podía aglutinar un pie de fuerza suficiente para batir el ejército
español que superaba en número a los republicanos. Manrique temía además que
Morales, en un acto de desesperación, pudiera quemar las embarcaciones que le
quedaran e intentara buscar refugio en La Guajira. En materia humanitaria, lamentaba
el hambre que padecían los maracaiberos, agobiados por las contribuciones
forzosas y los sacrificios para sostener la guarnición española (Restrepo,
1858).
Vale precisar, que la rendición se dio
en momentos en que las fuerzas del general Morales contaban con 1.700 hombres
de infantería y 200 de caballería, mientras que los republicanos sumaban 1.400
militares con mucha escasez de recursos y víveres, a lo cual se le sumaban 700
enfermos confinados en hospitales militares. No obstante, como parte de su
estrategia para amedrentar a su oponente, Manrique le hizo creer
artificiosamente al jefe militar español que contaba con un pie de fuerza de
3.000 hombres y que tenían sobrados recursos para sostenerse.
Siendo entonces consciente de este cúmulo de circunstancias
adversas y, partiendo del deseo de “[…] excusar los horrores de un nuevo
combate y calculando que no podía batir al enemigo, así por la superioridad de
sus fuerzas como por la ardua y expuesta empresa de un desembarco” (AGNC,
1823, f. 118r), Manrique decidió lanzar la invitación al general
Morales y conceder poderes al teniente coronel del batallón de Zulia, José
María Delgado y al capitán secretario de la comandancia general e intendencia,
José María Urdaneta, para que de una vez por todas negociaran la capitulación. Sin
pérdida de tiempo, ese mismo 2 de agosto Manrique transmitió una carta a
Morales formalizando la propuesta de reanudar diálogos con el coronel Narciso
López. Estos fueron los argumentos centrales de su misiva:
Un conjunto de reflexiones sobre la lamentable
situación de ese pueblo, la del ejército reducido al circuito de una plaza
estrechamente sitiada y las desgracias de que son susceptibles uno y otro como
la fuerza invasora, si entre jefes cuerdos no decide la prudencia antes de
empeñar combates destructores de la humanidad. (AGNC, 1823, f. 188r)
Horas después, Morales contestó positivamente para
lo cual anunció haber nombrado como negociadores al coronel José Ignacio Casas
y al teniente coronel Lino López Quintana. De
inmediato, Manrique redactó para sus comisionados un decálogo de instrucciones
que reorientarían el rumbo de las conversaciones que se llevarían
a cabo en la isla del Burro. Por estos días una bandera blanca ondeó sobre el
castillo de San Carlos, principal fuerte de la plaza, tal como lo pudo
corroborar con no poca sorpresa el comandante de la goleta corsaria Centella.
2.
Los términos de la Capitulación
La capitulación, finalmente firmada el 3
de agosto de 1823, fue la más elaborada de cuantas se habían acordado hasta el
momento en el territorio de la República de Colombia, dada la magnitud de los
asuntos por resolver y la cantidad de personas civiles y militares
comprometidas. En el preámbulo del convenio, ambas partes expusieron su
intención de “transigir de un modo honroso y debido a la humanidad y al decoro
de ambos ejércitos”, siendo además conscientes de la pobreza del pueblo de
Maracaibo, acorralado desde hacía tres meses y afectado por el hambre y la
destrucción.
Como primera instancia, se decidió
entregar la plaza, la fortaleza de San Carlos, los buques y el territorio
ocupado por los realistas, al jefe republicano sitiador Manuel Manrique. Los
sargentos, cabos y soldados de origen americano, quedaron con la opción de seguir
las banderas republicanas o de ser licenciados y retornar a sus casas. Pero
aquellos interesados en permanecer fieles a España, serían tratados como
prisioneros de guerra y serían vigilados hasta que el gobierno peninsular
decidiera sus canjes. Tanto los oficiales como la tropa podían salir hacia Cuba
pero no sin antes elevar el juramento de no volver a retomar las armas contra
la República. Tanto militares como funcionarios del ejército, es decir,
capellanes, físicos, armeros y asistentes, podían sacar sus armas, equipajes y
familias.
Era responsabilidad de los altos mandos
republicanos facilitar los buques y las provisiones para el transporte de estos
individuos. Cualquier vecino residente en la plaza, con anhelo de seguir con
sus familias y bienes muebles para aquella isla caribeña, podía hacerlo pero
costeando los gastos de traslado. Los habitantes de la ciudad y de su provincia,
serían protegidos por las leyes de la República sin importar cuál hubiese sido
su opinión política y esto implicaba el respeto a sus personas y a sus
propiedades. Esta concesión representaba una posibilidad efectiva de
reconciliación y de facilitación de un ambiente de paz tras el término del
conflicto (Alfaro, 2013).
Las tropas y la marina colombiana, solo podían
entrar una hora después de haber subido a bordo el último de los españoles. Los
heridos y enfermos serían tratados con humanidad y esmero y, los que por su
estado no pudiesen aún embarcarse, serían curados y asistidos oportunamente
hasta que pudiesen emprender el viaje. Dos jefes españoles quedarían en
Maracaibo como garantes del cumplimiento del tratado, así como también dos
oficiales republicanos acompañarían a los embarcados. Se estipuló además, pena
de muerte para todo aquel oficial o individuo de tropa que fuera aprehendido
tomando las armas contra la República sin estar canjeado.
Adicional a este tratado, ese mismo día
fueron firmados por los comisionados cuatro puntos de acuerdo para afinar
algunos detalles. Allí, se definió que los buques armados que estuviesen en la
laguna serían entregados al comandante republicano a excepción de la goleta Especuladora, que sería destinada para conducir a
Cuba al general en jefe Morales (Bolívar, 1826). Después de esta negociación,
Padilla destacó inmediatamente una división de buques para bloquear la entrada
a la plaza.
Al comentar detalles del proceso de negociación,
reconoció Manrique que el artículo 5º sobre entrega de armas, había sido el de
mayor discusión hasta el punto de que los comisionados republicanos temían que
no se firmara el acuerdo si no se accedía a tal solicitud, reiterada por el
general Morales como un asunto de honor y decoro. Esto, pese a que los
comisionados republicanos insistieron en que en cualquier otro dominio español
podían conseguir armas, pero el propósito que los convocaba en esa crucial
coyuntura era terminar la campaña. Aunque al comienzo la
idea había sido rechazada por Manrique por considerarla contraria a lo
contemplado en las capitulaciones, Morales insistió bajo el argumento de que era
su responsabilidad responder por los fusiles de su ejército. Finalmente,
Manrique accedió por ser la mayoría de estos fusiles usados, decisión que no
compartió mucho el secretario de Guerra don Pedro Briceño Méndez.
Al ser cuestionado por sus superiores,
Manrique propuso que el valor de este armamento le fuera descontado de su haber
militar que se le adeudaba, pero Briceño negó esta oferta tras aducir que, más
allá del valor comercial de estos pertrechos, había sido un craso error haber
contradicho un asunto que ya estaba estipulado en la capitulación, pues el
objetivo primordial era desarmar y restarle capacidad ofensiva a los españoles
(AGNC, 1823). Este reclamo adquirió mayor vigencia al conocerse los rumores
sobre una expedición que se estaba fraguando desde Cuba.
Al parecer, tampoco había quedado muy
claro el destino que debía darse a las armas de los soldados españoles que se
licenciaran a sus casas. Mientras el jefe español pensaba que debían quedar en
poder de estos militares, Manrique se encargó de aclarar que, conforme al
artículo 3º de las capitulaciones, debían pasar esos elementos de guerra a
manos del bando vencedor, pues la mayoría de esos fusiles habían sido
incautados a las fuerzas republicanas en
las batallas de Salina Rica y Sabanas de las Guardias.
Morales, había exigido también que se
autorizara la salida de sus hombres a Cuba sin juramentar, solicitud que la
contraparte estimó exagerada. Se discutió la salida de las familias desafectas
pero los negociadores republicanos subrayaron el hecho de que podían estar más
cómodas afuera, lo que a su vez redundaría en mayor tranquilidad para la
provincia liberada. Pese a las dificultades en materia de alimentación, los
negociadores republicanos plantearon su firme compromiso de proporcionar lo necesario,
incluso recurriendo a las provisiones traídas por algunos buques llegados de
Curazao y Casigua, considerándose que este era un
costo que debía asumir la República.
Sobre los detalles de la negociación, se conoció de
manera secreta que había sido el coronel López el encargado de persuadir a
Morales a que aceptara las capitulaciones, haciéndole temer de la superioridad
de las fuerzas republicanas y de la orden perentoria que había de batirlo. Al
parecer, los comisionados Casas y Quintana también habían contribuido a
morigerar los ímpetus del comandante en jefe español. Fueron 15 horas seguidas
de intensa discusión, observándose de manera reiterada los reparos y
prevenciones de este alto oficial. Se consideró tan valiosa la influencia
ejercida por López y sus asistentes, que Manrique sugirió
mantener en reserva sus valiosas gestiones para no comprometerlos con sus
superiores y no vaciló en recomendarlos por sus aportes a la salida concertada
(Cortázar, 1969).
Aseguró además el general Manrique haber
intentado por iniciativa propia incluir en las capitulaciones la rendición de
Puerto Cabello, pero el coronel López se negó aduciendo que ni siquiera el
general Morales estaba autorizado para ceder sobre este punto y, en
consecuencia, aquella última plaza sería entregada con el postrer aliento de
sus defensores (AGNC, 1823).
Diferentes reacciones internas generó la
postura conciliadora de los jefes militares republicanos de Maracaibo. El
Libertador Simón Bolívar, recibió la noticia de la capitulación en Lima y desde
allí expresó su satisfacción (Archivo del Libertador, 1823). En un principio,
el almirante Padilla se había opuesto rotundamente a una salida negociada, al
pensar que no debía admitirse ninguna proposición del enemigo pues eso sería un
acto de debilidad. Sin embargo, terminó accediendo ante las persuasiones de
Manrique, pero bajo la condición de que se le devolvieran los buques retenidos por
las fuerzas españolas. Por su parte, el vicepresidente del departamento de
Venezuela, don Carlos Soublette, creía que Manrique había sido muy generoso en
estos espacios de concertación, todo esto debido a que no eran muchas sus
cualidades como negociador (Cortázar, 1969). A su vez, el general republicano Francisco
Bermúdez tampoco estaba muy conforme con los términos de la capitulación pues
la juzgaba “festinada y sin motivo suficiente” (Restrepo, 1858, p.334). Una
opinión favorable fue la expresada por la prensa republicana a través de los
editorialistas de El Venezolano (1823):
Esta capitulación la miramos como una
obra maestra, tanto en la parte militar, como una negociación que nos produce
ventajas sin límites, con solo el hecho de la salida de Morales, aunque algunos
genios mezquinos que, se alimentan solo de la vil adulación, hayan querido
propalar lo contrario, queriendo rebajar el relevante mérito de los valientes
que la han conseguido, alegando que debían haber retenido la persona de
Morales, sin considerar además, que en la guerra no hay circunstancia que no
sea difícil. Nosotros nos congratulamos con la Patria por este triunfo que casi
termina nuestra guerra, y nos encamina a nuestro total engrandecimiento y
libertad. ¡Loor eterno a los grandes Manrique y Padilla y a los valientes
libertadores de Maracaibo! (p.2)
Al momento de rendir balance ante el ministro
de Guerra de España, Morales reconoció que por estar aislados y por la falta de
víveres y elementos de guerra, se habían visto conminados a aceptar la
propuesta de paz. Era tanto el nivel de penuria, que pasaron algunos días
enteros sin alimentarse adecuadamente. A pesar de que la intención de su
guarnición era defender la plaza con honor hasta último momento, al final
reconoció que los republicanos trataron
de evitar los efectos devastadores de una confrontación mayor, para lo cual
ofrecieron lo que Morales catalogó como “la capitulación más honrosa que había
obtenido ningún ejército Real de Ultramar” (Landaeta, 1924, p.38).
Finalmente, el 5 de agosto tomó
juramento este general junto a la oficialidad y tropa española dispuesta a
embarcarse, mientras que los militares interesados en tomar el servicio republicano
lo hicieron conforme a Ordenanza. Otros recibieron pasaporte para regresar a
sus casas. Ya apaciguados sus ánimos, Padilla manifestó su interés de
entrevistarse con Morales para compartir con él una copa de vino y, para el
efecto, lo invitó a que visitara el bergantín de guerra “Independencia”, con el fin de brindar
por el restablecimiento de la paz entre americanos y españoles como “pueblos
ligados por la sangre, la religión, costumbres e idioma” (AGNC, 1823).
Aún después de firmada la capitulación,
el ambiente para los republicanos seguía
siendo hostil por cuanto buena parte del pueblo de Maracaibo simpatizaba
todavía con la causa monárquica. Según se supo, Morales había ordenado matar a
un militar porque andaba seduciendo a la tropa para que se asumiera una
posición de resistencia frente al acuerdo. A mediados de agosto, se presentaron
otra serie de actos hostiles que preocuparon a los republicanos ante la
presunta falta de buena fe de los españoles y, de inmediato, se exigieron las
explicaciones del caso, pues se consideraba que se habían violado los acuerdos
suscritos. Días después, el alto mando republicano recibió nuevas quejas de
robos cometidos por algunos soldados de los que pertenecían a Morales y que
habían sido licenciados por él, ante lo cual se implementaron medidas para
restaurar el orden (Cortázar, 1969). La situación se tornó más tensa al
conocerse el asesinado de un oficial de marina y otros dos individuos de tropa
al servicio de los republicanos.
3.
Vicisitudes en el alistamiento del viaje de los emigrados
El principal problema que se suscitó en la
etapa del cumplimiento de las capitulaciones, fue la demora en el proceso de
alistamiento del viaje de los migrados, particularmente por las indecisiones en
el orden de prioridad en el embarque y la falta de recursos logísticos. El 7 de
agosto el almirante Padilla, desde su cuartel general de Altagracia, propuso al
general Morales que primero se embarcaran las mujeres y familiares de los jefes
militares, oficiales y empleados y que el resto, es decir, los vecinos
particulares, esperaran algunos días mientras se conseguían buques. Todo esto,
con la promesa de que estas personas que se quedaran jamás serían molestadas.
La otra propuesta, era que los jefes oficiales españoles con asistentes de
origen americano fueran reemplazados por peninsulares para disminuir el número
de criollos embarcados.
Por otra parte, Manrique había propuesto a Morales que, si algunas personas querían
pasar a Curazao o, los oriundos de Coro, que no fueran casados con europeos
querían volver a su tierra, no había ninguna objeción en ello. Todo esto en
consideración a que estos individuos estaban en una ciudad desconocida, en
donde no les resultaba fácil encontrar modos para subsistir (AGNC, 1823). Según
denunció Morales, estas dilaciones habían provocado sobresaltos y desconfianzas
al interior de la tropa estacionada en espera de partir. Se declaró este alto
oficial en una situación francamente embarazosa, por ser él el primer
responsable en hacer cumplir lo pactado. Creyó necesario informar oportunamente
sobre esto a las autoridades políticas de la ciudad de Maracaibo, ante la
imposibilidad de embarcar las familias que deseaban emigrar en el convoy que
conducía las tropas y ante la necesidad urgente que había para evacuarlas.
Para Morales era imperioso en esos
momentos explorar alternativas para remediar este impase y para ello se
programó para el 8 de agosto una reunión en la sala de cabildo. Allí todos
coincidieron en la importancia de que se cumpliera oportunamente con lo pactado
en la capitulación. En la discusión, emergieron dos propuestas. Un sector, era
partidario de que primero se embarcara el pueblo adicto a España y luego la
guarnición. Otro sector, pensaba que había que darle prioridad a los militares
para que emprendieran el viaje, pudiendo los vecinos quedar con un jefe militar
español y otro que impartiera orden y controlara los eventuales brotes de
desorden y delincuencia que pudieran suscitarse. En el fuerte de San Carlos
quedarían dos jefes republicanos como rehenes hasta que saliera el último de
los vecinos.
Finalmente, la mayoría se inclinó por la
primera de estas opciones pues se puso de presente el inmenso temor que sentían
los vecinos al haber expresado abiertamente sus opiniones políticas y, por
ello, pedían se les concedieran de inmediato los respectivos pasaportes.
Después de esta reunión y, con el fin de
darle desarrollo a lo allí acordado, el 10 de agosto los oficiales Manrique y
Padilla recibieron a los dos parlamentarios españoles, los coroneles José
Ignacio Casas y José Pierzon. En esta entrevista, los
altos mandos republicanos subrayaron el hecho de que en las capitulaciones no
se había estipulado que la salida debía ser inmediata y que además en el
artículo 7º se había convenido que primero debían embarcarse los jefes
oficiales y la tropa.
Se acordó entonces, que quedaran en
Maracaibo dos jefes nombrados por el general Morales como agentes encargados de
los vecinos que quisieran emigrar en un mes, que era el plazo máximo acordado
según lo fijado en el artículo 8º debiendo marchar en ese mismo convoy dos
jefes republicanos como rehenes y garantes de que a Cuba llegaría el último de
los vecinos inscritos para emigrar. Se convino que este arreglo firmado en esta
fecha del 10 de agosto, sería no una adición a la capitulación sino una
aclaración al artículo 8º.
El problema, según denunció el coronel
español Narciso López, era que aún permanecían en la plaza 2.000 personas
pendientes de emprender el viaje a Cuba y solo había ocho embarcaciones, requiriéndose
todavía dos más. Pensaba López, que con las naves incautadas por los republicanos
tenían cómo suplir esta necesidad y entre los prisioneros había suficiente
personal hábil para tripularlas. Por todo esto, pedía que se observara
estrictamente lo pactado o de lo contrario elevaría el correspondiente reclamo
ante la clara infracción al texto de las capitulaciones. Si Manrique no
cumplía, Narciso amenazó con contratar embarcaciones en la isla de Curazao, con
el agravante de que estos gastos adicionales serían cargados al gobierno
republicano.
Ante estos señalamientos, Padilla se
defendió aduciendo dificultades en su escuadra pues cinco de los once buques
apresados a los españoles y otros tres de su escuadra, los había tenido que
desmantelar para acondicionarlos para el traslado de los primeros contingentes
de militares españoles. El resto de embarcaciones estaban inhabilitadas para
navegar en alta mar, porque sus averías eran de tanta magnitud que solo podían
movilizarse al interior de la laguna. Consideraba irresponsable entregar estos
buques susceptibles de malograrse en la ruta hacia Cuba, pudiéndosele después
culpar de varias pérdidas de vida y de la pérdida misma de las naves.
Se quejaba también el almirante
republicano, de la falta de marineros disponibles para tan larga travesía pues
había perdido muchos de ellos en la confrontación militar sin posibilidades
reales de reponerlos. Un déficit, que no veía factible subsanar en el corto plazo,
al poner de presente que se requerían hombres con experiencia para manejar buques
mayores en alta mar. Precisó además, que las naves que había entregado Morales
eran fuerzas sutiles y dos mayores habían sido inutilizadas en combate. En
síntesis, requería urgentemente individuos competentes y recursos para
habilitar su escuadra y cooperar con la operación de traslado de los emigrados
(AGNC, 1823).
Estas explicaciones de Padilla, parecían
no convencer del todo a Manrique quien lo seguía acusando de rehusarse con
“expresiones picantes”, a entregar las embarcaciones necesarias para la misión
de embarque. Así entonces, para evitarse problemas con Padilla y con el ánimo
de no desatender lo estipulado en el tratado, Manrique se vio en la necesidad
de dejar a 350 individuos de tropa española acantonados bajo estrictas medidas
de seguridad y fuera de contacto con el vecindario, mientras llegaban de
Curazao los transportes pedidos a los agentes de aquellas colonias extranjeras,
tal como lo habían recomendado el secretario de Guerra Briceño y el intendente
de Venezuela.
Después de muchos esfuerzos, finalmente
los altos mandos oficiales republicanos consiguieron los víveres y el
transporte. A las cinco de la tarde del 15 de agosto se concluyó el embarque de
la guarnición española en ocho buques más la goleta Especuladora que había sido solicitada por Morales (Espinal,
1823). Para los gastos de este viaje el gobierno republicano entregó 5.000
pesos (Morales, 1976). Un día antes de su partida, en momentos en que tramitaba
las firmas para su pasaporte, Morales se excusó de no poder despedirse
personalmente de Manrique y Padilla, debido a sus achaques aunque aprovechó la
ocasión para expresar su satisfacción de ver culminadas las “calamidades” de
Venezuela.
4.
Ocupación de la plaza y travesía de los migrados
Durante el proceso de embarque, el
general Manrique no dudó en criticar la supuesta mala fe de los jefes españoles,
por la inexactitud al momento de registrar el número de militares integrantes
de los cuerpos que componían la guarnición. A fin de cuentas, la cantidad
contabilizada en ese momento resultó ser de 2.156 hombres, cifra que era
superior a lo anunciado previamente por los altos mandos españoles y a lo que
había dejado consignado Morales, en los documentos entregados en el castillo de
San Carlos. Lo anterior quiere decir que, mientras avanzaron las negociaciones,
los españoles aprovecharon el tiempo para persuadir a varios vecinos con miras
a que abandonaran esta plaza. Al parecer, fueron varios los convencidos en
medio de la disminución que había registrado el ejército expedicionario, por
cuenta de las deserciones de varios militares desencantados con la firma de la
capitulación.
En el tomo 41 del Fondo “Secretaría de Guerra y Marina” del
Archivo General de la Nación de Colombia, es posible consultar los listados de
los militares que tomaron juramento, de aquellos que se embarcaron, así como
también de las familias y criados de los militares y los vecinos, que
decidieron buscar nuevos horizontes en dominios españoles. Algunos decidieron
quedarse y servir a la República, dentro de los cuales se incluyeron 64 hombres
del regimiento de Valencey y 25 del batallón
Cazadores. Un total de 503 militares tramitaron licencia absoluta para regresar
a sus casas (AGNC, 1823).
Según los cálculos, más de 1.000
militares realistas partieron de Maracaibo (Muriel, 2012), mientras que el
número de civiles emigrados se elevó a 600 (Morales, 1976). Dentro de los
vecinos cabeza de familia desafectos embarcados a La Habana, se encontró con
que 105 eran de origen español, 294 venezolanos, 4 de la Nueva Granada, 3 de
Guayana, 2 de Puerto Rico y 2 de la isla de Cuba. Entre los venezolanos, la
mayoría eran oriundos de las ciudades de Maracaibo, Coro, Puerto Cabello y
Caracas. Algunos salieron con familias numerosas, como fue el caso de doña Juana
Lezama, con 21 seres queridos y don Juan Bautista Iguarán, con 13 integrantes
(AGNC, 1823).
El 22 de septiembre. Manrique, en su
calidad de intendente del departamento de Zulia, dictó un bando en el que avisó
haber culminado el tiempo prefijado para el despacho de los vecinos desafectos
de la plaza, que habían optado por viajar con el ejército español a Cuba.
Teniendo ya listos los buques y las raciones para este periplo, se avisó que al
día siguiente vencía el límite de tiempo para que aquellos interesados se
presentaran a recibir sus pasaportes. Pasada esa hora, no sería admitida
ninguna persona en los buques, advirtiéndose además que, todo el que quisiera
salir después para Cuba o para cualquier otro dominio español, debía asumir con
su propio peculio los gastos del traslado. Con estas medidas, creía el gobierno
republicano haber dado cumplimiento a lo convenido en las capitulaciones.
Según reportó Manrique ese mismo día 23
de septiembre, solo quedaban en la plaza los jefes rehenes comisionados, uno
que otro oficial que estaba en proceso de convalecencia y un último reducto de
200 emigrados que se alistaban para el embarque. En resumidas cuentas, los
gastos en el flete de las embarcaciones y en el aprovisionamiento de víveres
sumaron 4.600 pesos (AGNC, 1823).
Evacuada la plaza, se mandó guarnecer
con las tropas divisionarias republicanas y además se nombró como gobernador
comandante de armas al coronel Andrés Torella. Evidente
era el déficit de abastecimiento para el vecindario y la tropa. Tampoco era muy
alentador el panorama en materia de orden público, pues se percibió a un pueblo
desafecto al quedar todavía en la plaza varios españoles esperanzados en ser
transportados a Cuba y los campos cundidos de desertores y ladrones. Ante esta
situación, las recién instaladas autoridades decidieron crear una junta que se
encargó de decidir la expulsión de los más desafectos, para lo cual se aclaró
que solo podían quedarse aquellos que comprobaran haber contribuido a la causa
independentista.
Conclusiones
Las capitulaciones firmadas en Maracaibo,
fueron sin duda las más decisivas en el proceso de liberación de Venezuela pues
permitió la migración del más grande número de tropa española de este
territorio. Sería esta salida pacífica un precedente para que, tres meses más
tarde, se lograra un nuevo pacto regulador, esta vez para concretar la
expulsión negociada de los últimos reductos monárquicos que aún permanecían en
Puerto Cabello.
Fueron los oficiales de ambos bandos en
terreno los que, en una posición más realista de su verdadera situación,
supieron ser consecuentes del estado crítico de la guerra y, alejados de los
dictámenes de sus superiores, vieron como opción sensata y prudente la
necesidad de sentarse a dialogar y salvaguardar la vida de cientos de militares.
Lo que más vale destacar de este proceso
de negociación, fue la habilidad del alto mando republicano, en cabeza del
general Manrique, de ganar la confianza de los negociadores españoles para
quebrantar la actitud intransigente asumida desde un comienzo por el general
Morales. Pese a que los republicanos estaban
en situación de clara desventaja en cuanto a pie de fuerza, al final lograron
hábilmente convencer a su oponente de las bondades y beneficios que se
derivarían de optar por una vía conciliadora.
Después de esta salida negociada, el
nivel de tensión disminuyó y la tropa vio con más esperanzas cómo se
consolidaba definitivamente el proyecto emancipador americano. Tras más de una
década de convulsión los militares tuvieron algún respiro. Una prueba de ello,
fue la emotiva petición elevada el 5 de noviembre por un neogranadino al
servicio de la plaza: “Silverio Fernández,
capitán del Batallón Ligero de Tiradores de la Guardia, con el más profundo
respeto a V. E. hace presente: que corre sobre ocho años que está privado del
gusto de ver a su familia por las ocurrencias de la guerra; ahora, pues, que
esta parece dar alguna tregua, no puede menos que solicitar de Vuestra
Excelencia permiso para pasar a Bogotá; en cuyo concepto suplica que dicho
permiso se extienda al término de cuatro meses” (AGNC, 1823, f. 478r).
Luego de
estos sucesos, se iniciaría el proceso de recuperación de esta región que vio asolados
sus campos, sus ganados y sus actividades productivas y comerciales por el
impacto de la guerra (Restrepo, 1858). Hacia 1830, Venezuela se separó de la
República de Colombia aunque en Maracaibo se plantearon otras opciones como la
anexión a la Nueva Granada (Cardoso, 2010), alternativa que aunque al final resultó
frustrada, de todos modos era una expresión de los vínculos históricos de esta
región fronteriza.
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* Magíster
en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana. Politólogo con
Opción en Historia de la Universidad de Los Andes (Bogotá). Director de la
Biblioteca Eduardo Santos de la Academia Colombiana de Historia. E-mail: rogpitc@hotmail.com
ORCID:
https://orcid.org/0000-0001-9937-0228
Recibido: 2020-12-06 · Aceptado: 2020-02-23