Revista de Ciencias Sociales (RCS)
Vol. XXX, Número Especial 9,
enero/junio 2024. pp. 604-615
FCES - LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431
Como citar: Curiel, R. Y., Chiquillo, J., y Amaya, N.
(2024). Salud mental e interculturalidad en poblaciones indígenas en América
Latina: Bienestar integral en el contexto actual. Revista De Ciencias
Sociales, XXX(Número Especial 9), 604-615.
Salud mental e interculturalidad en poblaciones indígenas en
América Latina: Bienestar integral en el contexto actual
Curiel Gomez, Rebeca Yaneth*
Chiquillo Rodelo, Juannys**
Amaya López, Nicolás***
Resumen
En el contexto
latinoamericano, el tema del bienestar se encuentra ligado a la racionalidad
instrumental, que emplaza al consumismo, la explotación de los recursos naturales
y al quiebre con la identidad cultural, situación que es agravada en
territorios aborígenes, donde la salud integral y mental, es tratada sin tomar
en consideración las formas de ser, pensar y sentir la tierra, dejando de lado
su cosmovisión, tradiciones, pensamiento y formas de vida alternativo; es
decir, todos aquellos elementos que le definen como culturas que constantemente
tienden hacia el bien común. En este sentido, la
investigación, basada en el método de exploración documental, tiene
como objetivo analizar la problemática de la salud mental y el bienestar social
en espacios interculturales en América Latina. Entre los
principales hallazgos, se destacan la urgencia de la salud integral, como
condicionamiento para la calidad de vida, la búsqueda del buen vivir, asociado
a la satisfacción de necesidades, de interacción comunitaria y como elemento
para consolidar el desenvolvimiento de las comunidades indígenas. En
conclusión, se destaca la interculturalidad como parte esencial de la salud
integral, siendo una visión alternativa, amplía y distinta a la propuesta por
el saber occidental y global.
Palabras clave: Salud mental; interculturalidad;
bienestar integral; psiquiatría cultural; vulnerabilidades sociales.
Mental health and interculturality in
indigenous populations in Latin America: Comprehensive well-being in the
current context
Abstract
In the
Latin American context, the issue of well-being is linked to instrumental
rationality, which calls for consumerism, the exploitation of natural resources
and the breakdown of cultural identity, a situation that is aggravated in
aboriginal territories, where comprehensive and mental health , is treated
without taking into consideration the ways of being, thinking and feeling the
earth, leaving aside its worldview, traditions, thinking and alternative ways
of life; that is, all those elements that define it as cultures that constantly
tend towards the common good. In this sense, the research, based on the
documentary exploration method, aims to analyze the problems of mental health
and social well-being in intercultural spaces in Latin America. Among the main
findings, the urgency of comprehensive health stands out, as a condition for
quality of life, the search for a good life, associated with the satisfaction
of needs, community interaction and as an element to consolidate the
development of indigenous communities. In conclusion, interculturality is
highlighted as an essential part of comprehensive health, being an alternative,
broad and different vision from that proposed by Western and global knowledge.
Keywords: Mental health; interculturality; integral wellness; cultural
psychiatry; social vulnerabilities.
Introducción
En el
presente ensayo, cuyo objeto de estudio es la salud mental ligado a los pueblos
aborígenes, la interculturalidad encuentra una presencia importante a la hora
de comprender y replantear las dimensiones de esta problemática. Se integra a
los cuestionamientos realizados sobre la crisis civilizatoria occidental (Mejía,
Cujia y Liñán, 2021), sobre los modelos económicos en América Latina (Huertas, Maguiña y Durand, 2021); a las preocupaciones acerca
de las vulnerabilidades sociales y las perspectivas económicas globales (Luna-Nemecio,
2020; Alvarado, 2023); sobre la globalización y su
influencia en la normatividad de la vida (Mansilla, 2011); en relación a la
invisibilización de las culturas étnicas (Cusihuaman, 2019); entre otras tantas
perspectivas, que han considerado el bienestar étnico como vinculante a los
problemas del entorno global.
Asimismo,
se sitúa dentro de las investigaciones que contemplan la interrelación entre la
salud mental, el bienestar y las poblaciones originarias, tales como los
elementos planteados por Ayala et al. (2024), que define la calidad de vida
como el conjunto de condiciones que favorecen el bienestar personal y
comunitario, sin dejar de percibir que las poblaciones indígenas padecen
mayores vulnerabilidades de distinta índole, lo que repercute negativamente
sobre el bienestar individual, comunitario y sobre la salud integral.
Por otra
parte, Jaramillo y Lombo (2024), consideran el saber ancestral como parte de
las necesidades indígenas para la salud integral, dado que, en su cultura, las
prácticas y tradiciones, evidencian una serie de conocimientos valiosos, que se
articulan a los deseos de bienestar, salud y calidad de vida de los individuos,
considerando dentro de estos la fraternidad, la fe, la religión, el
compañerismo, el sentido de pertenencia cultural, entre otros (Paz y Velasco,
2022).
Los organismos
internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), han alertado sobre el crecimiento
de los factores de riesgo dentro de los grupos étnicos, aumentando las
estadísticas en torno a los índices de salud mental en la región
latinoamericana, lo que ha derivado en el replanteamiento de los términos de
salud mental, considerando que está más allá de las concepciones clínicas,
insistiendo en este como un problema social, humano, con dimensiones e
implicaciones dentro de las ciencias sociales, que amerita de la revisión de la
cultura y de las formas de vida de las
comunidades, para garantizar un adecuado tratamiento, generando así condiciones
de vida digna para la población.
En este
orden de ideas, los estudios realizados por Orzuza (2014), consideran la
perspectiva intercultural en la salud mental como necesaria, dado que las
poblaciones indígenas presentan, en el contexto actual, crisis de salud,
niveles epidemiológicos importantes, morbilidad y mortalidad, desnutrición y
demás enfermedades endémicas que afectan estas poblaciones, generando, junto a
la presencia de condicionamientos externos, vulnerabilidades acentuadas.
A raíz de
esto, la promoción de la interculturalidad es esencial para la comprensión de
la salud mental en los poblados indígenas, para el diagnóstico y tratamiento de
patologías mentales, a la vez que da lugar a un nuevo campo de exploración,
como la psiquiatría cultural o etnopsiquiatría, que considera los hechos
cultuales e históricos, insistiendo en la importancia de analizar la identidad
cultural de los individuos.
Este
disentir a las perspectivas hegemónicas de atención a la salud mental, es un
paso importante hacia la visibilización de la cultura, a la revisión de las definiciones
de equidad y justicia social, así como al emplazamiento de políticas públicas
oportunas para el cuidado de los individuos. En consecuencia, se articula el
tema de la salud mental a la interculturalidad, al pensamiento descolonizador,
democrático y liberador, como elemento antihegemónico y antisistémico, que
denuncia las desigualdades sociales, la vulnerabilidad y a la defensa de los
derechos aborígenes.
En este
orden de ideas, la investigación tiene como objetivo analizar la problemática
de la salud mental, en asociación con la categoría de bienestar social,
enfocado en las poblaciones aborígenes, reconociendo que es un problema
creciente en la sociedad latinoamericana, con incidencias negativas dentro de
la colectividad.
Metodológicamente,
se trata de una exploración documental, que se sirvió del uso de importantes
bases de datos, tales como Scopus, Dialnet, Latindex, Google
Académico, Revicyhluz, entre otros.
Asimismo, se tomaron en consideración los lineamientos de importantes
organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL), por citar algunos. Los descriptores utilizados para
el rastreo de información fueron: Salud mental, bienestar integral, bien común,
interculturalidad, psiquiatría cultural. Una vez ubicada la información, se llevó
a cabo un proceso de depuración, seleccionando minuciosamente aquellos
materiales referidos directamente a la problemática de estudio.
1. Categorización de la salud mental
De acuerdo
a la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2022), la salud mental puede ser
definida como el “estado de bienestar mental que permite a las personas hacer
frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades,
poder aprender y trabajar adecuadamente y
contribuir a la mejora de su comunidad” (párr. 1). En este orden de ideas, la
salud mental se encuentra asociada al bienestar de los individuos, a la
capacidad de ser responsable de sus actos individuales y de las repercusiones
que estos tienen para el ámbito social; de esta manera, la salud mental
trasciende los escenarios clínicos y se convierte en un tema de interés
interdisciplinar, en un derecho humano fundamental, esencial para el desarrollo
de los individuos, las comunidades y para la economía.
Lopera y Rojas
(2012), definen la salud mental como el bienestar que los individuos
experimentan cuando los aspectos cognitivos, conductuales, afectivos y
emocionales operan de manera adecuada, acompañados por condiciones ideales para
el trabajo, recreación, diversión, la convivencia, entre otros aspectos. Si
bien la presencia genética, evolutiva y biológica resulta importante, los
autores consideran que el tema tiene diversas ramificaciones dentro de las
ciencias de la salud, las ciencias naturales y las ciencias sociales, al igual
que un impacto significativo sobre la economía y la sociedad. Una mala
conducción de la salud mental, genera aspectos negativos sobre la colectividad
que, en efecto, crea un entorno disfuncional sobre la familia, la comunidad y
las naciones.
Para la
Organización Panamericana de la Salud (OPM, 2013), la salud mental presenta
cualidades esenciales, entre las que destacan:
a. Ser un
recurso básico para los individuos, familias, comunidades y naciones.
b. Contribuir
a mantener en funcionamiento la sociedad, generando un efecto productivo para
todos.
c. Abarcar
al género humano, sin negar el derecho a ningún hombre a gozar de salud mental
en su vida diaria, hogar, escuela, lugar de trabajo o en las actividades
recreativas.
d. Favorecer
al fortalecimiento y desarrollo de la sociedad.
e. Mejorar
la inclusión, espiritualidad y prácticas más humanas.
f. Optimizar
las condiciones de vida comunitaria, a través de acciones pensadas para el
cuidado integral de todos.
En línea
general, la salud mental es un proceso complejo, donde factores clínicos,
académicos y sociales permiten definirla, existiendo atenuantes externos que
condicionan el bienestar de los individuos, como el hogar, la familia, las
amistades, la comunidad, la nacionalidad, entre otros. Empero, para la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 2022), los mismos elementos exógenos e
internos que garantizan la salud mental, pueden derivar en tergiversaciones que
socavan la salud mental, al cambiar los factores externos y los biológicos
individuales, combinándose con patrones de abuso, genética o diversas
vulnerabilidades sociales, como la violencia, la desigualdad, la degradación
del individuo como persona, el racismo, elementos que conducen a condiciones
favorables para la proliferación de patologías mentales.
Dichas
patologías son un riesgo para todos los seres humanos; muchas veces están
determinadas por edad o sexualidad y suelen atacar en etapas de vulnerabilidad
en la vida, particularmente en la primera infancia o en la tercera edad (OMS,
2022). Por lo que se hace prioritario entablar mecanismos de protección frente
a las vulnerabilidades sociales, protección a los individuos y a las
comunidades vulnerables, susceptibles a las amenazas globales y locales, al
desplazamiento, a la negación de la identidad, de su lengua y sometidas a
condiciones de vida desfavorables, precarias y con accesos limitados a la salud
integral.
Para
Huracaya-Victoria (2020), las enfermedades mentales son consideradas una serie
de patologías que atentan contra la capacidad racional y pensante de los
individuos, contra el estado anímico, la conducta, sentimientos y su
desenvolvimiento diario. De acuerdo a su duración, pueden ser ocasionales o
crónicas, afectando la capacidad de los individuos de ser funcionales en medio
de su entorno.
No
obstante, en el contexto actual, la cultura de la desinformación, las redes
sociales, los medios de comunicación, han impulsado el deterioro de la salud
mental, al manejar información imprecisa, errónea o falaz sobre diversos
acontecimientos, generando estados de ansiedad, depresión, malestar,
indignación, insatisfacción, comportamientos erráticos, volviendo estos
fenómenos cada vez más recurrentes, hecho que pudo ser evidenciado durante la
pandemia COVID-19, donde los problemas psicológicos y psiquiátricos fueron
acrecentados en gran medida, debido no sólo al distanciamiento social, sino a
la proliferación de la desinformación y al pánico generalizado (Huracaya-Victoria,
2020).
Resulta
indispensable devolver a los individuos, la familia y las comunidades, las
condiciones de normalidad en la psiquis,
mediante políticas públicas, marcos legales, objetivos comunes, con
perspectivas inclusivas, atención preventiva, que reconozca la capacidad de las
personas, al mismo tiempo que examine los contextos sociales y las situaciones
adversas de desenvolvimiento diario. De este modo, se procura fortalecer la
salud mental desde lo cotidiano, desde el cuidado de sí, de las emociones, de
los espacios cognitivos, familiares, laborales y de todos aquellos lugares
significativos para los individuos y la comunidad, resaltando así una visión
humanística, sensible, que lleva implícito la protección humana integral (Restrepo,
Flórez y Daza, 2022).
Visto así,
se deja de lado la postura tradicional de salud mental asociada a patologías o
trastornos mentales y se reconoce como un estado de bienestar psicológico, de
armonía en las conexiones entre mente, cuerpo y pensamiento, que favorecen la
actuación del sistema inmunológico sobre el cuerpo. Por lo tanto, las emociones
juegan un papel fundamental, bien sea positivas o negativas, puesto que aproximan
al bienestar integral, a la fijación de metas, a la búsqueda de logros, placeres
o diversos objetivos alternos (Oyola, Sierra y Aldana, 2021).
2. Bienestar ligado a la salud mental
El concepto
de salud mental se encuentra ligado al concepto de bienestar social. En la
definición precedente de la Organización Mundial de la Salud, se utiliza esta
categoría para hacer alusión a las capacidades de los individuos para hacer
frente al diario vivir. En principio, señalan Muñoz et al. (2022), se
consideran categorías sinónimas, pero la trayectoria histórica del concepto de
bienestar es distinta, dado que este implica no sólo las mejoras en la salud
mental, sino en las condiciones de vida de los individuos y en la protección de
las poblaciones vulnerables, lo que deja en evidencia las connotaciones no
clínicas de la salud mental, asociada a asuntos socioeconómicos, políticos e,
inclusive, filosóficos.
Desde el
punto de vista de la filosofía política, el estado de bienestar se refiere a la
capacidad que tiene el Estado de suplir las necesidades de las poblaciones
desfavorecidas y minoritarias, garantizando el acceso a bienes, servicios,
derechos, la salud, vivienda, educación, empleo, a un ambiente propicio para
desenvolverse tranquilamente (Muñoz et al., 2022). En esencia, se considera el
estado de bienestar como el desarrollo progresivo de políticas públicas
destinadas a la satisfacción de los ciudadanos, lo que implica la
transformación del Estado para adjudicarse el rol de benefactor de los
ciudadanos, ante los quiebres del mercado, la familia o demás condicionamientos
externos que impiden llevar una vida digna y de calidad (Benavides, Delclós y
Serra, 2017).
El uso de
este concepto se rastrea en el siglo XIX, pero fue profundizado a partir del
siglo XX, cuando surge la urgencia del Estado como proveedor de los servicios
esenciales para la sociedad, donde surgen diversas posturas, como la keynesiana
(Keynes, 1965), que intentaron superar la crisis de la depresión del año 1929,
mediante políticas públicas orientadas a la estabilidad económica (Muñoz et al.,
2022).
Ahora bien,
se considera que el Estado de bienestar ha tenido su final en la década de los
ochenta del siglo XX, pero el surgimiento de nuevas crisis, de cambios
políticos, tecnológicos, de la inestabilidad laboral y de patologías sociales
no conocidas, han dado espacio a un resurgir del estado de bienestar, mediante
la reconducción de los ingresos del Estado, procurando el bienestar de los
ciudadanos, con la finalidad de mantener el gasto social en períodos de crisis,
donde las políticas públicas acentúan la capacidad de prestación de servicios,
como el de la salud (Benavides, Delclós y Serra, 2018).
El Estado
pasa a regular la salud, actuando como rector de los organismos sanitarios,
haciendo balance entre costos y beneficios, entre las mejoras y la
actualización, en la participación y la asignación de recursos a las
comunidades. En medio de estas discusiones, la Organización Mundial de la
Salud, amplía la definición de salud mental, considerándole como una necesidad
básica, un interés notorio para la colectividad, aceptando que las condiciones
sociales, históricas, medioambientales, económicas, materiales, culturales y
espirituales, inciden en la psique de
los individuos, resultando esencial satisfacer las necesidades humanas, proveyendo
de recursos, de bienes, de trabajo, de educación y demás elementos materiales e
inmateriales, que lleven al bienestar social integral (Muñoz et al., 2022).
Maitta,
Cedeño y Escobar (2018) indican que, si bien las necesidades antes descritas
son fundamentales para la salud mental, también existen circunstancias sociales
negativas, que inciden negativamente sobre los individuos, tal como la pobreza,
el desplazamiento social, la violencia, siendo elementos que distancian a los
individuos de la educación, de oportunidades laborales, de un ambiente sano de
desenvolvimiento, generando estrés, preocupaciones y daños en su psique. Por este motivo, considera esencial
el encarar los problemas estructurales, encaminándose hacia la consolidación de
relaciones sanas y de apoyo social, como herramientas esenciales para preservar
la salud emocional.
Por su
parte, Maschewski,
Nosthoff y Couldry (2024), añade a esta lista de
condicionamientos externos que afectan la salud mental, la ampliación constante
de las tecnologías, con efectos negativos en el desarrollo cognitivo y mental
de niñas y niños e irrupción de las actividades cotidianas de los individuos.
Aún más, los efectos se extienden al crear sensación de desplazamiento y
marginación en aquellos individuos que no pueden adaptarse o asirse de las
nuevas tecnologías, en la medida que estas evolucionan constantemente.
Para Muñoz
et al. (2022), aceptar esta realidad implica considerar la salud mental como
subjetiva, ligada a los sentimientos de satisfacción, a las experiencias
diarias, a la carga genética y las formas que tienen los sujetos de afrontar
las emociones positivas y negativas. La salud mental engloba la satisfacción de
las necesidades básicas, alcanzar la felicidad, categoría propia de la
filosofía aristotélica (Aristóteles, 2014), que se asocia a la completitud, al
equilibrio de placeres, a interacción efectiva con la sociedad, pero vinculada también
a los efectos psicológicos, al sentir, pensar, hacer, a experiencias
cognitivas, que definen la existencia.
Dentro de
este proceso de búsqueda de los elementos que definen la condición humana, la
cultura determina las normas, valores y conductas de los individuos, ofreciendo
una serie de significados, interpretaciones sobre los individuos, la alteridad
y las comunidades que le rodea. En esencia, la cultura emplaza a enfoques
etnocentristas, al considerar las influencias de la multiculturalidad e
interculturalidad, los individuos se sienten ligados a un entorno común, a una
serie de acciones y prácticas que le categorizan como parte de un contexto
(Martorelli, 2004).
Es así que
la cultura se constituye un elemento esencial a la hora de definir la salud
mental, dado que las formas de comunicación, la genética, la identidad, la
adaptación, migración y demás factores vinculantes, llevan a quiebres en la
salud de las personas. Como tal, el bienestar que se persigue toma en
consideración las diferencias culturales y la perspectiva intercultural. En
otras palabras, la salud mental se asocia a las prácticas ancestrales, a los
valores, creencias, actitudes y formas de vida, a las diferencias culturales,
hechos concretos que permiten expresar y exteriorizar las emociones, creando un
espacio propicio para la salud integral.
3. Salud mental en poblaciones indígenas en América Latina
En el
informe titulado: Promoción de la salud mental en las poblaciones Indígenas.
Experiencias de países, de la Organización Panamericana de la Salud (OPM, 2016),
se afirma que los índices en problemas de salud mental en las comunidades
autóctonas han venido creciendo drásticamente, manifestado en las tasas altas
de suicidio, dependencia a las drogas, el alcohol y otros agentes psicoactivos.
A estas condiciones se suman las vulnerabilidades en las formas de vida,
determinadas por la violencia, la pobreza, la corrupción, la merma en las
oportunidades laborales y, sobre todo, el limitado acceso a los servicios de
salud mental.
Las brechas
sociales son un determinante común para los quiebres en la salud mental de las
poblaciones aborígenes, donde se estima que los Estados latinoamericanos
destinan una cuota mínima para la atención de la población en esta materia,
dado que el presupuesto asignado a la salud está previsto para el mantenimiento
de los hospitales estatales. En este escenario, las poblaciones indígenas
representan las comunidades más desfavorecidas, con un aumento considerable de
la pobreza extrema y con tendencias inciertas a la recuperación tras las
diversas crisis económicas surgidas en la región.
Si bien
esta realidad es considerable para todos, en las comunidades indígenas,
particularmente niños, mujeres y ancianos, se presentan los individuos que
mayor vulnerabilidad afrontan, menor acceso a la salud, aumento en índices de
depresión y de diversos trastornos mentales, que se vinculan al quiebre de los
derechos humanos, las libertades individuales y colectivas, así como a los
trámites burocráticos existentes para acceder a la salud pública (Lopera y
Rojas, 2012).
Conocer
esta realidad no brinda una solución a la problemática. La atención en salud
requiere de enfoques biomédicos, antropológicos, sociológicos y psicológicos,
además del conocimiento de la cultura geolocalizada, para fomentar la participación
de la comunidad y de la medicina especializada para el tratamiento de los
afectados. En América Latina, los niveles de escolarización, desempleo,
economía informal, migración, son altos, al igual que la inequidad social, la
exclusión y la discriminación, elementos que derivan en la xenofobia, maltrato,
a crear desequilibrio en las poblaciones. Esta realidad lleva al
fraccionamiento de las familias, de las comunidades, a crear rupturas dentro de
la cultura y generar patologías mentales, emocionales y psicológicas
importantes (Lopera y Rojas, 2012).
Las
iniciativas impulsadas desde los organismos internacionales ven el problema de
la salud mental indígena como un problema de salud pública, de interés para la
salud global, que requiere de tratamiento inmediato, del reconocimiento de sus
formas peculiares de vida, de organización, atención, tendencias culturales y
posicionamientos ideológicos específicos, siendo un tema que requiere de un
posicionamiento intercultural y de acciones centradas en la capacitación de
individuos, con miras en la promoción del bienestar humano. Desde esta
perspectiva, se incluyen las variables de la diversidad y la multiculturalidad
en los temas concernientes al ámbito de la salud mental y el bienestar, con
miras a atender las necesidades de salud pública de grupos étnicos específicos
(OPS, 2016).
De acuerdo
a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2011), el tema
de la salud mental en poblaciones aborígenes forma parte de la violencia
estructural de la región que, en todas sus formas, genera sufrimiento,
enfermedad y muerte. Las condiciones de marginación, racismo, sexismo, pobreza,
son elementos que afectan las poblaciones indígenas, al igual que el hambre, la
violencia doméstica, el desplazamiento forzado, la sexualización del cuerpo,
creando condiciones de vida inapropiadas, contraria a los intereses de los
derechos humanos. La institucionalización de la violencia, lleva a mermas en
las oportunidades de mejoras en la calidad de vida, del cambio social, del
diálogo permanente entre culturas y de acercamiento a los pueblos originarios,
subordinados a la lógica instrumental occidental.
La CEPAL
(2011), afirma que la violencia perpetuada sobre las comunidades indígenas, ha derivado
en importantes problemas mentales en los contextos actuales, como la depresión,
el alcoholismo, el suicidio, traumas sociales, que han impactado a las
comunidades, teniendo mayor presencia dentro de los niños y adolescentes. Las
patologías mentales son signo de desarraigo, ruptura con las condiciones de
vida armónica, inestabilidad, contradicción y debilitamiento de los entornos
culturales propicios, donde la identidad ocupa un lugar preponderante.
Al romperse
los lineamientos de la cultura, las tradiciones, espiritualidad, emociones y
sentimientos, se ven obligados a cambios no intencionados, forzados y
acelerados, donde puede decirse que las comunidades indígenas sufren de la
violencia política, ontológica y epistémica del mundo occidental globalizado.
Por lo tanto, el tema de la salud mental no puede considerarse un tema aislado,
sino como una desventaja para el progreso social de las comunidades, como foco
de proliferación de nuevas patologías sociales y de muerte de la cultura, signo
de resiliencia, bienestar y riqueza étnica, característica de la región
latinoamericana.
Con base en
los argumentos anteriormente esgrimidos, se evidencia que la salud mental
guarda estrecha relación con el bienestar social, siendo un tema que debe orientarse
desde enfoques transversales e interdisciplinares, atendiendo a la complejidad
de problemáticas que abordan. Ahora bien, cuando se fracturan las tradiciones,
espiritualidad, creencia, valores, se dan una serie de consecuencias negativas,
que erosionan sus formas de vida, ampliando las patologías sociales y mentales,
a la vez que se invisibiliza la diversidad étnica y cultural como elementos
valiosos para el bienestar colectivo.
4. Salud mental en perspectiva crítica intercultural
Dentro de
la perspectiva intercultural, el tema de la salud mental es entendido más allá
de ausencia de patologías o trastornos mentales, sino como un accionar o forma
de vida, que involucra la interacción social, el equilibrio emocional, la
cultura y demás componentes biológicos, psicológicos y sociales, requeridos
para alcanzar la salud mental como parte de la salud integral. Por esta razón,
se plantea la posición de aproximarse hacia la psiquiatría cultural o enfoques
etnopsiquiatricos para comprender de una manera amplía cómo las poblaciones
indígenas son afectadas en sus formas de vida, al presentarse patrones
hegemónicos y factores adversos como la pobreza, delincuencia, entre otras patologías
sociales (Barriguete et al., 2003).
Con ello,
no se pretende rebasar los planteamientos rigurosos de la ciencia, sino ampliar
el diálogo clínico hacia la comunidad, la familia y la sociedad, al diálogo
intercultural y de saberes. En este contexto, el modelo médico occidental y las
prácticas tradicionales, entran en diálogo simétrico, al cohesionar diversas
perspectivas, que brindan un nuevo enfoque y perspectiva holística al saber.
Esto es coincidente con el enfoque amplio de la interculturalidad, siendo un
espacio de tratamiento para las patologías sociales y como medio de prevención,
en la medida que las culturas son respetadas y liberadas de las
vulnerabilidades sociales presentes.
Sin lugar a
dudas, se trata de un tema denso, de interés para las ciencias sociales, para
la epistemología, que plantea los límites del conocimiento, más allá de las
sintomatologías, recobrando el papel de la escucha, del diálogo, del preguntar
y repreguntar, de hablar en la misma lengua que el tratado, considerando sus
sentimientos, afectos y elementos, que le definen como un núcleo individual que
se integra al resto de entes que definen su cultura (Barriguete et al., 2003).
Dentro de
la psiquiatría cultural, se concibe la cultura como determinante para facilitar
la conducción hacia la salud mental, incluyendo métodos de tratamientos ligados
a la creencia y espiritualidad de los pueblos. Es así que las tradiciones
culturales determinan a los individuos, fomentan la salud mental, de acuerdo a
lo establecido en su sistema de creencias, que ocupa un lugar de relevancia,
donde no existe la negación de la identidad cultural (Gutiérrez, 2010).
Desde el
punto de vista antropológico, las poblaciones indígenas no realizan
distinciones entre enfermedades físicas y mentales, puesto que consideran la
salud como un todo y, a su vez, como una realidad que afecta el tejido social,
considerándose un problema colectivo más que individual. Dentro de este enfoque
colectivista de la salud mental, la autodeterminación de los pueblos juega un
papel fundamental, al permitir que sean descubiertas las motivaciones
intrínsecas de las comunidades.
Este
proceso ha servido de resguardo de la cultura y de la identidad cultural, como
medio de escape para los entornos opresivos de la civilización occidental. No
con esto se descarta las necesidades psicológicas, motivacionales o
sentimentales de los individuos, ni de los avances en las ciencias de la salud,
sino que se aproxima a una autorregulación, a ser dueños de las acciones,
fomentando un comportamiento colectivo, adecuado para hacer frente a las
necesidades presentes (Sheldon, 2012).
En el plano intercultural, la salud mental requiere de autonomía
de los individuos y de dependencia de estos al entorno o comunidad. En esta
asociación dialéctica y poco comprendida por la racionalidad occidental, se da
el desenvolvimiento de la vida de los indígenas, como una orientación para la
satisfacción de las necesidades sociales, de alcance del bienestar integral,
del bien común, que incluye la salud integral. La interconexión del yo, de la persona con el colectivo,
conduce al bien integral, al pensar en la alteridad, a solventar necesidades de
contexto que, si bien forman parte de necesidades evolutivas, no son basadas en
la ley del más fuerte, sino en la conexión de todos los individuos entre sí,
pensando en el bienestar subjetivo e interdependiente (Sheldon, 2012).
La
interculturalidad promueve la empatía entre individuos, no ensimismarse en el
yo. En esta relación dialógica entre individuos, se promueve el respeto, la
tolerancia, la solidaridad, elementos esenciales para el alcance del bien
común. En la perspectiva de Alarcón, Fernández y Leal (2020), la
interculturalidad se basa en relaciones simétricas, intercambios culturales,
interacción persona a persona, propiciando el encuentro, el sentido de
pertenencia y prácticas sociales orientadas al reconocimiento del yo y del
otro, de la identidad personal y de la alteridad.
En
síntesis, la interculturalidad valora el bienestar colectivo e individual, la
salud mental, que puede ser promocionada desde las prácticas, creencias y
saberes propios de los aborígenes, siendo una fuente de enriquecimiento para la
diversidad cultural. En este proceso, el yo, como representación del individuo,
influye en la percepción de la identidad comunitaria, ofreciendo un enfoque
holístico e inclusivo para el fortalecimiento de la cultura y de las relaciones
interculturales.
Conclusiones
En los
escenarios latinoamericanos, la riqueza y la diversidad cultural son signos
distintivos. Pese a esto, las culturas aborígenes y las comunidades autóctonas
viven en condiciones de precariedad, fuera de los estándares de justicia,
equidad, seguridad y protección social. Dentro de los elementos que son
vulnerados, la salud mental ocupa un lugar importante, dado que los campos de
la antropología social, la psiquiatría intercultural y las acciones sociales,
son llevadas a cabo desde perspectivas hegemónicas y eurocéntricas, sin tomar
en cuenta el sentido intercultural y colectivo de bienestar manejado por los
indígenas.
Esta
investigación destaca la interculturalidad como parte esencial de la salud
integral, siendo una visión alternativa, amplía y distinta a la propuesta por
el saber occidental y global. No obstante, se reconoce que el mundo globalizado
invisibiliza las culturas, homogeneiza la diversidad, siendo un enfoque
universalista que limita el accionar de la cultura, la proyección y puesta en
práctica de este tipo de investigaciones, además de mantenerse una constante
resistencia al cambio y a la revitalización de prácticas ancestrales por parte
de la academia.
Pese a
esto, la investigación ofrece la oportunidad de explorar el universo de la
interculturalidad, sentando precedentes para futuras líneas de investigación,
orientadas hacia las prácticas culturales y la salud mental, la evaluación del
bienestar social asociado a la interculturalidad, el estudio del racismo y
discriminación de las poblaciones indígenas y su incidencia sobre la salud
mental e integral.
Referencias bibiográficas
Alarcón, J., Fernández, Z., y Leal,
M. (2020). La Interculturalidad y el reconocimiento de los múltiples otros en
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* Doctorante en Psicología en la Universidad Simón
Bolívar, Colombia. Magister en Desarrollo Familiar. Especialista en Desarrollo
Familiar. Especialista en Pedagogía para el Desarrollo del Aprendizaje
Autónomo. Docente Investigadora en la Universidad de La Guajira, Riohacha,
Colombia. Miembro del Grupo de Investigación Tamaskal. E-mail: rcuriel@uniguajira.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8586-6943
** Doctora
en Ciencias Políticas. Magister en Desarrollo Familiar. Especialista en
Recursos Humanos. Psicóloga. Docente e Investigadora de Planta adscrita a la
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas en la Universidad de La Guajira, Riohacha, Colombia. E-mail: jchiquillo@uniguajira.edu.co; juannysrodelo@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8673-4838
*** Doctor en Ciencias mención Gerencia. Magister en
Gerencia en Proyectos de Investigación y Desarrollo. Especialista en Pedagogía.
Psicólogo. Docente Investigador en la Universidad de La Guajira, Guajira, Colombia.
E-mail: namaya@uniguajira.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9760-1579
Recibido: 2023-12-15 · Aceptado:
2024-03-04