Revista de Literatura Hispanoamericana
No. 77, Julio-Diciembre, 2018: 36-46
Juan Dalvid Galves Socarras
Universidad Minuto de Dios, Colombia
E-mail: juandavidgalvezsocarras@gmail.com
El presente artículo pretende realizar un análisis del cuento "Las Ruinas Circulares" de Jorge Luis Borges a partir de las bases teóricas de Paul Ricoeur y evidenciar que es representación del fenómeno de interpretación, se enmarca en el proceso de circularidad que propone Ricoeur y a su vez lo representa de una manera metafórica. De igual manera, se pretende hacer un acercamiento a la actividad mimética del relato, estableciendo una relación entre la lectura y la temporalidad, y encontrar así, la significación del texto que va tomando la forma de un espiral que evidencia la afectación recíproca entre el texto y lector y que desemboca en la construcción propia del intérprete. Sobre este postulado Ricoeur establece tres tiempos en la lectura que denomina mímesis I, mimesis II y mimesis III y que corresponden respectivamente a la prefiguración del tiempo y el relato.
Recibido: 12-12-2018 Aceptado: 15-12-2018
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"Las ruinas circulares" of Jorge Luis Borges as a metaphorical representation of the concept of mimesis
This article intends to make an analysis of the story "Las ruinas circulares" of Jorge Luis Borges from the theoretical basis of Paul Ricoeur and show that it is representation of the phenomenon of interpretation, is part of the process of circularity proposed by Ricoeur and in turn represents in a metaphorical way. Likewise, it is intended to approach the mimetic activity of the story, establishing a relationship between reading and temporality, and thus find the meaning of the text that takes the form of a spiral that shows the reciprocal affectation between the text and reader and that leads to the interpreter’s own construction. On this postulate Ricoeur establishes three times in the reading that denominates mimesis I, mimesis II and mimesis III and that correspond respectively to the prefiguration of the time and the story.
El personaje que nos presenta Borges en "Las Ruinas Circulares" es autor de la transformación que sufre gracias a las diferentes relaciones que entreteje durante su proceso de interpretación. Es capaz de fundir el tiempo y de convertir su propio sueño que es la lectura en parte latente de su tiempo real. Al mismo tiempo el lector entra en el texto, deconstruye la trama a partir de su ruta de lectura y encuentra en el personaje de Borges un intérprete que al igual que el lector del cuento entra al templo y lo transforma.
En este sentido, la trama que manifiesta Ricoeur en mímesis II será en el cuento un espacio de mediación entre el lector como ser individual y la obra. El lector y su experiencia contribuyen de manera activa e imprescindible en el desarrollo de la trama. De este modo, el personaje de "Las Ruinas Circulares" tiene la capacidad de crear; así pues, se iniciará la mímesis III referida por Ricoeur, donde el intérprete se convierte en creador.
De igual manera, este fenómeno de circularidad de interpretación ocurre en el mismo sentido fuera del texto Borgiano. Antes de la lectura del cuento, durante la lectura del cuento y después de la lectura de este como un fenómeno que
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inicia en el mundo de la vida del lector, se configura en el mundo del texto y vuelve al mundo del lector, bajo condiciones nuevas.
Paul Ricoeur apunta, que entre tiempo y narración no se presenta una relación dividida. También apunta que es posible mostrar cómo la experiencia fenomenológica del tiempo puede llevarse al plano narrativo a través de la configuración de la trama, la cual se caracteriza por sus elementos discursivos, los cuales son regulados por reglas sintácticas precisas. La configuración de la trama refigura, a su vez, el tiempo humano, puesto que cuando un hombre lee o sigue una historia adquiere una mayor comprensión de los aspectos temporales de su propia existencia y con ello reconoce su propia finitud, la totalidad del sentido de lo vivido.
En este sentido, para Ricoeur, en el concepto de trama apunta que es posible encontrarel vector que articulaelconcepto de tiempo y narración. Ésta hace parte de un proceso de hermenéutica literaria a la que denomina triple mimesis. El primero, Mimesis I, hace referencia al mundo de la vida, al modo en que se inscriben e interpretan las acciones en un horizonte cultural, éste es el antes de una narración, su prefiguración; sin él, cualquier lectura sería palabra muerta, “la literatura sería para siempre incomprensible si no viniese a configurar lo que ya aparece en la acción humana” (Ricoeur, 2004: 130).
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El segundo momento da cuenta del acto de configuración de la trama, Mimesis II, ésta interviene entre el antes y el después del seguimiento de una historia, “con Mimesis II se abre el reino del como sí” (Ricoeur, 2004, 130) el cual no es otra cosa más que el mundo de lo posible, también llamado por Ricoeur “el cuasi mundo de los textos”, la literatura.
El tercer momento, la Mimesis III, alude a la refiguración de sí, al saber práctico que tiene lugar cuando el que lee o sigue una historia, experimenta extrañamiento o identificación con las situaciones, pasiones o deseos de los personajes, “la narración tiene su pleno sentido cuando es restituida al tiempo del obrar y del padecer en la Mimesis III” (Ricoeur, 2004, p. 139).
En este fenómeno en el que somos temporales, el tiempo es el principal protagonista y es el horizonte de los textos literarios. En igual sentido, el cuento "Las Ruinas Circulares" de Jorge Luis Borges se ve enmarcado en este proceso de circularidad y a su vez lo representa de una manera metafórica. Borges narra la historia de un hombre, que tiene el propósito de soñar otro hombre: “Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad.” inicialmente el hombre sueña un anfiteatro circular lleno de alumnos, en su sueño él les da clases de ciencia y busca en este círculo “un alma que mereciera participar en el universo”.
Pero el plan fracasa porque el insomnio se opone a la concreción de los deseos del soñador. Sin embargo, el
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hombre idea otro plan para cumplir su propósito, la superación de esta crisis. Espera hasta la próxima noche de luna llena y sueña primero sólo un corazón. Lo hará hasta que éste se vuelva perfecto, después proseguirá con los otros órganos principales. Poco a poco forma un nuevo hombre, “El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil”.
De esos sueños nace un mancebo, mas este no puede levantarse, ni hablar, ni abrir sus ojos, por lo que el hombre quiere en principio destruir su obra. No obstante, enseguida se arrepiente y finalmente le pide ayuda a un dios cuyo nombre terrenal es Fuego. Este dios tiene la fuerza para despertar al mancebo. Solamente el fuego y el soñador saben que aquel es tan solo un fantasma, un mero simulacro.
Con esta ayuda el mancebo soñado se despierta y el hombre continúa construyéndolo. Antes de insertarlo en la realidad, borra la memoria de su hijo soñado para que no se dé cuenta de su origen. “Para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros”. Finalmente, el hombre concluye su tarea.
Tiempo después escucha acerca de un hombre, que puede caminar a través de las llamas sin quemarse e inmediatamente se da cuenta de que se trata de su hijo. En este momento lo invade un gran temor; el de que su hijo soñado, pueda llegar a la conclusión de que él es sólo “la proyección del sueño de otro hombre” y así descubrir el secreto de su origen.
Con este miedo llega también el fin del hombre. "Las ruinas circulares", en las que él había organizado su obra, se convierten en un cinturón de llamas. Para su sorpresa él puede atravesarlas y nota que también él es sólo un hombre soñado por otro hombre. “Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñando”.
En este sentido, somos lectores del cuento de Borges y simultáneamente el personaje de Borges se convierte en lector. Esta ambigüedad produce el efecto mimético al que apunta Ricoeur. El lector se confunde con el personaje, a la vez que se diferencia. Ni somos el hombre gris de Borges, personaje ficticio, ni simplemente el lector empírico, real. Somos una simultaneidad en el proceso interpretativo. Este es un sentido del círculo hermenéutico donde Interpretamos desde nuestro ya ser intérpretes. Antes de llegar al templo, que sería para esta alegoría el texto literario, el hombre gris inicia la mímesis I en la que se asume como lenguaje y en consecuencia como ser experiencial:
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venia del sur, que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma Zen no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra (Borges, 1968, p. 57)
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Durante este proceso, el intérprete se reconoce ser temporal y ser texto que lleva tras de sí una experiencia que lo empodera como interlocutor del texto escrito. Se inicia así una prefiguración o precomprensión de la trama en la que se activan las experiencias del lector o redes de intersignificacion, como son las mediaciones simbólicas y los discursos prenarrativos del obrar humano. El personaje que nos presenta Borges, trae una historia tras de sí que orienta su estadía en el templo. De la misma manera, nosotros como lectores de "Las Ruinas Circulares" reconfiguramos la interpretación de la narración aun antes de abordarla; esto a partir de las diferentes lecturas que hacen parte de nuestras experiencias, de nuestro contexto vital y de las expectativas generadas por el texto.
Si la configuración de una trama se entiende como imitación de la acción humana, a través de la creación poética, Ricoeur asegura que antes de definir sus características es necesario reconocer el significado de la acción, es decir, indagar quiénes son los agentes que la realizan, cómo se relacionan entre sí cuando buscan alcanzar propósitos comunes, cuáles son los motivos que llevan a un hombre a actuar de una u otra manera, cómo se enfrentan los resultados reales obtenidos, así que, para comprender el objeto de la trama es necesario conocer en primer lugar, el entramado conceptual que caracteriza el actuar humano: motivos, medios, fines, resultados esperados, etc. Para Ricoeur, la comprensión de la teoría de la acción precede a la teoría narrativa,
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pues justamente la creación poética lleva a escena personajes que afrontan situaciones diversas en las que se pone a prueba principios axiológicos, éticos o políticos.
Por consiguiente, Ricoeur plantea que toda acción está mediatizada simbólicamente, reconocer en qué consiste dicha mediación precede al acto constitutivo de la trama. Es decir que “las formas culturales son procesos simbólicos que articulan toda experiencia” (Ricoeur, 2004: 139) así que toda acción posee una significación de carácter público que se inscribe en procesos sociales específicos; en esta medida, podríamos interpretar que esta mediatización simbólica da cuenta de una memoria cultural, del sentido común y de los códigos morales de una comunidad.
Para Ricoeur, ninguna narración puede ser axiológica o éticamente neutral, aunque ésta busque subvertir normas, crear nuevas jerarquías valorativas, plantear la dificultad de tomar decisiones cuando hay conflictos de intereses, la narración siempre estará ligada a procesos de interpretación en los que el lector puede censurar o alabar el obrar de los personajes, reconocerse con sus problemas, lamentarse o aprobar el devenir de su fortuna. Ricoeur plantea que toda acción, por sí misma, posee elementos temporales que exigen ser ordenados a partir de la narración. Toda experiencia de vida subjetiva demanda la posibilidad de incluirse en la trama temporal de las relaciones humanas para que adquiera sentido.
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De igual forma apunta Ricoeur que la riqueza del sentido de mimesis I se percibe al imitar o representar la acción. Es, en primer lugar, comprender previamente en qué consiste el obrar humano: su semántica, su realidad simbólica, su temporalidad. Sobre esta pre-comprensión, común al poeta y a su lector se levanta la construcción de la trama y, con ella, la mimética textual y literaria. En este sentido la literatura sería para siempre incomprensible si no viniese a configurar lo que aparece ya en la acción humana.
En otras palabras, todo lector como ser temporal afecta la obra gracias a sus experiencias vitales, que le permiten guiar su lectura antes de entrar en ella y sumergirse en la simultaneidad del tiempo que ésta le brinda. El intérprete preconfigurado como texto polifónico constituido en su cotidianidad vital, además del conocimiento de la lengua y de sus experiencias tanto lectoras como vivenciales que hacen parte de su ser, genera gran parte de la coherencia al momento de deconstruir la trama narrativa y da cabida a la intertextualidad como una actitud lectora inherente en todo proceso de interpretación. Es decir, al ser texto, teje muchas relaciones que parten de su relación con el mundo. Así pues, la experiencia de lectura inicia antes de llegar al texto:
Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza (Borges, 1968, p. 57)
Como se ha dicho, este relato metaforiza el efecto mimético, en este sentido el templo es una alegoría al texto, un recinto que ya antes había sido habitado y por consiguiente incendiado, un lugar cambiante que tiene un mundo propio. Se refiere entonces a la trascendencia que le da el hombre gris como lector y que no debe ser ignorada; dicha trascendencia se evidencia en el contexto que ésta evoca, en su relación con Borges y las relaciones textuales a las que haya recurrido. Dichas relaciones textuales son discursos circundantes que hacen parte inherente del proceso de interpretación porque contribuyen con la actualización que el intérprete pueda construir.
De la misma manera que el personaje del relato de Borges, nosotros como lectores nos acercamos al texto desde nuestro propio mundo y experiencias, con una historia tras nosotros que nos brinda un espacio para redescubrirnos a través del diálogo constante. Llegamos al texto y el tiempo de la acción se funde con el tiempo de la narración. Se inicia así mímesis II. Como lectores interpretantes iniciamos un proceso de reconocimiento del texto que nos desacomoda, nos genera dudas y nos mantiene a la expectativa; encontramos en su relato obstáculos y nos cuestionamos sobre los mismos, establecemos hipótesis, creamos y probablemente descubrimos la relación que mantiene el texto con otros textos orales o escritos:
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo
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incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo. (Borges, 1968, p. 58)
En este sentido, el personaje que nos presenta Borges es autor de la transformación que sufre gracias a las diferentes relaciones que entreteje durante su proceso de interpretación. Es capaz de fundir el tiempo y de convertir su propio sueño que es la lectura en parte latente de su tiempo real, vive entonces un presente del presente. Al mismo tiempo nosotros como lectores entramos en el texto, deconstruyendo la trama a partir de nuestra ruta de lectura y encontramos en el hombre gris un intérprete que al igual que nosotros entra en el templo y lo transforma:
Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo
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y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. (Borges, 1968, p. 58)
Tanto el personaje del relato de Borges como quien lo está leyendo, tienen un propósito claro, una ruta establecida que hace de su lectura algo único y convierte la mímesis II en un espacio de intersección entre el mundo del lector y el mundo del texto en el cual el del lector guía, cuestiona y recrea el del texto. De ahí que la trama manifestada en mímesis II sea un espacio de mediación entre el lector como ser individual y la obra como un mundo o un todo. En este sentido, el lector y su experiencia contribuyen de manera activa e imprescindible en el desarrollo de la trama. El ser se funde como tiempo en la temporalidad de la narración:
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. (Borges, 1968, p. 58)
El texto se transforma continuamente según la necesidad del lector, quien lo va reconstruyendo. Se generan multiplicidad de interpretaciones, guiadas siempre por las diferentes asociaciones intertextuales que el sujeto teje. Este proceso de configuración lleva inmerso a su vez la deconstrucción continúa del mundo del texto. El cual se somete a una innovación constante en la que radica el goce estético.
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Para Ricoeur, el acto de leer también acompaña el juego de la innovación y de la meditación de los paradigmas que esquematizan la construcción de la trama. En dicho acto, el destinatario juega con las coerciones narrativas, efectúa las desviaciones, y es por esto que “experimenta lo que Roland Barthes llamaba el placer del texto”
Por consiguiente, para Aristóteles la trama es un proceso integrador en el que la historia, singular y completa, requiere del lector para cobrar sentido, esto es, identidad dinámica. Ricoeur continúa con esta tesis y ve, en la configuración de la trama, la mediación que posibilita la unión entre el antes de la narración y el después de ésta; Ricoeur agrega, a la tesis aristotélica, la importancia de pensar la temporalidad en la configuración de la trama.
En primer lugar, Ricoeur define la trama, como síntesis de sucesos diversos que cobran unidad a través de una historia plena de sentido. En segundo lugar, analiza la trama como un todo inteligible, que integra agentes, fines, medios, caracteres, pensamientos; esta unidad se logra a partir de la tensión entre elementos concordantes y elementos discordantes, esperados e inesperados. En tercer lugar, la creación de la trama está pensada como mediación entre dos temporalidades. La primera, cronológica, apunta al tiempo de la espera que experimenta quien sigue la historia, tiempo que pasa y escapa en tanto que la historia transcurre. La segunda temporalidad, no cronológica, da cuenta de la obra como totalidad,
en la que el tiempo dura y permanece cuando se comprende el sentido de una historia. La mediación de ambas temporalidades está presente al unir la dimensión episódica de la historia con su dimensión configurante. Para Ricoeur, la historia que sigue el oyente o el lector no es pasado muerto, ésta representa la posibilidad de volver siempre de modo diferente a la experiencia de adentrarse en los mundos que posibilita la creación poética.
Por su parte, para San Agustín, pensar en el tiempo humano conduce a una paradoja, en tanto que el pasado ya no es, el presente deja de ser en el instante en que se nombra y el futuro aún no ha sido, “pero la poiesis hace más que reflejar la paradoja de la temporalidad al mediatizar los dos polos del acontecimiento y de la historia, la construcción de la trama aporta a la paradoja una solución: el propio acto poético. Este acto, del que acabamos de decir que extrae una figura de una sucesión se revela al oyente o al lector en la capacidad que tiene la historia de ser continuada” (Ricoeur, 2004, p. 133). Así, en la comprensión de una historia, es un permanente deseo del hombre de ir siempre hacia adelante, en el transcurso de una historia hasta concluirla y comprenderla, lo que daría lugar posteriormente a la Mimesis III.
Dado que el ser, como tal, es susceptible de metaforizar, puesto que no puede aprehenderse conceptualmente, en ese sentido, la literatura juega un papel decisivo en la comprensión de sí, en la búsqueda de identidad. Ricoeur da
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cuenta de un proyecto que involucra la sabiduría práctica, porque no se reduce a buscar las intenciones del autor empírico de un texto, sino a la comprensión del mundo prefigurado por el texto (mímesis I), el mundo abierto por la obra (mímesis
II) y la interpretación del lector en la que
él re-figura su experiencia (mímesis III).
De este modo, el hombre gris del templo se convierte en un mago con la capacidad de crear; en este sentido, se inicia la mímesis III referida por Ricoeur, donde el intérprete se convierte en creador. De igual forma, el mago sueña al hombre, viaja al presente del futuro, se vuelve creador, da cuerpo a su nueva interpretación y de igual manera a nosotros como lectores nos convierte en autores que damos vida y forma a una idea:
Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lucidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba; se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche. Luego retomó el corazón, invoco el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los parpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil… (Borges, 1968, p. 60)
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De esta forma, surge la refiguración del tiempo de la acción, el ser humano, el lector, vuelve a su mundo vital, pero esta vez, afectado por la obra, proyectado en su propia voz como autor, así según lo expone Ricoeur “Lo que se comunica en última instancia, es más allá del sentido de la obra, el mundo que proyecta y que constituye su horizonte. En ese sentido, el oyente o el lector lo reciben según su propia capacidad de acogida, que se define también por una situación a la vez limitada y abierta sobre el horizonte del mundo” (Ricoeur, 2004, p. 153)
Para Ricoeur, la relación entre Mímesis I y Mímesis III se halla interrelacionada por la Mímesis II, que crea una relación de circularidad entre las tres Mímesis. Para Ricoeur, el trabajo hermenéutico no se agota en la sola lectura de un texto, sino que, a su vez, abarca la interpretación de los móviles de la acción humana y de la propia existencia individual, la cual se comprende mejor a partir del proceso de la configuración de la identidad narrativa que ofrece el acto de la lectura.
Incumbe a la hermenéutica reconstruir el conjunto de las operaciones por las que una obra se levanta sobre el fondo opaco del vivir, del obrar y del sufrir, para ser dada por el autor a un lector que la recibe y así cambia su obrar (Ricoeur, 2004: 114).
En ese orden de ideas, Ricoeur encuentra circularidad en su propuesta
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hermenéutica y crea una imagen de espiral sin fin para representar su propuesta hermenéutica, ya que siempre es posible volver sobre un texto para pensar otras interpretaciones y comprendernos mejor.
El texto "Las Ruinas Circulares" de Jorge Luis Borges es una representación del fenómeno de la interpretación de Ricoeur. El cuento se ve enmarcado en el proceso de circularidad que propone Ricoeur y a su vez lo representa de una manera metafórica. Somos lectores del cuento y simultáneamente el personaje de Borges se convierte en lector. el lector se confunde con el personaje.
El lector es una simultaneidad en el proceso interpretativo e inicia así una prefiguración o precomprensión de la trama en la que se activan las experiencias del lector, el personaje que nos presenta Borges, trae una historia tras de sí y de la misma manera, el lector de "Las Ruinas Circulares" configura la interpretación de la narración aun antes de abordarla. De la misma forma que el personaje del relato de Borges, el lector se acerca al texto desde sus propias vivencias y el tiempo de la acción se funde con el tiempo de la narración. Se inicia así mímesis II. El lector que interpreta inicia un proceso de reconocimiento del texto.
El personaje que nos presenta Borges es autor de la transformación que sufre
gracias a las diferentes relaciones que entreteje durante su proceso de interpretación. Es capaz de fundir el tiempo y de convertir su propio sueño que es la lectura en parte latente de su tiempo real. Al mismo tiempo el lector entra en el texto, deconstruyendo la trama a partir de su ruta de lectura y encuentra en el personaje de Borges un intérprete que al igual que el lector del cuento entra al templo y lo transforma.
En este sentido, la trama que manifiesta Ricoeur en mímesis II es aquí un espacio de mediación entre el lector como ser individual y la obra. El lector y su experiencia contribuyen de manera activa e imprescindible en el desarrollo de la trama. De este modo, el personaje de "Las Ruinas Circulares" tiene la capacidad de crear; así pues, se inicia la mímesis III referida por Ricoeur, donde el intérprete se convierte en creador.
Este fenómeno de circularidad de interpretación ocurre en igual sentido fuera del texto Borgiano. Antes de la lectura del cuento, durante la lectura del cuento y después de la lectura de este. Este es un fenómeno que inicia en el mundo de la vida del lector, se configura en el mundo del texto y vuelve al mundo del lector, bajo condiciones nuevas. La interrelación entre el texto y el mundo del lector es algo que sucede de manera circular constantemente.
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Aristóteles (1985). La Poética. México: Editores Mexicanos Unidos Borges, Jorge Luís, (1968). Ficciones. Argentina: Emece editores
Barthes, Roland, (1984). El placer del texto y lección inaugural. México: Siglo XXI Ricoeur, Paul (2004). Tiempo y narración I. México: Siglo XXI.
Nº77 Julio-Diciembre 2018
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en Diciembre de 2018, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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