Universidad del Zulia (LUZ)
Revista Venezolana de Gerencia (RVG)
Año 27 No. Especial 7, 2022, 347-359
ISSN 1315-9984 / e-ISSN 2477-9423
COMO CITAR: Pinargote Macías, E. I., Vega Intriago, J. O., Moreira Choez, J. S., y Díaz Macías, T. M. (2022). Competencias del docente universitario en tiempos de pandemia. Revista Venezolana de Gerencia, 27(Especial 7), 347-359. https://doi.org/10.52080/rvgluz.27.7.23
Competencias del docente universitario en tiempos de pandemia
Pinargote-Macías, Eleticia Isabel*
Vega Intriago, Jisson Oswaldo**
Moreira Choez, Jenniffer Sobeida***
Díaz Macías, Tania Maritza****
Resumen
Este estudio tiene el propósito de analizar los desafíos en las competencias emocionales y procedimentales del docente universitario en tiempos de pandemia. La metodología de la investigación es documental bibliográfica se hizo revisión de documentos en bases de datos como Scielo, Dialnet y repositorios de instituciones de educación superior que abordan las variables en estudio. Desde la hermenéutica, se aplicó análisis de contenido, interpretación y síntesis de los aportes teóricos. Los resultados expresan que la calidad en la docencia universitaria se configura cada vez más como una exigencia social postpandemia. Se concluye que los nuevos retos llevaron a los docentes a la revisión, actualización y adquisición de conocimientos para promover desde el ser-saber-hacer, la formación de nuevos profesionales; no sólo capaces y aptos para su ejercicio profesional, sino hombres y mujeres comprometidos con la creación de una sociedad más justa, solidaria, armónica y equitativa.
Palabras clave: competencias emocionales; competencias procedimentales; formación post pandemia; ser-saber-hacer; sociedad justa.
Recibido: 21.01.2022 Aceptado: 25.04.2022
* Magister en Gerencia Educativa y Profesional, Universidad Técnica de Manabí, eleticia.pinargote@utm.edu.ec, https://orcid.org/0000-0003-1829-0328
** Doctor en Ciencias Psicológicas, Universidad Técnica de Manabí, jisson.vega@utm.edu.ec, https://orcid.org/0000-0001-5727-8837
*** Magister en Administración de Empresas, Universidad Técnica de Manabí, jenniffer.moreira@utm.edu.ec, https://orcid.org/0000-0001-8604-3295
**** Magister en Gerencia Educativa Profesional, Universidad Técnica de Manabí, tania.diaz@utmedu.ec, https://orcid.org/0000-0001-5234-5607
University teaching skills in times of pandemic
Abstract
This study has the purpose of analyzing the challenges in the emotional and procedural competencies of university teachers in times of pandemic. The research methodology is bibliographical documentary, a review of documents was made in databases such as Scielo, Dialnet and repositories of higher education institutions that address the variables under study. From hermeneutics, content analysis, interpretation and synthesis of theoretical contributions were applied. The results show that quality in university teaching is increasingly configured as a post-pandemic social requirement. It is concluded that the new challenges led teachers to review, update and acquire knowledge to promote, from being-knowing-doing, the training of new professionals; not only capable and fit for their professional practice, but men and women committed to creating a fairer, supportive, harmonious and equitable society.
Keywords: emotional skills; procedural skills; post-pandemic training; being knowing-doing; fair society.
1. Introducción
El mundo está lleno de complejidades, contradicciones, tiempos de incertidumbre y cambios paradigmáticos, un ejemplo reciente, los efectos de la pandemia COVID-19 que ha impactado todos los sectores económicos y sociales; muy especialmente, el sector educativo, en este sentido, los docentes han tenido que adecuar su trabajo para responder oportunamente a las demandas sociales. De allí que, según refiere la UNESCO-IESALC (2020:21), “el profesorado se ha visto desafiado a ubicar resoluciones creativas e innovadoras, demostrando capacidad de adaptabilidad resiliente y flexibilización de los contenidos y diseños de los cursos para el aprendizaje en las distintas áreas de formación”.
Dichas conmutaciones los han invitado a replantear la concepción del individuo por formar en las diferentes facetas de la vida, impactando, en primer lugar, en las competenciales emocionales y procedimentales de los docentes y consecuentemente en las de los estudiantes, las cuales se reflejan en su aprender a ser y hacer, dentro de su desarrollo humano y como respuesta a la dinámica social.
Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2015: 9) expresa, “la educación tiene que preparar a los individuos y las comunidades, capacitándolos para adaptarse y responder en los diferentes contextos”. Esta realidad social ha replanteado la praxis docente, su imagen, valores y creencias hacia el sentir y el hacer por su labor social pedagógica de calidad.
En lo referente a la educación, la formación profesional y social de docentes y estudiantes, no solo se debe limitar al ámbito de procedimientos mecánicos para alcanzar la calidad sino, considerar que la educación tiene como fin conseguir la realización de la persona en todos los aspectos para que pueda satisfacer sus necesidades. Es reivindicar la actividad educativa con el sustento requerido para abordar acciones que permitan optimizar la formación de un nuevo profesional, capaz de responder a las exigencias humanas de la actual sociedad, lo que exige la formación de profesionales participativos con auténtico cambio personal y profesional. Es una nueva gestión de participación activa en los procesos que determinan sus vidas, una educación como mejora de sus propias vidas (Informe sobre el Desarrollo Humano, 2019; Unesco, 2017; 2016).
Particularmente, en América Latina y el Caribe, la situación de los docentes está marcada por debilidades en la formación, la baja remuneración, falta de recursos materiales y económicos; pero, sus condiciones de trabajo durante la pandemia y post pandemia incrementaron los efectos de dichas deficiencias. De acuerdo a lo anterior, Beca y Cerri (2015), manifiestan que los docentes en Latinoamérica se perciben en una profesión con un trabajo agobiante y sin el tiempo necesario para la planificación, preparación de materiales, evaluación, superación profesional, trabajo en equipo, atención de estudiantes y sus familias; dicha situación se recrudece con el teletrabajo que reduce la separación de responsabilidades personales y profesionales.
Asimismo, las tensiones que vive en la actualidad el sistema educativo universitario son expresión de los giros sociales y de las nuevas exigencias que se plantean para la formación de las nuevas generaciones. El acceso a la información y al conocimiento, el impacto de las tecnologías de información, la educación virtual, los cambios en la familia y su huella en los estudiantes, las modificaciones en el mercado laboral, los valores sociales emergentes, entre otros aspectos, han afectado, sin duda, el ejercicio profesional de los docentes.
En relación a esta premisa, Marchesi y Díaz (2015), expresan que los profesores se sienten muchas veces abrumados, desorientados, perplejos y que no es extraño considerar que cada año es más difícil enseñar. Pudiéndose apuntar entonces, efectos en su parte emocional y moral dentro de su praxis social profesional. Puntualmente, estudios sobre el quehacer profesional docente durante la pandemia señalan
…los docentes de los contextos investigados en su mayoría presentan depresión, ansiedad y estrés, siendo asumidas tanto a factores psicológicos como a factores físicos, como por ejemplo las enfermedades o los trastornos que padecen previamente los encuestados. De igual forma demuestran preocupación e imponen una carga extra a su sistema emocional (Anaya y Rojano, 2020: 104-105).
Muchas de las causas y consecuencias del planteamiento anterior, se suman a que los docentes se enfrentan a crisis de confianza y de identidad profesional, ambos sentimientos están estrechamente relacionados. La confianza permite a los profesores tener seguridad en las acciones que desarrollan y enfrentarse con más fuerza a los riesgos que conlleva la profesión docente, al carecer de la misma esa se ve reflejada en todos los actores sociales que participan dentro del sistema educativo al cual pertenece.
En este sentido, Annan and Hargreaves, (2013:1), manifiesta que la situación en la cual se encuentra el profesorado es contradictoria y plantea:
La enseñanza es una profesión paradójica. De todos los trabajos que son o aspiran ser profesiones, sólo de la enseñanza se espera que cree las habilidades humanas y las capacidades que permitirán a los individuos y a las organizaciones sobrevivir y tener éxito en la sociedad del conocimiento de hoy. De los profesores, más que de ningún otro, se espera que construyan comunidades de aprendizaje, creen la sociedad del conocimiento y desarrollen las capacidades para la innovación, la flexibilidad y el compromiso con el cambio.
Es evidente, existe una responsabilidad incalculable que recae en los docentes, con respecto a la formación y construcción de una mejor sociedad en estos tiempos, las habilidades humanas deben ser promovidas y alentadas a su máxima expresión en la sociedad del conocimiento para alcanzar un mejor vivir. Sin embargo, la práctica profesional de los docentes se ve afectada a causa de una sociedad multicultural cambiante, por nuevos agentes sociales y demandas como resultado de la pandemia, así como, por la necesidad de desarrollar nuevas habilidades y saberes para cumplir eficientemente con su rol profesional y social.
Cabe destacar que aunque la historia de la práctica profesional de los docentes comienza en su primer día en ejercicio, no se puede obviar que el tiempo previo de formación en la universidad es un período de gran relevancia e indudable incidencia en las vivencias que tendrán posteriormente en su praxis pedagógica, asunto que puede ser replicado en otras formaciones profesionales cuando se visiona la importancia del desarrollo del ser humano en fusión con las competencias o habilidades profesionales.
Por ello, los docentes universitarios además de tener la responsabilidad de desarrollar competencias procedimentales tienen el compromiso de formar, desde la transversalidad, a hombres y mujeres éticos, responsables, honestos e íntegros, capaces de responder a las demandas de los nuevos tiempos, ser eficientes y productivos profesionalmente, junto al compromiso de participar activamente en la construcción de una mejor sociedad, es decir, cumpliendo con su responsabilidad social
He allí el papel protagónico de la conjunción entre las competencias emocionales y procedimentales necesarias en los docentes universitarios para ser replicadas en la formación de los estudiantes, Contreras (2016), afirma que los programas en la formación docente deben tener congruencia con el conjunto de cualidades que conforman algunas dimensiones del quehacer docente, en las que se definen aspiraciones respecto a la forma de concebir y vivir la actividad, así como de dar contenido concreto a la enseñanza: obligación moral, autonomía profesional, compromiso con la comunidad y competencia profesional.
Por lo tanto, el objetivo de la formación académica, como conjunto de procesos y programas de la gestión social educativa, debe orientarse a favorecer y organizar competencias y motivaciones nuevas y adquiridas en un sistema de disposición reestructurado, que permita a la persona desarrollar actividades docentes y enfrentar de manera competente, los problemas que se le presenten en el campo social.
Para que la educación pueda contribuir a la plena realización del individuo, a un nuevo modelo de desarrollo y que la misma se adapta a los cambios globales existentes post pandemia, los docentes y demás entes involucrados, tienen que seguir siendo agentes esenciales de esos cambios. Sin embargo, la UNESCO (2015:58) afirma que, existe una afluencia de docentes que los invade la inseguridad y la incertidumbre, lo que repercute en el desarrollo de su competencia ética. Por ello, en su publicación sobre Replantear la Educación afirma:
Hay que formar a los docentes para que faciliten el aprendizaje, entiendan la diversidad, sean inclusivos y adquieran competencias para la convivencia, así como la protección y mejora del medio ambiente. Deben fomentar un entorno que sean respetuoso y seguro, favorecer la autoestima y la autonomía y recurrir a múltiples estrategias pedagógicas y didácticas.
En referencia a lo anterior, la formación del profesional en términos generales y, particularmente, en todo aquello concerniente a su bienestar emocional y a aspectos motivacionales, se puede afirmar que este tipo de actuaciones se han llevado a cabo ante una realidad cada vez más preocupante, derivada de las situaciones que en la actualidad se vive dentro del contexto educativo universitario, consecuente por la pérdida de contacto social y de las rutinas de socialización que forman parte de la experiencia cotidiana. El aislamiento que va inevitablemente asociado al confinamiento tendrá efectos en el equilibrio socioemocional que dejarán huella en todos los actores. (UNESCO-IESALC, 2020).
Al respecto, Salas (2016), en su estudio de cultura emocional de los profesionales en formación de los espacios universitarios, reflexionó sobre la conciencia emocional, moral y ética del docente para su gestión social educativa. En este sentido, refleja la importancia que debe existir en la preparación de los futuros profesionales y el hecho de que la universidad debe invertir en la formación del desarrollo personal del ser.
Está formación debe ir más allá de la tecnicidad y transferencia de conocimientos, debe involucrar el crecimiento personal con la finalidad de desarrollar potencialidades en los estudiantes con una perspectiva más humanista e integral para su incorporación al campo laboral con principios morales y valores que hagan la práctica profesional más humana y útil para el buen vivir (Neves et al, 2019)
En este sentido, el propósito del presente trabajo está orientado a indagar sobre los desafíos en las competencias emocionales y procedimentales del docente universitario en tiempos de pandemia, situación que ha generado una modificación en las funciones, roles y tareas asignadas al profesor, exigiéndole a éste, el desarrollo de nuevas competencias para desplegar adecuadamente sus funciones profesionales educativas aunadas a las sociales.
El trabajo se ha realizado bajo la modalidad de la investigación documental, la cual según Rizo (2015) tiene la distinción de utilizar como una fuente primaria de recolección de información (aunque no de forma única y exclusiva), el texto escrito en sus diferentes formas como son los documentos impresos y electrónicos, cumpliendo metodológicamente con: planificación del proceso, recolección de la documentación, análisis e interpretación de la información y, finalmente, la redacción del informe o trabajo final, el cual refiere el presente reporte. De este modo se procuró la búsqueda, lectura, sistematización y análisis de documentos procedentes de literatura científica e institucional vinculada a las competencias emocionales y procedimentales propias del quehacer docente.
2. Desafíos en las competencias emocionales del docente universitario. La importancia del ser en el hacer durante la pandemia
Cada individuo es un ser único, con una herencia moral, características emocionales, sociales y afectivas diferentes al resto de las personas, en su individualidad se presentan anhelos que a medida de las experiencias de vida y su capital cultural cambia, se van modificando o reafirmando en su andar. Cada uno de los propósitos, proyectos y valores de vida aunados a la formación profesional, orientan la identidad y rol dentro de la sociedad.
Por lo que cada ser tiene un llamado o se identifica con una profesión u oficio en su contexto social, tal es el caso de los llamados a ser profesores; la docencia es una profesión que se lleva en el alma, es un llamado muy especial, de gran vocación, ya que en sus manos está la formación de miles de seres que serán el futuro de la sociedad, en gran medida, de los educadores depende el mejoramiento o no de naciones enteras. Al respecto Gracia (2017:1) dice:
El docente, maestro o profesor, es la persona que forma, ayudando a sacar del interior de cada uno lo mejor que lleva dentro. Esto no se puede hacer ni imponiendo, ni simplemente informando, sino razonando, dialogando y deliberando, como hizo Sócrates, lo que requiere que el docente haga «carne de su carne» lo que quiere enseñar.
La misión de vida como cualidad de la gestión social del docente, está llena de innumerables responsabilidades, por lo que no solo enseña áreas académicas a sus estudiantes sino que refuerza valores, estimula la conciencia, invitan a reflexionar, incluso, sobre los quehaceres cotidianos, al respecto Juan pablo II, (1998:4) manifestó:
Cierto que esta misión es comprometida, requiere un doble sentido de responsabilidad: enderezar la conciencia y la experiencia del estudiante como persona y mostrarse, al mismo tiempo, como verdaderos forjadores de hombres, dotados de un alto sentido de espiritualidad. Esta capacidad del docente en la praxicidad de su misión es el resorte escondido de toda educación y cultura, es una línea de la enseñanza que podrá, al mismo tiempo, cultivar el pensamiento, enriquecer la acción y promover la vida interior de quienes aprenden.
El tener una clara misión de vida como docente, da apertura a una calidad de la educación, a explorar todas aquellas necesidades e intereses del saber ser, que incentivan el saber hacer para desarrollar en los estudiantes las competencias necesarias para afrontar los desafíos del mañana con un espíritu crítico autónomo y transformador.
Empero, lo anterior es solo posible si el docente es capaz de reconocer, explorar y gestionar en sí mismo las emociones y sus efectos en su desarrollo humano y profesional, en este sentido, se hace necesario el dominio de competencias emocionales o afectivas, según señala Valcárcel (2005, como se citó en Tejada, 2009:5), “aseguren unas actitudes, unas motivaciones y unas conductas favorecedoras de una docencia responsable y comprometida con el logro de los objetivos formativos deseables.”
Particularmente, en cuanto a la motivación, el individuo es un ser libre, por lo tanto, se tiene la capacidad de vivir la vida del modo que se quiera, se puede elegir lo que se quiere ser, a dónde llegar y de qué manera hacerlo, es una decisión personal la actitud ante la vida y la motivación juega un papel fundamental cuando se entiende que es la capacidad de mantener el ánimo, la perseverancia y el optimismo frente a la adversidad. De Lama (2016:52) la define como:
Habilidad para ilusionarnos y entusiasmarnos con el fin de lograr un deseo, objetivo o expectativa sin depender de persona o evento externo. Cuando la desarrollamos logramos influir en nosotros mismos y de esta manera generamos condiciones favorables, independientemente de las circunstancias externas que estemos viviendo.
Un individuo motivado es capaz de alcanzar grandes logros y metas, la motivación puede llegar a producir muchas satisfacciones personales, tal como lo manifiesta Rovira (2014:4):
Hacer algo porque nos gusta, nos causa mucha satisfacción. Es la automotivación. No necesitamos estímulos externos. Lo hacemos porque disfrutamos haciéndolo. Una cosa es conseguir que alguien haga algo, y otra muy distinta conseguir que alguien quiera hacer algo. El disfrutar en el trabajo es la mejor recompensa.
Cuando la persona se siente bien consigo misma, lo va a reflejar en todos los contextos de su vida, al ponerse en la posición del otro, al afrontar cada obstáculo que se presenta como una oportunidad de aprender y de innovar, ello aumenta la automotivación. El auto-motivarse en el saber ser para el saber hacer, en los tiempos difíciles vividos es un ejercicio de gran importancia para el docente universitario, ya que, si no existe motivación puede tener un declive emocional en el saber ser, que se llega a proyectar hacia los estudiantes.
Pero, no se trata solo de la individualidad, un profesor universitario, tiene la responsabilidad de motivar a los futuros profesionales para el cumplimiento cabal de la función, pero, sobre todo, motivar para un aprendizaje crítico y analítico sobre el ser y su participación responsable en el entramado social posterior a su formación académica.
El papel de las emociones en la formación académica ha incorporado la necesidad de estudiar al ser humano que enseña y al que aprende, en este sentido, no se trata solamente de lo que se enseña, sino de las interacciones que se producen y de la importancia de considerar las actitudes positivas de vida, de desarrollar las habilidades blandas necesarias para la incorporación de los profesionales a los procesos sociales y productivos de manera sana, con responsabilidad y compromiso.
Así, uno de los aspectos más resaltantes en cuanto a la adaptación a la realidad del profesional y su saber hacer, lo manifiesta Imbernón (2014:6) cuando reafirma:
Quizás uno de los aspectos importantes a considerar para poder ir entendiendo toda esa complejidad es desarrollar en la profesión docente una mayor capacidad de relación, de comunicación, de colaboración, de transmitir las emociones y actitudes, de compartir con los colegas la problemática originada por lo que sucede y lo que me sucede.
Indiscutiblemente, en el entorno educativo, el primer sujeto para desarrollar estas habilidades o competencias es el docente, en este caso, el profesor universitario quien requiere conocer y controlar sus emociones, tomar conciencia del valor de estas para utilizarlas en pro de una formación académica que transciende el saber e impacte positivamente en el hacer, al respecto, “un profesor emocionalmente competente presentará un mayor bienestar personal y optará por un estilo educativo asertivo” (Ávila, 2019).
Por otro lado, los efectos de la pandemia en la humanidad son variados, ansiedad, incertidumbre, depresión, resiliencia, entre otras emociones se hicieron evidente ante el obligado aislamiento social y posterior adaptación a una nueva dinámica, que aún sigue siendo retadora e incierta. Desde las instituciones educativas se han diseñado estrategias para enfrentar la vida con COVID-19 y sus variantes; le corresponde a profesores y estudiantes adaptarse al uso de las tecnologías, a la presencialidad con medidas de bio-seguridad o a la alternabilidad de propuestas para la consecución de los procesos de formación.
No obstante, consecuencias como falta de motivación, desconcierto, depresión, y otras emociones negativas, pueden llevar al ausentismo o al abandono en los entornos académicos, especialmente, de los estudiantes; de allí, la importancia de un profesor sensibilizado y dispuesto a acompañar, guiar y motivar a sus estudiantes en medio de un contexto educativo, social y mundial complicado. Al respecto, “para cualquier profesionista es imprescindible contar con un sano equilibrio emocional, cuánto más para el docente que entra en relación con otros seres humanos quienes a su vez están influidos por múltiples factores bio-psicosociales” (Hernández, 2017:83).
Asimismo, las competencias emocionales transcienden el saber e impactan todo el ser, favoreciendo el desarrollo humano de manera integral, vale señalar lo expresado por Hué (2008, cómo se citó en Ávila, 2019:133)
“las competencias emocionales se refieren, de una parte, a las capacidades relativas a la mejora personal como el autoconocimiento, la autoestima, el autocontrol o la motivación, la creatividad, la capacidad para el cambio o para la toma de decisiones; y de otra, a aquellas relativas a las relaciones con los demás como la empatía, la capacidad para establecer una adecuada comunicación para trabajar en equipo, para resolver conflictos, para analizar las necesidades de la sociedad o los mercados, para ser líderes en diferentes situaciones sociales.”
Rescatando el planteamiento anterior y relacionando su impacto en tiempos post pandemia, no cabe duda, que el aspecto emocional se constituye en una variable diferenciadora para la puesta en práctica de una educación a distancia o mediada, principalmente, por recursos tecnológicos de manera efectiva. Los profesores universitarios, al igual que los maestros y docentes de otros niveles educativos, ante lo imprevisto han experimentado múltiples sentimientos que van desde la ansiedad, la depresión, la frustración, la impotencia, entre otros, al momento de cumplir con sus funciones alejados del aula de clases y de la interacción propia de estos espacios.
Aun así, le corresponde al docente extraer de los alumnos las potencialidades necesarias para enfrentar, aun sin la práctica necesaria y en las circunstancias actuales, habilidades (blandas) y destrezas que permitan la integración efectiva en cualquier entorno laboral, demostrando motivación, solidaridad, empatía, capacidad para trabajar en equipo, habilidades para negociar, entre otras herramientas que faciliten la integración al campo laboral y la aplicación, desde el ser, del saber en el hacer.
3. Desafíos en las competencias procedimentales del docente universitario “saber hacer”
Luego de haber reflexionado sobre la importancia del ser en el saber, como complemento en el desarrollo del ser humano, corresponde contextualizar lo concerniente a ese saber, en este sentido, las competencias procedimentales se constituyen en las herramientas propias del quehacer profesional, en este caso, del saber educativo.
Valcárcel (2005, como se citó en Tejada, 2009:5), realiza una investigación sobre el docente universitario y describe las competencias necesarias para un buen desempeño, en este sentido refiere, competencias cognitivas, meta-cognitivas, comunicativas, gerenciales, sociales y afectivas, a saber:
Adicional, las competencias afectivas, las cuales fueron mencionadas en apartado anterior, se constituyen en habilidades imprescindibles para el desempeño docente, en cualquier nivel educativo, el engranaje del conocimiento y la capacidad para comunicar los saberes, con la habilidad para gestionar eficientemente los recursos técnicos y materiales, en conjunto con el aprovechamiento de los recursos humanos y el reforzamiento de la condición humana en todo ese proceso, hacen posible la formación integral del ser humano.
Los efectos de la pandemia trastocaron el funcionamiento de todos los sectores, económicos, familiares y sociales, indudablemente, la educación no escapa a los embates de esta realidad que es impredecible y abrumadora; las estructuras cambiaron paulatinamente a las necesidades presentes, exigiendo una gran capacidad de adaptación de todos los actores sociales.
En el sector educativo, los cambios estuvieron mediados por las TIC, la superación del distanciamiento social y el confinamiento fue posible por la clases virtuales asíncronas y síncronas, encuentros on line a través de diversas plataformas, así como el uso de recursos variados, ofrecidos por los sistemas privados de las instituciones preparadas para las clases a distancia, u otras opciones, como las provistas por Google, tales como classroom, meet, janboard, se potenciaron ante la imposibilidad de los encuentros presenciales.
Muy a pesar, el uso de la tecnología exige contar con algún equipo tal como computadora, laptop, móviles o tablet, así como competencias tecnológicas para su uso, especialmente, para su aplicación como herramienta de trabajo, lo cual implica la adquisición de conocimientos para aprovechar las bondades que la web proporciona, tales como app, sistemas operativos, software.
Entonces, se presenta el reto de aprender en medio de la urgencia, contando con las habilidades necesarias o no, afortunadamente, el aprender es algo innato en cada ser, a lo largo de la vida se aprende en los diferentes contextos y bajo diversas circunstancias, vale señalar
Reaprender es una tendencia de actualizarse cambiando los paradigmas. Es volver a experimentar mediante un proceso voluntario, utilizando nuevos patrones para resignificar y recodificar experiencias. Es reintegrar y reincorporar nuevas conexiones con una meta; proceso que promueve mayor conciencia o más metacognición. Es desestimar y hasta eliminar responsablemente lo que ya no sirve y aprender algo de forma distinta a la que durante años hemos realizado (Vidal y Fernández, 2015:412),
A pesar de que al inicio no fue un proceso voluntario, la capacidad de aprendizaje en los docentes es una condición sine qua non de su quehacer, constituyéndose en un reto ante la sobrevenida pandemia hacer uso de la tecnología para dar continuidad al proceso de enseñanza aprendizaje. De esta manera, las clases virtuales, sincrónicas o asincrónicas, acercaron a estudiantes y profesores desde cada realidad familiar, la escuela se mudó al hogar. Inga-Paida et al, (2020: 317), señalan que,
La digitalización de hogares permite a la población continuar realizando una cantidad de tareas cotidianas que anteriormente requerían el contacto físico. De acuerdo con las últimas estadísticas disponibles, la penetración de Internet en América Latina es 68,66%. Este valor de por sí revela un primer obstáculo para afrontar el COVID-19 mediante el uso de tecnologías digitales.
En este sentido, el reto de los docentes no se limita a manejar los recursos tecnológicos, implica trasladar toda la dinámica del aula al espacio virtual, planificación, diseño, ejecución y evaluación, competencias procedimentales ahora mediadas por las TIC y que deben ajustarse a la realidad de cada estudiante, quienes, en muchos casos, no disponen ni de los equipos ni de la conexión a internet mínima necesaria. Al mismo tiempo,
Los docentes han modificado drásticamente su rutina de vida diaria. Por otro lado, los resultados muestran claramente que los docentes al enfrentarse en un entorno de teletrabajo han sufrido una afección media en cuanto al descanso de los docentes; mientras que la de rutina alimenticia sufrió un cambio en alto nivel (Inga-Paida et al, 2020:323)
No solo los docentes y su entorno familiar han modificado su rutina diaria, los estudiantes y sus familias también se han tenido que adaptar a la intromisión de las clases en el hogar, mezclando lo personal con lo laboral o con lo académico, dejando muy poco margen para el descanso o la intimidad, más aún en familias con muchos miembros activos.
Sin lugar a dudas, se viven tiempos en los que el ser, el hacer y el saber se encuentran a prueba ante los desafíos de la realidad cambiante acontecida y vivida durante y post pandemia. El cambio es constante y vertiginoso y no es fácil prepararse para asumirlo desde contextos multiculturales. Han ocurrido cambios epistemológicos, paradigmáticos de las formas de enseñar y aprender y cambios tecnológicos, que generan una forma diferente de ver la profesión y la formación universitaria.
Todos estos cambios sociales, culturales, socio-económicos, hacen una invitación a la adaptación y flexibilización, pero transformando esa realidad para convertirla en oportunidades de aprendizaje social, de reflexión para ser proactivos y ver cada desafío como una circunstancia de crecimiento personal y profesional. Porque según el Imbernón (2014:7), indica que:
Además, nos introducimos en una profesión comprometida con el cambio social, se le pide al enseñante que no sea un reproductor acrítico de la ideología social imperante, sino que sea capaz de educar en/para un nuevo orden social, que considere un contrato social, ambiental, cultural, ético, entre otros.
Lo anterior enlaza las dimensionalidades del saber ser con el saber hacer, desde la cualidad resiliente caracterizada por la capacidad de resistencia en situaciones desafiantes, la actitud de compartir responsabilidades, las expectativas de éxitos elevadas y realistas y el desarrollo del sentido de compromiso e interpretar las experiencias que se viven.
4. Conclusiones
En tiempos de cambios, las diversas dimensiones del ser han sido removidas, al igual que el saber y el hacer. Ha sido necesario reaprender y revisar lo qué se está haciendo y cómo se hace, es indispensable una apertura mental a nuevos enfoques y paradigmas, encontrar otras formas de aprendizaje basado en experiencias positivas respetando las diferencias, necesidades y experiencias de cada individuo.
En este sentido y, dentro de la práctica profesional del docente universitario, enmarcada en su labor social, este cumple diversos roles que van más allá de la sola transmisión de conocimientos técnicos, abarca la experiencia de impactar en el desarrollo humano y profesional de otro individuo, fortalecer el ser desde el saber para lograr una sociedad más empática, justa, solidaria; dicho propósito enfatizado por la experiencia post pandemia, es decir, el docente tiene un papel protagónico que debe cumplir con el mismo, al ser el eje fundador de nuevas dimensiones que potencialicen el desarrollo humano de los profesionales universitarios que están bajo su responsabilidad.
La relación educativa actual exige un mayor esfuerzo de todos los involucrados, especialmente alumnos y profesores, quienes mantienen una interacción mediada por tecnología o limitada en la presencialidad ante el riesgo del contagio y sus impredecibles efectos. Al margen, el docente es el encargado de proporcionar ambientes de aprendizajes productivos en cualquier contexto, lo que se constituye en un gran reto que ha sido enfrentando de manera improvisada y, muchas veces, aislada, sin contar con el respaldo de la institución o de otros colegas.
Entonces, se refleja la necesidad de interpretar el contexto social, económico, político y educativo actual en conjunto con las relaciones humanas sociales que les dan sentido. Se requiere un educar profesionalmente impregnado de un potencial creativo hacia el logro de acciones educativas desde una perspectiva humanística y sobre todo con una actitud emocional positiva que genere optimismo, entusiasmo y compromiso social para cambiar y transformar la realidad.
Sin lugar a dudas, la calidad en la docencia universitaria y en especial del docente universitario, se configura cada vez más como una exigencia social post pandemia, por lo que se debe fortalecer el orden ético y moral de los profesionales universitarios, forjadores y gestores de contextos educativos de aprendizaje que definen y transforman holísticamente a los individuos; es decir, se requiere una actuación formativa reflexiva, al asumir protagonismo en la formación de profesionales con suficientes competencias académicas, emocionales, morales y espirituales comprometidos con la transformación de la realidad en que actúan.
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