UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 23 , n° Extra 3, 2018, pp . 92-102 REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL
CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA. ISSN 1315-5216 / ISSN-e: 2477-9555
Body and Identity: Space, Places and Territories
José Enrique FINOL
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9473-9751 SCOPUS-ID: 24533504600
Universidad de Lima, Perú
Este trabajo está depositado en Zenodo:
DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.2426696
Desde un punto de vista semiótico, este estudio reflexiona sobre algunas relaciones entre cuerpo, espacio y movimiento, para lo cual se desarrollan las categorías de lugar y territorio como extremos de diversas variantes entre uno y otro. Para ilustrar el proceso de semiotización del espacio se usa como referencia la película “Tempestad”, de Huezo (2017). Para visualizar los trazos del cuerpo en movimiento en un determinado espacio, se recurre como ejemplo al video “Kung Fu motion”, de Gremmler (2016). Luego se reflexiona sobre la importancia del espacio en la configuración de identidades. Para ello se propone una hipótesis según la cual lugares y territorios marcan la construcción dinámica de tales identidades.
From a semiotic point of view, this study reflects on some relationships between body, space and movement, for which the categories of place and territory are developed as extremes of different variants between one and the other. To illustrate the process of semiotization of space, the film "Tempestad" by Huezo (2017) is used as a reference. To visualize the traces of the body moving in a given space, we use the video "Kung Fu motion" by Gremmler (2016) as an example. Then we reflect on the importance of space in the configuration of identities. For this, a hypothesis is proposed according to which places and territories mark the dynamic construction of such identities.
Recibido: 10-10-2018 ● Aceptado: 06-11-2018
Utopía y Praxis Latinoamericana publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported (CC BY-NC-SA 3.0). Para más información diríjase a https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es_ES
El espacio no es exterior a nosotros mismos sino que nos prolonga en el comercio que mantenemos con nuestros objetos.
Pierre Pellegrino (2002).
Les identités individuelles et collectives, fruits d’élaborations sociales et culturelles, s’avèrent d’autant plus solides qu’elles transitent par le langage matériel de l’espace,
de ses lieux et de ses territoires, y compris dans leurs formes virtuelles.
Guy Di Méo (2008)
Partamos de una premisa básica: nuestro cuerpo es el prerrequisito de nuestra semiotización del mundo; es decir, de nuestra capacidad para darle sentido a los objetos y fenómenos del mundo, sea este social o natural. Como dice Martin-Juchat (2001), “El cuerpo está en el origen de nuestra capacidad para semiotizar el mundo” (pp. 55-66; 59), lo que confirma Contreras (2012): “la semiosis ocurre a condición de cuerpo” (pp. 13-29).
A partir de ese principio y de la visión fenomenológica del cuerpo y del espacio que Merleau-Ponty (2003) ha desarrollado, vamos a explorar las relaciones entre cuerpo, espacio e identidad, tres macro conceptos que, si bien se insertan en enormes variables, tanto en lo social como en lo cultural e, incluso, en la Física y la Filosofía, urden una trama de relaciones que abordaremos desde un punto de vista semiótico.
La siguiente investigación comenzó a partir de la película “Tempestad” (2016), de Tatiana Huezo, e intenta discutir y ampliar algunos aspectos teóricos esbozados en textos anteriores (Finol, 2015). En sus primeros minutos, en “Tempestad” observamos cómo el ojo de la cámara le muestra al ojo humano un espacio tridimensional vacío, sucio, descolorido, rígido, atemorizante; en el cual, progresivamente, comienzan a aparecer algunas “huellas de lo humano”; se trata de las huellas de un cuerpo que alguna vez estuvo allí. En efecto, en su recorrido el ojo-cámara (Jost, 2002), descubre, por ejemplo, las manchas humanas y las rayas pintadas que a menudo usan los prisioneros para contar los días. Esas huellas rompen la monotonía de las paredes y muestran, en su ausencia, la presencia de un cuerpo. Se trata también de un cierto modo de introducir marcas que subviertan lo continuo y que semióticamente creen códigos y signos, con rasgos que acoten la visibilidad del espacio construido que el ser humano habita y, al habitar, semiotiza.
“Tempestad” es, en primer lugar, una búsqueda estilística que, en sus primeros minutos, construye semióticamente un lugar “para” lo humano; pero, al mismo tiempo, revela que ese espacio, más allá de sus significaciones básicas, es un “espacio corporeizado”; es una muestra de la dialéctica presencia ausencia (Finol, 2016: pp. 10-22), como la que se observa en la fotografía (Fig. 1).
Figura 1. La silla vacía. Autor: Edgardo Videla.
Tomada con autorización del autor de http://ow.ly/vTZQ301OYDj
En 1945 Merleau-Ponty decía que “Más allá de que mi cuerpo no sea para mí sino un fragmento del espacio, no habría espacio para mí si yo no tuviese un cuerpo”. En otros términos, es el cuerpo quien, finalmente, semiotiza para mí el espacio; dicho de otro modo, no es mi cuerpo el que forma parte de un espacio dado, sino que ese espacio cobra un sentido en la medida en que mi cuerpo lo habita, lo transgrede, lo marca, lo subvierte; son, pues, las marcas que produce el cuerpo en un espacio dado las que hacen que ese espacio “exista” en el sentido semiótico de su realización, en cuanto estructura de significación.
Figura 2. Cuerpo y espacio en “La tempestad”, de Tatiana Huezo, 2016.
Si el espacio es un conjunto de relaciones entre objetos, como lo concebía Leibniz, es en esas relaciones donde se producen los sentidos de esos objetos y también del espacio mismo. Piaget hablaba de nuestra percepción del espacio geométrico, conjunto de relaciones entre los puntos y lugares del universo; “milieu homogène incapable d'exercer une influence sur la forme et la dimension des corps qu'il abrite” (Morne, 2013); y del espacio físico, escenario de objetos y acciones; espacio dotado “des directions, des orientations, des qualités différenciées qui ne sont pas celles de l'espace géométrique” (Ibídem).
Frente a las caracterizaciones de esos dos tipos de espacio, para nosotros es importante destacar el carácter semiótico del espacio. Podríamos decir que el espacio semiótico está constituido por el conjunto de significaciones que un espacio, sea físico o geométrico, actualiza en un momento histórico determinado. Nuestra percepción del espacio geométrico y del espacio físico no es separable de su percepción como espacio semiótico; en otros términos, esos espacios no pueden no significar, no pueden no tener unos significados y unos sentidos para los sujetos que los producen/habitan/transitan. Pero, también, como veremos, esos espacios, a su vez, producen/habitan/transitan/ a los propios sujetos.
Espacio y cuerpo son dos variables dialécticas en las que cada uno supone la existencia del otro; una relación tensional que engendra lugares, articulaciones y semiotizaciones de un orden que va más allá de ellas mismas, que rompen lo continuo para producir lo discreto. De manera que una de las fronteras donde las significaciones del cuerpo y del espacio nacen es, precisamente, en la relación dialéctica, tensional (Figura 3), entre ambos. Esa relación no es unidireccional sino recíproca: ella crea terceros conjuntos de significaciones que van más allá de ambas variables.
Figura 3. Relación tensional y conjunto corpo-espacial1.
La co-presencia entre cuerpo y espacio es consubstancial a uno y otro, y no hay, como lo hace ver el positivismo, un primero y un segundo o un antes y un después: hay una conjunción inseparable, dinámica y tensa entre ellos. En cierto modo, la dimensión corpo-espacial actúa como un palimpsesto: ella reescribe sobre uno y otro, y produce nuevos sentidos que solo es posible ver en sus relaciones. En ese palimpsesto es posible distinguir múltiples vectores de relaciones. Por un lado, el cuerpo habita el espacio,
Para un modelo de las relaciones corporales de tensión-resistencia y tensión-atracción sugerimos ver Finol (2006).
una acción donde predomina la permanencia, lo que implica temporalidad, pero también una forma de estabilidad y reposo. Por el otro, el cuerpo transita el espacio, una acción donde predomina la movilidad, lo que implica cambio de un punto a otro del espacio, durante el cual interviene el tiempo bajo forma de duratividad. Más aún, entre esos dos vectores de relaciones podrían, incluso, establecerse formas intermedias en las que, si bien se habla de predominio de la permanencia, también ella está encadenada a una continuidad que la conecta con un tránsito hacia una nueva permanencia y esta hacia un nuevo tránsito. Dicho de otro modo, si bien permanencia y tránsito son dos formas extremas de la relación cuerpo y espacio, es heurísticamente importante dilucidar, entre una y otra, las formas híbridas y las continuidades en las que la semiotización del mundo se produce. Por otra parte, cuando se introduce la variable tiempo en las relaciones espacio y cuerpo, la diversidad de semiotizaciones se multiplica y con ella, como veremos, se marcan rasgos identitarios que no pueden ignorarse cuando se habla de los conceptos de identidad y diferencia.
Ahora bien, si cambiamos la mirada y vemos otras vectorialidades, ya no desde el cuerpo hacia el
espacio sino desde este hacia aquel, veremos surgir nuevas relaciones y, en consecuencia, nuevas semiotizaciones. Una de ellas se deriva de las elaboraciones del espacio que realiza el diseñador del mismo y otra se deriva de quien efectivamente lo fabrica. El arquitecto como diseñador de un espacio no solo establece las virtualidades del mismo, sus posibilidades articulatorias futuras, sino también las posibilidades futuras de las permanencias (habitaciones, salas, etc.), así como las de los tránsitos (pasillos, corredores, puertas, etc.). Esas posibilidades futuras son asumidas y realizadas por el constructor efectivo del diseño, quien se traslada de un lenguaje de la posibilidad a un lenguaje de la realidad material, donde los componentes son efectivamente escogidos y aplicados, dando así nuevas semiotizaciones a las virtualidades diseñadas. Finalmente, en un tercer nivel, son los cuerpos que finalmente habitan y transitan los espacios construidos los cuales, de diversos modos, efectivamente los producen; es decir, traducen lo diseñado, lo virtual, lo construido y lo material, a espacios semiotizados, dotados de significados, sentidos e identidades.
Cuando se habla de las variables espaciales del cuerpo: arriba / abajo; anterior / posterior; izquierda / derecha, a menudo se olvida que cuerpo y espacio son una totalidad dinámica, en la que esas variables no derivan su riqueza de sus límites sino de sus transiciones, de sus intersecciones e integraciones; se trata de ámbitos que el análisis a menudo intenta separar y que en sus conclusiones olvida re-integrar.
Picasso, entre otros, intentó romper con esa lógica de las rígidas variables en las que usualmente se organiza el espacio y también el cuerpo. En “Figuras al borde del mar” (1931), el pintor desarticula la morfología del cuerpo y también del espacio, para mostrar la interrelación dinámica entre uno y otro, para romper las rigideces de nuestra percepción del cuerpo y del espacio. En esa particular relación entre espacio y cuerpo que se observa en el cuadro mencionado, se genera un sentido nuevo de uno y otro; esos cuerpos no significarían lo mismo en otros espacios ni estos frente a otros cuerpos. Esa alteración de cuerpos, en una estrecha correlación con unos mundos alterados (Finol, 2017), transita, necesariamente, hacia unos espacios también alterados.
Pero así como Picasso desarticula y rearticula un cuerpo en un espacio, y, en consecuencia, también transforma la mirada sobre ese conjunto corpo-espacial, del mismo modo Juan Rulfo, desde la primera línea de su novela “Pedro Páramo” (1955), realiza un proceso de espacialización, “la puesta en discurso de estructuras semióticas más profundas” (Greimas & Courtés, 1979: p. 358), y articula unas relaciones entre actores, lugares y tiempos: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” (Rulfo, 1955). Esa breve línea inicial de la novela articula un espacio (Comala, acá), con unos actores (yo narrador, Pedro Páramo); además, articula una relación entre actores (padre à hijo), y una relación entre un lugar y unos actores (“acá”,”Comala” à “padre” à hijo). Finalmente, el autor establece una estructura temporal: presente (“vine”) y pasado (“vivía”). Al proponer un espacio y unos actores, el escritor comienza a construir, progresivamente, una identidad para los primeros, pero también para los segundos.
Si bien el autor puede crear rasgos identitarios para un actor sin mencionar espacios, sin duda estos
tienen una capacidad semiótica que a veces no percibimos en el texto, sea este verbal, icónico o gestual,
porque lo damos por hecho, lo hemos naturalizado como parte del ver, como parte no significativa, no discreta, de la percepción de lo sensible. Para que el análisis semiótico re-descubra esa relación entre espacio y cuerpo y sus consecuencias sobre la construcción de identidades, es imprescindible des- articular esos componentes, de modo que podamos aproximarnos a una visión más clara de los procesos de semiotización que se derivan de las relaciones entre cuerpo y espacio.
En su Proxémica, Hall (1959, 1974) hablaba de micro, meso y macro espacios; y en el caso de las distancias entre un cuerpo y otro hablaba de distancias íntima, personal, social y pública. Lyman y Scott (Vid. Noth, 1990) señalan cuatro tipos de “territorios humanos”: público, doméstico, interaccional y corporal. Creo que es importante avanzar sobre esas clasificaciones que parten de una sinonimia entre espacio y territorio, dos categorías que, en nuestra opinión, deben ser diferenciadas, de modo que su aplicabilidad y rentabilidad heurística se amplíe. Como dice Pellegrino (2002), “il faut comprendre la ville comme un ensemble de lieux dotés de sens pour ceux qui y habitent” (p.42)2.
Nuestro cuerpo es un demarcador de los diferentes niveles espaciales, pues él, con su presencia y gracias a sus movimientos, transforma el espacio de continuo a discreto. Así, nuestro cuerpo, en sus interacciones con los espacios, demarca lugares y territorios. El lugar es una porción de espacio dotado de sentidos específicos, semiotizado por sus habitantes, por los objetos que el ser humano ha colocado allí; también es semiotizado por sus textos y acontecimientos; como porción de espacio, el lugar se caracteriza por la permanencia de sus habitantes, lo que conduce a que esté dotado de una densidad semiótica e identitaria fuertes y, en consecuencia, es un generador de memoria densa. La densidad semiótica de esos tres elementos –permanencia, identidad y memoria– son los que caracterizan al lugar y lo diferencian del territorio. El lugar se articula como parte de un territorio. Este último es una porción de espacio más extensa, menos estrechamente vinculada a habitantes y más a transeúntes, cuya densidad simbólica y eficiencia identitaria es más difusa, pues no está necesariamente asociada a una permanencia de sus habitantes. Así, mientras en los lugares predominan los habitantes, en los territorios predominan los transeúntes. Grosso modo podría decirse que mientras la casa o el barrio son lugares, la avenida o el metro son territorios; mientras uno es particular e íntimo de una persona o de un grupo, el otro es público o social. Más aún, mientras el lugar es inmediato e intensivo, el territorio es mediato y extensivo. Para nosotros, pues, la diferencia entre lugar y territorio no se limita a “una cuestión de escala” (Steimberg, 2012), sino a densidades, usos y simbolismos.
Entre uno y otro hay, por supuesto, espacios intermedios, zonas grises, solapamientos y
ambigüedades. Tal es el caso, por ejemplo, de los vendedores callejeros que se establecen en una avenida durante ocho horas diarias, cinco o más días a la semana para proponer sus mercancías a los transeúntes. Para ellos ese espacio concreto, si bien no está marcado por la habitabilidad, sí lo está por la permanencia. Lo mismo ocurre con las plazas públicas donde, a menudo, grupos de personas, muchos de ellos jubilados, pasan horas diariamente para dialogar con no-miembros de su familia o para observar el desarrollo de la movilidad cotidiana, para intercambiar opiniones y contar anécdotas.
Cuando hablamos de densidad semiótica nos referimos no solo a una cantidad de contenidos o significados, sino también a aquellos que se organizan como particulares tipos de valores, símbolos, tradiciones, costumbres; elementos clave para la construcción y almacenamiento de una memoria densa, la cual privilegia unos tipos de información sobre otros y, sobre todo, sirve de base para la interpretación de información nueva, para marcar sus sentidos y, de este modo, para integrarlos más fácilmente en esquemas interpretativos previos que aseguran un equilibrio ideológico e identitario. Uno y otro, equilibrio ideológico e identitario, buscan eliminar o atenuar los conflictos y proteger el equilibrio.
Es entre esas dos variables espaciales, lugares y territorios, susceptibles siempre de ser ampliadas hacia tránsitos entre unas y otras, hacia zonas de solapamiento en las que límites y fronteras se cruzan en
Subrayados nuestros.
modos y variedades inesperadas, donde, finalmente, en dinámicos procesos dialécticos, se construyen y re-construyen las formas identitarias que le dan unidad al sujeto, una unidad siempre en busca de equilibrios y re-equilibrios en el contexto de mundos alterados.
Ambas estructuras espaciales, de diversos modos y gracias a diversos dispositivos, construyen sentido; más aún, no pueden no generar sentidos, pues están semiotizadas constantemente por lo humano que los habita, los recorre y los transforma; los llena de vacío o de objetos; los fecunda con sus movimientos.
El cuerpo, como sabemos, no está estático en el espacio ni este existe, idealmente, en el vacío. El espacio es parte de las materialidades del entorno y también de nuestro cuerpo. El cuerpo teje tramas en el espacio gracias al movimiento, un poderoso dispositivo semiótico que solo percibimos bien cuando pensamos en la diferencia entre la fotografía fija y el cine o el video. Como hemos dicho en otra ocasión: “El movimiento produce estructuras significativas mediante las cuales el cuerpo se relaciona con el mundo, lo construye y lo define, al mismo tiempo que en la relación con los otros el propio cuerpo se autodefine” (Finol, 2015, p.20).
La dialéctica entre reposo y movimiento es una de las más complejas estructuras de las significaciones del cuerpo. En esa dialéctica, el cuerpo crea complicados sintagmas que abarcan desde las acciones propias de la vida cotidiana hasta las más refinadas formas artísticas. Se trata de una combinatoria corpo-espacial, con todas sus variantes, que se producen y se manifiestan constantemente, tanto en las relaciones inter-subjetivas y objeto-subjetivas propias de la vida cotidiana como las propias de las estructuras experienciales que podrían clasificarse, siguiendo a Mangieri (2017), en acontecimientos, accidentes y catástrofes, donde el primero pertenece al ámbito de la vida cotidiana, el tercero al ámbito de lo extra-cotidiano y el segundo a una dimensión transicional. Como decía Merleau-Ponty, “¿Nuestro cuerpo no es acaso un objeto y por lo tanto necesita, él mismo, ser analizado bajo la relación entre reposo y movimiento?” (Merleau-Ponty, 2003: p. 322).
Sin embargo, ese modelo –movimiento/reposo- debe correlacionarse con dimensiones temporales, espaciales y actoriales. También debe expandirse hacia las variables socioculturales, hacia los contextos donde el cuerpo actúa, de modo que la sistematización de datos, el análisis y las interpretaciones sean el producto de un diálogo con la realidad y no la expresión de modelos ‘universales’.
Gracias al movimiento el cuerpo transforma el espacio que, a su vez, transforma al cuerpo, generando significaciones múltiples. Una excelente ilustración de esa trama kinemática que el movimiento crea entre cuerpo y espacio es el video “Kung Fu Motion”, de Tobías Gremmler. (2016) En este video, donde un practicante de Kung Fu realiza varias katas, cuyos movimientos se descomponen en una continuidad corporal, se presenta la visualización de varios fenómenos que hasta ahora solo podíamos imaginar y que el autor denomina:
Tejido hilado por el tiempo
Velocidad que se transforma en materia
Expansión en el vacío
Reconstruyendo formas desde el movimiento
Formas que siguen al tiempo
Como dice Gremmler, “Visualizing the invisible is always fascinating, and motion visualizations have been created even in pre-digital times with light, photography, costumes or paintings” (Ibíd: s/p). Se trata de una representación, visual y poética, de los desplazamientos de un cuerpo que teje formas, vacíos y colmados, tiempos y materias que son las bases en las cuales se semiotiza al cuerpo, al espacio, al movimiento, a la velocidad, a la luz, a las formas, a la materia, al tiempo, etc.
El video de Gremmler nos permite percibir los desplazamientos del cuerpo y, sobre todo, la permanencia, aunque breve, de la materialidad corporal en el espacio; se trata de un efecto de visibilización de lo invisible que, por ello, nos permite comprender mejor cómo el cuerpo y sus movimientos afectan y semiotizan directamente el espacio, y cómo el espacio, gracias a sus características, afecta y semiotiza al propio cuerpo. Esa relación dialéctica, de transformaciones mutuas, le da identidad al cuerpo que ocupa, habita o transita el espacio, sea este un lugar o un territorio. Darle identidad significa que lo dota de rasgos diferenciadores que se traducen en sentidos particulares que van más allá de lo meramente morfológico y de lo meramente biológico. Así, el espacio es una variable que, entre otras, transforma el cuerpo de una mera materialidad biológica, constituida por órganos y procesos fisiológicos, a una materialidad simbólica, inmersa en procesos de significación y comunicación. Limitar la construcción de identidades a las solas relaciones intersubjetivas3, sin por ello menoscabar su importancia, ignora el papel del espacio y de sus capacidades semióticas. No debe olvidarse que en su estructura fundamental la identidad es un conjunto de contenidos y procesos semióticos, aunque, naturalmente, esta no sea exclusivamente semiótica. La identidad es un conjunto de sentidos articulados, dinámicos y equilibrados, que el individuo y el grupo construyen progresivamente, a partir de sus experiencias intersubjetivas, espaciales y temporales. Sería erróneo ver el espacio solo como “expresión” de identidades e ignorar la capacidad del mismo para producirlas. Un espacio, ciertamente, expresa la identidad de quien lo construye, pero también el espacio construido y semiotizado produce identidad en quien lo viene a habitar. Se trata de fuerzas y tensiones que interactúan y se afectan recíprocamente; lo que es particularmente válido en las relaciones que nos impone, por ejemplo, el espacio urbano, pero también los espacios íntimos.
Para la Semiótica, las múltiples articulaciones que se derivan de esos elementos son capitales para comprender cómo se producen las significaciones del cuerpo. Como se ve, el cuerpo “produce” el espacio, incluso más allá de sus “cualidades sensibles” (Greimas y Courtés, 1979: p. 133). Lo “produce” en cuanto que gracias a él y al movimiento el espacio vacío se hace lugar o se hace territorio.
Como es evidente en las nuevas investigaciones sobre el concepto de identidad, en los últimos años se ha pasado de una concepción que la caracterizaba como estática, inamovible y única, en cierto modo unidimensional, a una concepción dinámica, cambiante y plural, o pluridimensional, más acorde con la realidad contemporánea. En 1990 Ricoeur (1990) distinguía entre una identidad-mismidad (“identité- mêmité”), entendida como expresión social y como aquella más o menos constante a través del tiempo, e identidad-sí-mismo (“identité-ipséité”), relativa a una auto identificación basada en el sí mismo del sujeto. Esta distinción entre mismidad e ipseidad (Blanco Ilari (2006: pp. 241-236), si bien es útil para des-agregar el concepto de identidad, con frecuencia visto como un monolito heurístico inamovible, a-histórico, esencializado por filosofías de lo trascendental, ignora las transiciones e intersecciones entre los extremos. Esas intersecciones, donde límites y fronteras identitarias se transgreden, subvierten y re- articulan sin cesar, se expresan a menudo en la producción de sentidos de pertenencias, los cuales están atados, en mayor o menor medida, a las identidades en las que nos reconocemos y cuyo núcleo convergente son las subjetividades.
Di Méo (2008). reconoce que los procesos identitarios se sitúan en el encuentro entre lo social y lo espacial. “L’identité (…) se situe à l’intersection active des dynamiques majeures produites par les individus et par les groupes dans leurs rapports tant sociaux que spatiaux” (Ibíd: s/p), lo que se opone a la
Tal es el caso de Honneth, para quien el proceso de formación identitaria está determinado por el amor, la igualdad de derechos y la estima social: “[…] the three forms of recognition (love, rights and esteem) constitute the social conditions under which human subjects can develop a positive attitude towards themselves. For it is only due to the cumulative acquisition of basic self-confidence, of self- respect, and of self-esteem ŕ provided, one after another, by the experience of those three forms of recognition ŕ that a person can come to see himself or herself, unconditionally, as both an autonomous and an individuated being and to identify with his or her goals and desires” (Cfr. Frozzini, 2010).
vieja concepción unidimensional de las identidades, marcada por factores sociales y políticos, y pone de relieve la espacialidad y dinamicidad de las mismas.
En general, se ha ignorado la pertinencia del cuerpo en la configuración de la(s) identidad(es) personal(es) y social(es). Hannah Arendt “sitúa al cuerpo en un lugar problemático de sus reflexiones (…) desvinculado de la constitución de la identidad personal” (Varela Manograsso, 2016: p. 792). Por el contrario, el cuerpo es “el vehículo a través del cual el individuo se revela y formula su identidad” (Betz Hull en Varela, 2016: p. 792); el cuerpo es el “lugar expresivo de identidad, que debemos salvaguardar para poder comenzar a actuar” (Ibíd: p.793). Más aún, el cuerpo es la “base et forme matérielle de l’identité” y está “n’est en aucun cas déspatialisé” (Di Méo, 2008: s/p).
Si la identidad corporal se define como un constructo semiótico en el que se articulan variables morfológicas, históricas, culturales, variables que se expresan en dispositivos que incluyen el movimiento y el reposo, la vestimenta y las tecnologías que lo modifican, también allí entran las dinámicas variables propias del espacio y de los sentidos que este adquiere cuando se transforma en lugar o en territorio.
Para la producción dinámica (y no estática) de nuestra(s) identidad(es), estamos obligados a
reconciliar la visión de nuestro cuerpo: ¿Tenemos un cuerpo o somos un cuerpo? ¿Cuál es/cómo es la conciencia de nuestro propio cuerpo/del de los demás?
Anil Seth (2017) identifica los siguientes componentes de nuestra conciencia: Self corporal, self perspectivo, self volitivo, self narrativo y self social. Nuestra auto identificación y la hetero identificación no están separadas de las variables que se derivan del espacio o que, mejor dicho, son el espacio, tanto en sus lugaridades como en sus territorialidades.
Si bien, como dice Hannah Arendt, nuestra identidad se define en el encuentro con los otros, no es menos cierto que ese encuentro con los otros está marcado, sobre determinado, por un espacio y un cuerpo, así como por variables temporales. Nuestra auto identificación y la hetero identificación no están separadas de las variables que se derivan del espacio o que, mejor dicho, son el espacio.
Es, finalmente, en la dimensión interaccional, la denominada interidad, donde, dinámicamente, cuerpo y espacio se definen recíprocamente, se interdeterminan y construyen sus límites y fronteras. En esos límites y fronteras, parte de sus manifestaciones en un tiempo y espacio propio de una práctica de estar y ser en el mundo, intervienen también los otros cuerpos y los objetos que pueblan el espacio, lo que conduce al desarrollo, entre otras, de relaciones hápticas que son no solo contactos entre cuerpos à objetos à espacios à otros sujetos, sino también conformadores de una totalidad corpo-espacial única, dotada de sentidos particulares que se constituyen en procesos de significación y comunicación, tanto intra-subjetivos como inter-subjetivos.
Como dice Di Méo (2008): “Imposés ou sélectionnés et choisis, ces contextes spatiaux (espaces de vie, des pratiques, du quotidien) sont incorporés par l’individu, ils deviennent des extensions de son propre corps et s’inscrivent dès lors dans son système identitaire” (s/p).
En las jerarquizaciones espaciales, lugares y territorios, los sujetos marcan y desarrollan conjuntos de procesos de significación que les permiten identificar e identificarse, semejarse y diferenciarse; son mecanismos que le permiten cimentar una relación con los otros en términos de equilibrios dinámicos, intersubjetivos, sin los cuales la vida psicológica y social carecería de sentidos y abundaría en conflictos. Es justamente el desconocimiento y la incapacidad de identificar e identificarse con los espacios, tiempos y actores de Comala, en Pedro Páramo, lo que impide al actor/narrador reconocerse como parte de los mismos y, en consecuencia, resolver sus conflictos identitarios.
Un cuerpo está siempre situado en un espacio, en un lugar o en un territorio, y gracias a sus movimientos o a su reposo, acostado o sentado, durmiendo o en vigilia, mirando y siendo mirado, construye procesos cartográficos que le permiten guiarse en el mundo natural o cultural. Es en esas cartografías, como parte de su inserción en el mundo, donde el cuerpo se relaciona dinámicamente con los otros y donde, efectivamente, construye y reconstruye, sin cesar, sus identidades.
Las dinámicas interrelaciones entre espacio, movimiento y cuerpo son un campo de estudio muy importante para la Semiótica; sus aplicaciones al teatro, la danza, la arquitectura, entre otras, son de carácter prioritario. También lo son las aplicaciones a la organización y funcionamiento de la vida cotidiana, de los códigos gastronómicos, de los juegos y desplazamientos íntimos y sociales, domésticos y urbanos, entre otros saberes.
Las interacciones dinámicas entre espacio, cuerpo, movimiento son componentes fundamentales en la construcción dinámica de nuestras identidades. Figura 4.
Figura 4. Elaboración propia.
Creo que un enfoque fenomenológico y una crítica semiótica contribuirían enormemente a elucidar los procesos de construcción de sentido, en los cuales cuerpo y espacio dialogan y se integran, para determinar así cómo estos producen las identidades. En las territorialidades globales la(s) identidad(es) son hoy más dinámicas y complejas que nunca. Los medios, los viajes y las migraciones han acercado espacios y otredades, creando nuevas dimensiones donde se intersectan variables que hasta hace algunos años eran contradictorias y a veces incompatibles.
Finalmente, creo que el arte, en sus múltiples manifestaciones, es una fuente inagotable de aproximaciones a las numerosas variables espacio-corporales y a sus “significaciones vividas” (Merleau- Ponty, 2003: p. 48). Son precisamente esas “significaciones vividas”, en el marco de dinámicas históricas, espaciales y temporales, encarnadas en prácticas experienciales concretas, las que, finalmente, producen y re-producen las identidades.
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