NOTAS Y DEBATES DE ACTUALIDAD

UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 23 , n° Extra 3, 2018, pp . 178-181 REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL

CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA. ISSN 1315-5216 / ISSN-e: 2477-9555


Lectura y traducción: un encuentro hermenéutico1

Reading and Translation: A Hermeneutical Encounter


Jorge DÁVILA

joda@ula.ve

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2773-4851 Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela


Este trabajo está depositado en Zenodo:

DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.2427363


RESUMEN


En este ensayo se presentan ideas sobre la traducción como experiencia que plena su sentido en la labor hermenéutica. El énfasis está colocado en el lazo de amistad que se teje, más allá de la lectura, entre el autor y el traductor.


Palabras claves: Traducción; amistad; sentido; hermenéutica.

ABSTRACT


In this essay, ideas about translation are presented as an experience making sense on hermeneutical work. Emphasis is placed on friendship founded in that hermeneutical work relating author and reader-translator.


Keywords: Translation; Friendship; Meaning; Hermeneutics.


Recibido: 10-10-2018 ● Aceptado: 06-11-2018


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  1. Texto modificado de la presentación de la traducción del libro de Jean Grondin: Del sentido de la vida. Un ensayo filosófico (Herder, Barcelona) durante la primera visita del autor a Mérida (Venezuela) en 2005.

    Utopía y Praxis Latinoamericana; ISSN 1315-5216; ISSN-e 2477-9555 Año 23, n° Extra 3, 2018, pp. 178-181


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    En la calle llamada de la Glacière, en París, hay una bella y buena biblioteca regida por la orden de los padres dominicos. Es la Biblioteca llamada du Saulchoir. Hace años pasé allí muchos días de estudio. En algunos de esos días, leía con atención una conferencia que Heidegger dictó en 1949 con el título de Die Kehre, “El Giro”. Buscando estudios que comentaran ese texto, conocí a Jean Grondin. Más precisamente, conocí su libro: Le tournant dans la pensée de Martin Heidegger, “El giro en el pensamiento de Martín Heidegger”. Es un libro publicado en 1987, lo leí en aquella biblioteca. Sumergido en la lectura, comencé a trabar amistad silenciosa con Grondin. Después apareció un capítulo de otro libro suyo: L’horizon herméneutique de la pensée contemporaine, “El horizonte hermenéutico del pensamiento contemporáneo”. Es un capítulo dedicado a la reflexión sobre la ética de la finitud en Heidegger. Cargué conmigo las veinte páginas de ese capítulo entre varias lecturas durante varias semanas. Y un día escribí sobre la fotocopia que tenía de él: Il faut absolument le traduire! Y así comenzó mi traducción del silencio de mis primeras lecturas de Grondin. Y así traduje para mis amigos, parcialmente, el silencio de aquella bella y buena biblioteca du Saulchoir. Esa traducción alimentó la reflexión de mis colegas del Centro de Sistemología Interpretativa en Mérida. Por aquel entonces, ellos digerían lentamente aquella conferencia de Heidegger, “El Giro”, y también Wissenchaft und Besinnung, “Ciencia y Meditación”.

    Hablo de esa biblioteca porque fue en ella donde comprendí, creo que, con justeza y rigor, por qué la buena costumbre de hacer silencio en un lugar así. Desde niño aprendí que la razón era que uno debe respetar la lectura de los demás, a saber: no interrumpir su concentración, su silencio; en otras palabras, que al silencio del lector debemos responder con otro igual. En Saulchoir caí en la cuenta de que ese silencio es el mismo porque está lleno de amistad y, más aun, que es esta amistad, precisamente, lo que se respeta. Es la amistad con el libro o, lo que es lo mismo, la amistad con su autor, la que puede ser perturbada. Porque ella es muy frágil; especialmente, cuando está apenas en su aurora, en su hora matinal, cuando apenas toma impulso para brotar. Junto a este pequeño y noble descubrimiento de mi conciencia nació, pues, mi amistad con Jean Grondin. Felizmente ocurrió allí, en esa biblioteca, que es la más silenciosa de todas cuantas he conocido.

    Tengo que decir que haber llegado allí se lo debo a Michel Foucault. En aquel silencio pasó él sus

    últimos años de trabajo de incansable lector amigo de todo texto. Y allí, en la Biblioteca del Saulchoir, después de su muerte en 1984, supieron, además, dar cobijo hospitalario, por varios años, a lo que fue la primera versión del excelente fondo biblio-hemerográfico de y sobre la obra foucaultiana que está en París, ahora en manos del Institut Mémoires de l’édition contemporaine (IMEC) y de la Bibliothèque Nationale de France. En 1995 yo llegué al Saulchoir a escuchar, de nuevo, los últimos cursos sobre la filosofía griega que dictó Foucault al final de su vida. Pero, por encima de esos atinados ejercicios de oralidad filosófica de Foucault, que allí deleitaban mi escucha entonándola con la antigüedad griega, se impuso en mí la majestad de la biblioteca y ese pequeño descubrimiento personal sobre el silencio de la lectura con su esencial carga de amistad. Allí descubrí, por supuesto, que ya era antiguo amigo de Foucault, pues descubrí que fue dándole cobijo a esa amistad como había tenido que traducirlo, y no por la hermosa casualidad de haber estado entre sus cientos de escuchas en el Colegio de Francia en sus últimos cursos. Antes me decía, con cierto egoísmo, que hacía su traducción, dialogando en silencio con sus textos, para mejor comprender yo mismo lo que él había escrito. O sea, que en aquella biblioteca entendí que la labor del traductor es, esencialmente, un inmenso esfuerzo de diálogo con el texto traducido y de trabazón de amistad con su autor. Así, cuando conocí, cuando leí, después de unos años más, a Bernard Pautrat (2004), traductor por excelencia de Spinoza al francés, creo haber entendido claramente por qué él dice: “teniendo el oficio de traductor, me he encontrado tanto con Spinoza que hemos trabado ya una profunda amistad” (p, 53).

    Quiero decir, espero se me entienda, que he ido conociendo lentamente a Jean Grondin, filósofo de la hermenéutica. Varias veces he interrumpido el silencio de la lectura de algunos de sus textos, tan cuidadosamente escritos, con el silencio de la traducción, ese otro silencio bibliotecario ofrendado a los amigos desprovistos del pasaporte para ir a la tierra de otra lengua a la que uno siente el placer de viajar con la sola palabra. Una interrupción del silencio de mi lectura, de mi trabazón de amistad con Grondin, se convirtió en seminario. Ocurrió después de haberme topado, esta vez en una librería parisina no muy


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    silenciosa, con su ensayo filosófico titulado: Du sens de la vie, “Del sentido de la vida”, recién salido de la imprenta en Québec. Corría el año 2003. Bastó la lectura de las páginas de la introducción, allí, de pie, en medio del murmureo de la librería, y luego en medio del estruendo del metro parisino, camino a mi casa, para decir a mi esposa, y ya no en silencio de escritura: il faut absolument traduire ce livre à l’espagnol! Así retorné a Mérida, a trabar mejor y abiertamente mi amistad con Jean Grondin, en medio de mis alumnos y mis colegas, traduciendo al desnudo ese pequeño y bello libro, ahora tan bien impreso en tierra catalana por la casa editorial Herder. ¿Cómo no haber emprendido la traducción de este libro, entendida esa traducción como una actividad más de la práctica académica que es la Sistemología Interpretativa? La tarea de nuestra silenciosa práctica académica ha estado signada, desde hace muchos años, por el esfuerzo de batallar contra la imposición de las mentalidades que, por distintas vías y con diversos ropajes, buscan convencernos del vacío de sentido de nuestra existencia. Pretenden esas mentalidades hacernos creer, en nombre de objetividades o subjetividades, que si acaso hay tal sentido no será otro que la orientación fugaz que guía nuestras acciones individuales destinadas a vivir la vida de cada cual sólo para sacar el máximo provecho con independencia de cuanto acontezca al mundo, al otro, al pensamiento, al lenguaje. Para esa batalla, para orientarse a plenitud en el campo definido por esa batalla, fuimos aprendiendo lentamente el manejo de las armas interpretativas. Y seguimos haciéndolo, puesto que amamos esas bellas armas por estar destinadas a su único y feliz uso: entender y comprender. Y el entendimiento y la comprensión se dan uno al otro en la práctica interpretativa puesto que, como bien dice Grondin, en ese otro buen libro suyo titulado Introducción a Gadamer: “entendemos únicamente en cuanto somos capaces de comprender la constelación de sentido en la que se inscribe lo que ha de interpretarse” (Grondin, 2000: p, 193). En nuestra disciplina, en nuestra práctica académica, el esfuerzo se concentra en el objetivo de dilucidar, vale decir, de entender y comprender, el sentido holístico de lo que nos acontece, de lo que nos pasa, de lo que nos ocurre en este presente que vivimos. Hemos aprendido, en nuestra práctica, que una aspiración tan alta como esa, encuentra nuestros propios límites; son los límites que la dilucidación del sentido hace evidentes, con mayor fuerza, en cuanto aspiramos elaborar la “constelación de sentido” de lo que ocurre históricamente con la cultura, o mejor, con el lenguaje, que nos ha hecho y nos hace. Sabemos que una “constelación de sentido” total se nos escapa, y así hemos aprendido que, como bien lo señala Grondin, “los seres finitos como nosotros no participan del acontecimiento del sentido sino en virtud de la variedad multiforme de sus manifestaciones y de sus imágenes” (Ibíd: pp. 207-208). Esa conciencia de nuestra finitud, desplegada en la labor hermenéutica, hace la tarea interpretativa siempre más exigente. Por ello, lo que ha de interpretarse, con miras a la dilucidación de su constelación de sentido, es para nuestra práctica académica de la Sistemología Interpretativa algo de mucha estima. Quiere decir eso, que nos afanamos en la construcción de la “constelación de sentido” de cuanto alcanza la dignidad de interpretarse con el mayor rigor. Y, ¿qué puede haber de más digno de todo cuanto se presenta a la existencia en demanda de su entendimiento y de su comprensión con el mayor rigor si no la vida misma? Ahora bien, me parece que, en el campo de batalla de las ideas en que hoy nos toca movernos, toda pregunta por el sentido traduce la pregunta por el sentido de la vida y en toda pregunta por el sentido está en secreto la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. De manera que el mismo libro de Jean Grondin que traducíamos en ese seminario era, en nuestra mirada sistémico-interpretativa, asunto digno de entender. Y siendo cierta, como lo es, la afirmación de Grondin según la cual “entender quiere decir poder traducir en cierto modo a mis propias palabras un sentido” (Ibíd: p, 193) afirmo yo, entonces, que la traducción que está vertida en la edición española de su libro Del sentido de la vida se gestó como médium para ampliar el armamento interpretativo que alimenta la batalla por la vida digna, la batalla por la inmortal esperanza que alienta la vida. Ese es el sentido de esa traducción que hicimos que, como toda traducción, sostiene esencialmente el entramado de una amistad. Y fue así como, en Mérida, un día conozco otra vez –quiero decir, me encuentro personalmente, por vez primera– a Jean Grondin. Creo yo que el encuentro personal, que usualmente tanto valoramos, y no sin justas razones, es quizás apenas otra interrupción entre los momentos de silencio que hilvanan la trama de la amistad; amistad, no sólo con el autor de textos, sino con todo autor de vida que es el prójimo. Se me asemeja esa interrupción al ligero sonido que provocamos

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    en nuestra lectura silenciosa de un libro cuando pasamos a la página siguiente. Es imposible, en ese instante, no dar la mano al libro, a su autor, cuya mano toma la forma de página mientras su mirada, pura letra, parpadea sobre nuestra pupila insomne.

    Desde entonces doy la mano a Jean Grondin, filósofo hermeneuta, es decir, amigo del saber, para ofrendarle mi amistad y la de todos sus lectores en español de, al menos, ese libro Del sentido de la vida, que es libro de esperanza. Pregunta inevitable, entonces: ¿Se encuentra uno a la filosofía en el camino entre la amistad y la esperanza? Mi respuesta: Sí, porque la filosofía, como amistad del saber –o, en palabras Grondin, como “amor apasionado de la sabiduría” (Grondin, 1991)- es amistad que, como bien nos enseña Cicerón en su De amicitia, “alumbra una buena esperanza sin consentir que las almas se debiliten y caigan” (bona spe praelucet in posterum nec debilitari animos aut cadere patitur)2.


    Referencias bibliográficas

    Pautrat, B. (2004). Una breve estancia en tierra santa –traduciendo el Evangelio de Juan, en: El Jesús de Spinoza (J. Dávila, compilador y traductor), Ediciones del Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa, Universidad de Los Andes, Mérida.

    Grondin, J. (2003). Introducción a Gadamer, Herder, Barcelona (edición original en alemán: Einführung zu Gadamer, 2000).

    Grondin, J. (1991). La philosophie comme profession, Discurso en su incorporación como miembro de la Academia de Letras y Ciencias Humanas de la Sociedad Real de Canadá, octubre.


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  2. Cicerón, M. T., Laelius de amicitia, VII (23).